En un pasado no tan lejano, el sonido de la música en vivo vibraba en cada rincón de las ciudades argentinas. Recitales de bandas icónicas, como Sui Generis, Pescado Rabioso, Aquelarre, Arco Iris, Vivencia, Pastoral o Pappo´s Blues, llenaban de energía a una juventud que en los movilizados años 70 encontraba en la música un refugio y una forma de resistencia. Sin embargo, hoy esa misma generación, ahora con más 60 años, parece haber desaparecido de los recitales, dejando tan solo un puñado de cabezas blancas en medio de un mar de jóvenes ansiosos por disfrutar de las nuevas tendencias musicales.
La transformación social y cultural que experimentaron las últimas décadas llevó a una reflexión profunda sobre las razones detrás de esta tendencia. Un primer aspecto a considerar son los cambios en las prioridades y el estilo de vida. A medida que las personas maduran, sus responsabilidades crecen. En este nuevo escenario, la vida social se reconfigura y los recitales, antes un pilar de la diversión, pueden desdibujarse frente a otras obligaciones.
A esto se suma el impacto de las condiciones físicas y de salud. La vida, con sus inevitables estragos, trae consigo limitaciones que pueden hacer que asistir a un recital, con sus largas horas de pie y el bullicio, resulte menos atractivo.
La economía y la accesibilidad también se convierten en factores determinantes. Con presupuestos más ajustados, muchos adultos mayores piensan dos veces antes de invertir en entradas, transporte y otros gastos asociados a un recital.
La nostalgia por experiencias pasadas también juega un papel importante. Para quienes vivieron la efervescencia cultural de los años 70 y la primavera democrática de los 80, el recuerdo de aquellos conciertos vibrantes puede generar una sensación de pérdida. La experiencia comunitaria intensa que ofrecían aquellos eventos parece difícil de replicar en la actualidad, lo que lleva a muchos a preferir recordar esos momentos en lugar de arriesgarse a una nueva experiencia que les resulte ajena.
En primera persona
Hoy Día Córdoba habló con algunos rockeros de entonces que por distintos motivos dejaron de asistir a los conciertos o bien, van a algunos muy selectivos.
“Mi nombre es Gustavo y tengo 58 años. Mi primer recital fue Raíces, en Atenas, el templo de los recitales en aquella época. Así comenzó mi peregrinaje por el mundillo del rock, conociendo muchísima gente de todos los barrios, de todas las tribus. Ir a un recital era más que entrar y ver la banda, era la previa, juntarse con los amigos y amigas y enfilar para ´puertear´ si no había moneda para entrar, porque afuera también era una fiesta. Había toda una movida que duraba hasta que terminaba el recital. Hoy por hoy, después del paso del tiempo, cómo es lógico y natural muchas cosas cambian, pero no lo esencial del alma rockera. Mi último recital fue en el Festival Maximus, en Buenos Aires, con Marylin Manson, Rammstein y otras bandas. A Cosquín Rock hace bastante que no voy. Antes iba a vender biyuta (bijouterie) rockera y desde que dejé de vender no he vuelto. Hoy el rock es un negocio y las entradas están saladas”.
Omar Bajre, ´el zurdo´, como le pusieron en un fogón en La Falda ´82, no tiene celular y aclara que el mensaje por WhatsApp lo escribió Edith. “Soy cordobés, pero a los 11 años nos mudamos a Buenos Aires, donde vi los comienzos del rock. Mi primer recital fue Almendra en el año ´69. Yo tenía 14 años. El último recital al que asistí fue la Trova rosarina”, explica Omar, testigo de una banda fundacional del rock argentino.
Más opiniones
“Soy Sergio ´Checho´ Vargas y tengo 62 años. Son varios los motivos por los que dejé de ir. Por dinero, fiaca, vejez tal vez. No creo que porque no nos gusten las bandas ya que hay bandas muy buenas actualmente. Mi primer recital fue en febrero de 1977 en Redes Cordobesas viendo a Crucis, que me voló la peluca para siempre. El último fue Fito Páez en el Quality, el 6 de diciembre del año pasado, invitado por mi hija”.
“Soy Sergio Gastón, tengo 62 años. Charly García dijo alguna vez que el roquero a los 25 se pone la corbata y muere en una oficina. Los ciclos de la vida misma hacen más sedentaria a la persona. En mi caso aún la música fluye por mis venas, escucho música de distintas épocas, porque el rock irá mutando siempre, desde Dillom a Marilina Bertoldi. Mi primer recital fue Noche de Sol (banda cordobesa) en el 77, en el cine teatro Córdoba. El último, en marzo pasado en el teatro Flores en Caba viendo a The Damned, una banda pionera del punk rock, contemporánea de Sex Pistols y The Clash. Ahí sí que había mucha gente mayor de 40 años”.
El peligro de ir a los recitales
“Soy Ester Urbano, alias la Negra, como me pusieron en La Voz del Interior en 1977, cuando fuimos contentos a deleitarnos con la banda “García y la máquina de hacer pájaros” el 18 de noviembre del ´77 en Rieles Argentinos y terminamos en la Jefatura, que por entonces funcionaba en el Cabildo, junto a Gustavo y Alejandro luego de una de las tantas “razzias” que hacía la Policía. Después de los golpes y torturas típicas de la época y sacarnos fotos para escracharnos en los tres diarios (La Voz, Los Principios y el Córdoba) quedamos detenidos. A los 20 días los chicos se van en libertad, a mí me tienen dos meses por orden del juez Zamboni Ledesma y el 20 de enero del 78 me pasan al neuropsiquiátrico, donde estuve dos años. Me crié en un hogar evangélico, mi vida consistía en ir a la iglesia, cantar en el coro, servir al Señor. A los 12 años me copé con los Beatles, más adelante con los hippies y otras bandas que veía en la revista Pelo. A los 17 o 18 años comencé a consumir anfetaminas con una amiga y no pude cortar más con ellas. Mi primer recital fue en el Córdoba Sport, estuvieron los Arcos Iris y para ir me tuve que escapar de mi casa. No crean que salí del Neuro y cambié de vida, para nada… seguí yendo a miles de recitales en distintas partes del país, a Barrock, La Plata, Rosario, La Falda. ¿Por qué dejé de ir? Porque tuve tres hijos y quise cambiar de vida para no darles mal ejemplo. Ese es uno de los motivos. Otro es por la situación económica. Después de muchos años me reencontré con Omar Troncoso, me invitó a una juntada, me fascinó tanto que ahora pertenezco al grupo ´Juntada de amigos del rock´ y me parece que es más copado juntarnos a comer un asado, con guitarras, cantar rock y blues con charlas, que ir a un recital”.
El relato de Ester pinta de manera quirúrgica lo que sucedió con muchos jóvenes que incursionaban en las drogas o terminaban detenidos, o las dos juntas, sólo por vestirse distinto, levantar los dos dedos en V o gritar libertad.
“Mi nombre es Ariel Troncoso, clase 1967. Mi primer recital fue en el Paseo las Artes, en el año 1979, viendo a Garage. Mi último recital fue el de Robert Plant en San Isidro, en el 2015. Después, con el gobierno de Macri ya no se pudo ir más a ningún lado. No voy a recitales de bandas nuevas porque en mi caso no las conozco bien y eso hace que no me den ganas y porque ya nuestros amigos no van. Además, cada uno ya tiene hecha la vida con muchos más compromisos y responsabilidades. Antes íbamos y sabíamos que nos encontrábamos con todos los locos. Creo que somos una generación rockera muy golpeada porque también vivíamos perseguidos y maltratados por los policías de gobiernos represores. Hoy prefiero juntarme con los pocos amigos que hemos quedado y compartir cosas del pasado, del presente y hasta del futuro. Lo hacemos en el grupo más rockero del mundo, compartiendo asados, guitarras y charlas interminables. Ahora le toca a la nueva generación ir a los recitales, nosotros ya cumplimos y demasiado con muchas anécdotas buenas, mientras veíamos al flaco Spinetta, Pappo, Charly, en La Falda, Atenas, Estadio del Centro, Tonos y Toneles, Juniors, el Teatro Griego y tantos otros lugares. También hay anécdotas malas como la dictadura. Ahora es un poco más fácil para los nuevos rockeros, que van tranquilos por el camino que nosotros les hemos limpiado. No estamos muertos, estamos muy vivos y fuertes por eso nos seguimos juntando, pero en casas de amigos acompañados de mucha buena onda, vibras a full y por supuesto de mucho rock and roll”.
“Mi nombre es Edith, tengo 61 años, soy de piscis y como tal quería un mundo diferente, con amigos diferentes que buscaban lo mismo. En el año 79, aproximadamente, fui a un recital en el sótano de la iglesia de los Salesianos. Tocaban Años Luz y Dibujos Animados. Ir a recitales, aparte de escuchar música, eran un lugar de reencuentro, donde uno sabía que todos iban, ya que pocas eran las opciones para ver espectáculos. La liturgia de encontrarnos entre pares, entrando o no al recital. Dejé de asistir por la situación económica y porque muchos músicos muy copados ya no están. Directamente ni veo carteleras de espectáculos porque realmente tiene que ser alguien que me guste mucho, para poder detonar la tarjeta y saber que lo que gaste va a valer la pena. ¡Entradas gratis para mayores de 60!!!!”, pide Edith.
“Pensaba que con 64 años no se puede decir que uno es viejo, pero tampoco que se es joven y aunque la juventud se lleve adentro, somos conscientes que los años dorados ya se fueron y aunque a muchos les gustaría volver a los 17, sería espantoso. Otra vez el golpe militar, otra vez la colimba, otra vez de adolescente pensando en el suicidio como única opción, otra vez querer parar el mundo y que nos dejen bajar. Por suerte para algunos, no para todos, el amor y la música fueron un salvavidas. La música tiene la fuerza de cambiarlo todo: diluye la tristeza, suaviza la bronca y da esperanzas ante las injusticias. No, yo no quisiera volver a vivir, en todo caso quisiera volver a nacer, eso sí. y ver por vez primera un recital en el garage de mi casa, un grupo tocando canciones de los Beatles, que con mis 10 años me revolucionaron el alma y me anclaron para siempre al lado de la música y de aquel garage, mientras mi mamá tapaba con frazadas la puerta y con papelitos hasta los agujeros de la cerradura, es que la anciana vecina se quejaba del ruido, claro, ella todavía no había vivido Deep Purple ni Led Zeppelin. ¿Qué sería de la vida sin música? nos preguntamos a veces. Pues sería una vida horrible, chata, sin imaginación, mucho menos humana. Pero ahora eso es sólo un lindo recuerdo lejano. Ya no voy a recitales, que la hora, que la fila, que la distancia, cuando no es la rodilla, la cervical o la próstata. O mucho peor, la música sin armonía ni melodía, puro ritmo… puaj”, dice Gary Luna.
Como se desprende de estos comentarios, el cambio en las dinámicas sociales también influye en la decisión de asistir o no a recitales. A medida que las amistades se dispersan y las redes sociales se desvanecen, encontrar compañeros para compartir la experiencia se vuelve complicado.
En conclusión, la combinación de los factores enunciados en la primera parte de la nota creó un panorama en el que los recitales pueden parecer menos atractivos para las personas mayores. Sin embargo, es crucial reconocer la importancia de estos eventos como espacios de expresión y conexión intergeneracional. Repensar cómo se organizan y presentan los recitales podría abrir nuevas oportunidades para que distintas generaciones se reencuentren y compartan su amor por la música, reviviendo así la magia de aquellos inolvidables años de juventud.
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