Su composición rica en ácidos grasos saludables y antioxidantes lo convierte en una parte fundamental de la dieta mediterránea, conocida por cuidar el corazón y la longevidad.

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Redacción El País
Desde las antiguas civilizaciones mediterráneas hasta las cocinas modernas, el aceite de oliva siempre ha sido sinónimo de bienestar. No es casual que se lo conozca como el “oro líquido”: su valor trasciende el sabor y hoy la ciencia respalda lo que las culturas tradicionales intuían hace siglos.
Aunque se trata de una grasa pura —con unas 9 calorías por gramo—, sus efectos en el organismo son únicos. Su composición rica en ácidos grasos saludables y antioxidantes naturales lo convierte en una de las piedras angulares de la dieta mediterránea, famosa por sus beneficios para el corazón y la longevidad.
Entre sus propiedades más destacadas se encuentran:
- Cuidado cardiovascular: ayuda a mantener los niveles de colesterol y favorece la salud de los vasos sanguíneos, además de contribuir a reducir la presión arterial.
- Acción antioxidante y antiinflamatoria: contiene vitamina E, compuestos fenólicos y oleocantal, un componente con efectos similares a los del ibuprofeno, que protege las células y combate el deterioro cognitivo.
- Prevención de enfermedades crónicas: su consumo regular se asocia con menor riesgo de cáncer de mama y gastrointestinal, así como con una mejor sensibilidad a la insulina, lo que beneficia a personas con diabetes tipo 2 o prediabetes.
- Equilibrio intestinal: actúa como prebiótico, estimula el crecimiento de bacterias beneficiosas y ayuda a combatir la Helicobacter pylori, responsable de molestias digestivas.

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Verdades y mitos del aceite de oliva
Pese a su reputación saludable, el aceite de oliva también está rodeado de ideas erróneas. Una de las más comunes es que, al ser “bueno”, puede usarse sin medida. Sin embargo, como toda grasa, su exceso aporta más calorías de las necesarias y puede favorecer el aumento de peso.
Otra creencia extendida es que no conviene cocinar con él. Todo lo contrario: su alta estabilidad térmica lo hace más resistente a la oxidación que otros aceites, siempre que no se superen los 180 °C. Además, se incrementa la absorción de vitaminas liposolubles (A, D, E y K) y se transfieren a los alimentos algunos de sus antioxidantes.

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También vale aclarar que ningún aceite de oliva tiene menos calorías que otro. Las versiones “lite” o “extra lite” solo aluden al sabor y al color, no a su valor energético. Y hablando de colores, el tono —más claro o más verde— tampoco determina su calidad. Esta depende de su acidez, aroma, sabor y contenido de polifenoles, factores que se evalúan en laboratorio, razón por la que las catas profesionales se realizan en vasos oscuros.
Incorporar aceite de oliva a la dieta es, sin duda, una elección saludable. Pero como todo alimento, su poder está en la moderación y en la calidad del producto elegido. Más que una moda o un simple aderezo, este clásico mediterráneo sigue demostrando que, bien usado, puede ser uno de los mejores aliados del bienestar.
En base a El Universal/GDA
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