Presentación del documental Dios lo ve , sobre Oscar Tusquets, en el programa Culturas 2 (La 2). Lo han dirigido Alex Guimerà y Guillem Ventura. Los tres fueron entrevistados por Tània Sarrias, que tiene la virtud de ser competente sin caer en la petulancia repelente o la rigidez elitista que, no siempre gratuitamente, se atribuye a los programas culturales.
A primera vista, Tusquets puede parecer un entrevistado agradecido. En la práctica es puñetero porque mantiene un singular equilibrio entre la dimensión pública, la conciencia del espectáculo y el talento para transformar las certezas y las contradicciones en un pretexto para desplegar una vitalidad tan reflexiva como imprevisible.

Óscar Tusquets en su casa de Barcelona
Llibert Teixido
Jugando con fuego, Sarrias le pide que se defina con un solo adjetivo. Tusquets, que no necesita respetar los tempos televisivos, se detiene cinco interminables segundos y, sin perder la posición de repantingado (en una de esas butacas terribles de plató que si hubiera diseñado él le permitirían estar mínimamente cómodo), responde: “Disperso”.
No sé si el documental se verá en La 2, en los cines o si acabará siendo una docuserie para plataformas. Lo que es seguro es que lo veré con el mismo deslumbramiento con el que he leído los libros de Tusquets, siempre admirado que cuando estoy de acuerdo con él, disfruto como un enano, y que todavía disfruto más cuando, sin estar de acuerdo con él, no puedo dejar de aplaudirlo.
Decepcionarse con una serie depende de las expectativas que, como una promesa, habías invertido en ella
LA FUERZA DEL PAISAJE. Malditos (Max) es una serie que proporciona al espectador la posibilidad de decepcionarse a medida que pasan los capítulos. El interés inicial es doble. Primero: que el director sea Jean-Charles Hue, autor de documentales muy interesantes y amante de trabajar con la autenticidad de actores no profesionales. Segundo: que el argumento se sitúe en la Camarga, en una comunidad gitana de feriantes amenazados por los cambios que pretenden transformar el nomadismo de caravana en sedentarismo marginal de pisos de protección oficial.
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En la práctica, la serie acaba naufragando por un exceso de estereotipos y de épica trágica y por el celo sobreactuado de algunos actores. Queda, eso sí, el retrato de un paisaje, la Camarga, que mantiene su poderío visual y que, fugazmente, se contagia a unas tramas que, cuantos más salvajes son, más intentan compensar el exceso de clichés.