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jueves, septiembre 11, 2025

De la Mesa de Cristina a la Mesa de Milei: poderío enmascarado con promesas vacías

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En el ajedrez de la política argentina, donde cada movimiento responde a una derrota con la ilusión de un nuevo comienzo, hay un patrón tan previsible como el amanecer: tras un revés electoral, los líderes alzan la bandera del diálogo nacional. Pero este gesto, lejos de ser un puente hacia la unidad, es un artificio para preservar un núcleo de poder intacto. Es el viejo truco de tender una mesa fastuosa… y servirla vacía.

2009: Cristina y la mesa del engaño

Corría 2009 cuando Cristina Fernández de Kirchner, golpeada por la pérdida de la mayoría legislativa en unas elecciones que reflejaron un 70 por ciento de rechazo ciudadano, proclamó un «amplio diálogo con todos los sectores sociales». Con la astucia de quien sabe leer el tablero, reconfiguró su estrategia: desplazó a Sergio Massa de la Jefatura de Gabinete, elevó a Amado Boudou al Ministerio de Economía y prometió reformas políticas para «democratizar» los partidos.

En la homilía que pronunció durante el Tedéum por el Día de la Independencia que se celebró en la Catedral de Tucumán el 9 de Julio, el arzobispo Luis Villalba invocó la mansedumbre como antídoto a la soberbia, pero sus palabras se perdieron en un aire cargado de desconfianza. La oposición, liderada por Francisco de Narváez –quien le arrebató la provincia de Buenos Aires por un margen de dos puntos–, junto a figuras como Elisa Carrió y Julio Cobos, desdeñó el convite como un ejercicio de «gatopardismo»: un cambio de forma para preservar la esencia autoritaria. Nadie de peso se sentó a la mesa; el escepticismo reinó.

El kirchnerismo, en lugar de tender puentes, redobló su apuesta beligerante: la prensa, con el «grupo Clarín» como enemigo predilecto, fue demonizada; los opositores, tildados de «golpistas» o «traidores». Aquel intento de diálogo se desvaneció en monólogos estériles, un fracaso que agudizó la polarización.

Sin embargo, Cristina, con su habilidad para navegar tormentas, recalibró su estrategia, pavimentando el camino para un retorno triunfal en 2011 con el 54 por ciento de los votos, aunque dejando una fractura social que aún supura. Pero esa astucia ocultaba un lado sombrío: años después, en 2022, un tribunal la condenó a seis años de prisión por corrupción en la causa Vialidad, un plan meticulosamente orquestado para desviar fondos estatales hacia empresas afines al kirchnerismo.

Ese saqueo no fue un error aislado, sino un sistema. Y esa mancha no puede volver.

2025: Milei y la mesa del descontrol

Avancemos a septiembre de 2025, y el eco de aquella farsa resuena con una precisión que estremece, aunque teñida por la torpeza de un nuevo protagonista. Javier Milei, humillado por un 34 por ciento en las legislativas bonaerenses frente al 47 por ciento de Fuerza Patria –la coalición peronista de Axel Kicillof, Cristina Kirchner y Sergio Massa–, convoca una «mesa política nacional» y otra «federal» con gobernadores.

La primera, en la Casa Rosada, reunió al círculo íntimo: Milei al mando, Karina Milei en la Secretaría General, Martín Menem en Diputados, Manuel Adorni como portavoz y diputado electo, Guillermo Francos en la Jefatura de Gabinete, Patricia Bullrich en Seguridad, y Santiago Caputo como estratega omnipresente. El comunicado oficial fue un desafío: «Vamos a poner el cuerpo en defensa de este proyecto y defenderlo con uñas y dientes. La Libertad Avanza o Argentina retrocede.»

El resto fue improvisación, grietas y descontrol. Gobernadores que rechazan el convite, aliados que se sienten estafados, un PRO que empieza a hablar de “postmileismo”, internas expuestas en redes sociales con insultos y traiciones.

La máscara de la casta

Acompañamos a Milei en su cruzada por ordenar la macroeconomía –déficit fiscal cero, inflación en descenso–, logros que el país necesitaba como oxígeno. Pero nos inquieta su torpeza en la lectura política: errores que lo llevan a subestimar las urnas, a ignorar el pulso social y a cometer deslices que erosionan su capital.

Más aún, las sombras de corrupción que pesan sobre su hermana Karina –denuncias por presuntas coimas en contratos de medicamentos y un rol en la Secretaría General que huele a nepotismo y desvíos– generan dudas legítimas sobre la integridad del proyecto.

Y en lo humano, su gestión deja un vacío alarmante: recortes en pensiones para discapacitados que dejan a miles en la intemperie, jubilaciones que no alcanzan ni para lo básico mientras la pobreza de ancianos se dispara, y programas para niños –como el de leche o vacunación– que se evaporan en burocracia, dejando a las familias más vulnerables en un limbo de indiferencia.

Peor aún, Milei incumple su juramento de campaña de combatir la casta: incorpora a Daniel Scioli, emblema del peronismo tradicional y señalado por irregularidades en pagos publicitarios que ignoran investigaciones judiciales, como el desembolso de 400 mil euros a un corredor automovilístico en medio de deudas corruptas heredadas.

Y los primos Menem –Martín y Lule–, herederos de un linaje político que grita privilegios, están salpicados por los audios de Diego Spagnuolo, donde se les acusa de orquestar un esquema de coimas del 8% en compras de medicamentos para la Agencia Nacional de Discapacidad, con retornos que supuestamente llegan al 3% a Karina, totalizando cientos de miles de dólares mensuales en un entramado que contradice el discurso anti-corrupción.

Estos casos, junto a otros como los desvíos en el PAMI para financiar el partido o el nepotismo en el Banco Nación, pintan un gobierno que, lejos de erradicar la casta, la reinventa a su imagen.

La distopía de las mesas

Las mesas de 2009 se desvanecieron en el vacío; las de 2025 caminan hacia el mismo abismo. Porque no son mesas de diálogo: son altares de poder. Porque no buscan acuerdos: buscan obediencia. Porque no suman voces: anulan disidencias.

La democracia no necesita mesas vacías.

Necesita consensos verdaderos.

Que la política deje de disfrazar derrota con gestos huecos.

Que la economía no se celebre en gráficos mientras el pueblo no llega a fin de mes.

Que los líderes aprendan a escuchar, antes de que el pueblo les grite otra vez en las urnas.

La casta no murió.

La reinventaron.

Y mientras la reinventen, la Argentina seguirá atrapada en su laberinto.

El tiempo de las mesas terminó.

Es la hora del diálogo.

Es la hora de la concordia.

Es la hora de la paz.

Es la hora de priorizar a la Argentina.

Redacción

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