“En tres días llenamos un camión con donaciones gracias a un solo video”. La frase de Valentina Hansen, fundadora de la ONG Latiendo Juntos, suena tan simple como poderosa. En medio del caos tras una tormenta en Bahía Blanca en marzo pasado, su pedido en redes se volvió viral: más de 80.000 visualizaciones, cientos de donaciones y familias que recibieron colchones, ropa y alimentos casa por casa. “Ahí entendí que lo invisible también sostiene vidas”, destaca la joven de 25 años, una de las tantas influencers solidarias que logran transformar los clics en abrigo, comida y esperanza.
Después del impacto que le generó esa colecta, Valentina decidió aprovechar el potencial de las redes sociales y formó una organización para canalizar la ayuda no solo en la Argentina. Eso la llevó con un grupo de voluntarios a África, en 2022, y aquella experiencia la marcó para siempre. “Habíamos cocinado carne para los chicos de un centro infantil y cuando se fueron a dormir, la coordinadora nos pidió revisar sus bolsillos: se la estaban guardando para comerla después porque nunca tenían. Fue desgarrador”, recuerda.
Hoy, su ONG coordina campañas, voluntariados y alianzas con otras organizaciones para multiplicar el impacto. “Entendí que la ayuda no tiene que ser enorme, sino constante”, explica Valentina, que también colaboró en Kenia, Nigeria, Sudáfrica y Brasil, apoyando proyectos comunitarios y cooperativas de mujeres. “Comprendí que la solidaridad no tiene idioma. Es mirar a alguien y reconocerlo como tu igual”, resume.
Del barrio al algoritmo
El Observatorio de Voluntariado Social calcula que más de 2,2 millones de personas participan de actividades solidarias en Argentina, y que la mitad de los jóvenes colaboró en campañas digitales en el último año. Cada publicación, historia o transferencia es un hilo de ese tejido invisible de solidaridad que une pantallas, barrios y continentes.
La empatía también se hace música en el conurbano bonaerense. Gabriel “Gaby” Gómez es un rapero solidario de La Matanza con más de 300 mil seguidores, que convierte sus transmisiones de TikTok en ollas populares. Con lo recaudado en vivo, cocina y reparte cerca de 200 viandas diarias que llegan a hospitales como el Simplemente Evita, el Balestrini o el Paroissien y a la Villa Puerta de Hierro, además de a personas en situación de calle.

“No tengo empresa, tengo gente, y la gente confía”, comenta el músico, mientras muestra en cámara las filas de los vecinos que se acercan con tuppers. En un territorio donde la vulnerabilidad es parte del paisaje, su celular se volvió megáfono, puente y olla al mismo tiempo. Como él, otros influencers como Ema Monzón, Belu Lucius y Fede Popgold demuestran que la cercanía y el compromiso social pueden transformar comunidades digitales en movimientos reales de ayuda.
Lo colectivo se vuelve estadístico
Un estudio del Observatorio de Filantropía Digital (2025) revela que el 58% de las donaciones privadas en América Latina se realizan por plataformas digitales. Forbes Argentina (2024) confirma que el contenido con impacto social duplicó su nivel de interacción en los últimos dos años. Las redes, muchas veces asociadas a la mera distracción, se transforman también en territorio de organización colectiva.
Las conexiones invisibles sostienen vidas sin buscar reflectores. La historia de Valentina, las ollas populares de Gabriel y las comunidades digitales que multiplican gestos solidarios revelan un mismo hilo: la empatía como motor colectivo. “La solidaridad puede ser un estilo de vida, no algo esporádico. Así, como otros van al gimnasio o al trabajo, uno puede incluir la ayuda en su cotidianeidad”, concluye Valentina.
Texto: Martina Ransanz
Esta nota fue escrita en el marco del Taller de Gráfica VI de la licenciatura en Comunicación Social de la UNLAM.





