Ahora que brilla el sol, con casi 30° al mediodía, ya no hay vestigio de humedad en las sandalias que Guillermo Alvarez expone en modo mantero en la vereda de lo que hace unos días fue una zapatería. Dos mujeres se descalzan, se acomodan en los puff rojos en la misma vereda y se prueban algunos de los pares en «liquidación por inundación».
La calle Alsina, en pleno centro de Bahía Blanca, se convirtió en esta semana en una feria a cielo abierto con precios de remate de ropa y calzado que se salvó o que los propietarios de los negocios recuperaron lavando, quitando el barro o las manchas que les dejó el río de agua marrón que los pasó por encima hace dos semanas. Una muestra de la situación del comercio en general.
Este jueves, la Corporación del Comercio, Industria y Servicios (CCIS) de Bahía Blanca difundió un informe que indica que 2 de cada 3 comercios registraron pérdidas por la inundación y que en 7 de cada 10 locales entró agua.
«Hay locales que fueron destruidos 100%, tanto su infraestructura como el stock de mercadería. Algunos de estos, gracias a Dios, se van a poder levantar, se están reconstruyendo, lo cual significa muchísimo tiempo de demora», explicó Mercedes Corbaz, integrante de la CCIS. A la fecha, la entidad evalúa pérdidas del sector por $8.080 millones, sin tener en cuenta el lucro cesante.
Por eso, los que quedaron más o menos en pie necesitan rearmarse y comenzar a facturar. «Secando», dicen los percheros de Maiz, cerca de la municipalidad, «Ropa Inundada», ofrece un local al frente de la Galería Florida. Abundan los carteles de descuento de «50% efectivo, 35% transferencia».
Los chicos de la tienda Bora Bora, por Soler, que corta Alsina, dispersaron sobre el asfalto decenas de pares de ojotas y sandalias de caucho y le aplican sostenido el chorro potente de una hidrolavadora. Se lava, se seca y se pone a la venta, o dicho mejor, se remata. Hay remeras por $10.000, buzos por $20.000, camperas por $40.000.
«Se vende, claro, el sábado por ejemplo fue mejor que un día normal», dice Angie, de Dromo Bahía, al lado. «Es gente que no lo necesita, que pasa, ve la oportunidad y compra. Hay cosas al costo y menos también. Algunos te dicen que llevan un par de remeras para ayudar», explica.
Alvarez, dueño de la zapatería Victoria junto a su esposa Marianela Ferrer, abrió hace seis meses Victoria Teen’s, de ropa, en el local contiguo, que ahora luce completamente vacío. No hay ropa, la madera de los mostradores y exhibidores está hinchada, igual que las placas de piso flotante que chuparon el agua como si fueran esponjas. «Solo en pisos tengo dos millones», lamenta el emprendedor.
Los comercios tratan de recuperar aunque sea algo del valor de los stocks tras la inundación. Foto: Fernando de la Orden / Enviado especialAl tiempo que organiza la «reconstrucción» de sus locales, coordina con una amiga de Buenos Aires el envío de lo que se colectó para donar, útiles escolares, entre otras cosas. Necesitaban alguien que lo transportara y dieron con un camionero, Hugo, de Pablo Podestá, que asumió el compromiso de llevarlo por las suyas sin dudarlo.
«Me fue bien, lo necesitaba», cuenta a Clarín sobre estos días de venta de remate. Cree que en una semana podría estar reabriendo la zapatería; el otro local le llevará algo más de tiempo. «Vivo de esto, tengo una hija, sino facturo qué hago. Es así: me suben las hormigas o sigo adelante».
Mientras sus compañeros trabajan dentro del local, las perchas de VCP están en la vereda. Georgina Debortoli sacó una mesa a la calle y se armó el mostrador, sobre el que apoya una botellita de agua, teléfono y posnet. «Sí, rematamos las pérdidas, pero se vende más que un día normal», reconoce: «Ayuda».
La ropa de la inundación se ofrece en todos los comercios a precio de liquidación. Foto: Fernando de la Orden / enviado EspecialLos comerciantes de la Galería Vision 2000 limpian sobre lo que ya limpiaron, la inundación dejó un barrial y la planta baja y el estacionamiento subterráneo, donde está el equipo de energía eléctrica, se llevaron la peor parte de la inundación. Todavía no tienen luz ni agua.
«Vengo todos los días y limpio, es un laburo de hormiga», explica Hernán Campuzano, de Angie Sport, local en el que nada sobrevivió, pero que reabrirá: «Yo sigo, necesito seguir, pero muchos acá ya decidieron que no van a volver».
Dueños de Indómito, ropa masculina, en la misma galería, Patricia Campuzano y Elías Rementería estiman pérdidas por 6 millones de pesos «solo de mercadería» y aguardan por los créditos prometidos. Ya fueron al banco, pero de momento, lamentan, «estamos en lista de espera: tienen que entender que así no podemos esperar mucho más», indica el muchacho, de pie junto a maniquíes oreando la humedad.
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