Trump declara un nuevo salto en la política injerencista en México, con el viejo argumento securitarista estadounidense de atacar al “terrorismo” pero en un nuevo contexto signado por la decadencia de la hegemonía de Estados Unidos. Desde su primer mandato Trump, como parte del plan del Partido Republicano para promover su agenda imperialista dentro y fuera del país, prometió utilizar las fuerzas armadas para hacer una “guerra contra el narcotráfico”. Tanto los cárteles mexicanos como las empresas chinas fueron señalados como organizaciones terroristas extranjeras.
La agresión a México de parte de Trump ha sido constante como el mundo entero ha visto en las redadas contra los migrantes dentro de Estados Unidos, de la cual es continuidad la posición de agredir la soberanía mexicana con la excusa de luchar contra el narcotráfico. Esta política es claramente racista y xenófoba ya que nunca se buscan los responsables del crimen organizado en la policía y los políticos estadounidenses, sin los cuales el fentanilo o la cocaína no podrían distribuirse en Estados Unidos. Son estos quienes hacen enormes riquezas a costa de la violencia extrema que se vive en todos los países al sur del Río Bravo.
Esta bravuconada imperialista no sólo pone en evidencia la hipocresía de una potencia que se niega a atacar las causas de su propia crisis de salud pública (la codicia de sus farmacéuticas, la libre circulación de armas de sus fabricantes y el lavado de dinero de sus bancos), sino que también muestra, por contraste, el papel de gobiernos como el de Sheinbaum al sur de la frontera y los límites de su “nacionalismo”.
Las dos políticas de Sheinbaum ante Trump
Frente a la amenaza de una “expedición punitiva” (como la de 1919-1920 para perseguir al general Francisco Villa), la respuesta del gobierno de Claudia Sheinbaum ha seguido un guion previsible. Por un lado, un discurso con declaraciones firmes que trazan una «línea roja» y rechazan de manera tajante cualquier presencia de tropas estadounidenses en suelo mexicano. «Nuestra soberanía es una línea roja», afirma la presidenta, buscando capitalizar el profundo y legítimo sentimiento anti-intervencionista del pueblo mexicano, forjado en la historia de despojos y agresiones. Y aparecer, además, de una manera diferenciada respecto al tradicional y abierto entreguismo de los anteriores gobiernos neoliberales del PRI y del PAN.
Sin embargo, esta defensa discursiva de la soberanía se muestra impotente al contrastarla con los hechos, pues mientras se rechaza la bota militar estadounidense, se acepta el guante de seda de la “colaboración”, pensando que la diplomacia entre la principal potencia imperialista del mundo y el país dependiente puede salvar a México de los planes injerencistas de Trump.
Aunque alegue que ha buscado garantizar el “respeto” en la relación bilateral, el gobierno de Sheinbaum no solo ha continuado, sino que ha profundizado la subordinación estratégica a los dictados de la Casa Blanca en aspectos tan claves como la seguridad e inteligencia, la migración y la militarización. México actúa, en los hechos, como el principal gendarme migratorio de Estados Unidos en sus fronteras norte y sur. La intensificación de los operativos en territorio nacional ha provocado un desplome histórico en los cruces fronterizos, cumpliendo con creces una de las mayores exigencias de Trump.
A su vez, la “enérgica ofensiva” de Sheinbaum contra el Cártel de Sinaloa, encabezada por García Harfuch, con el despliegue de cientos de soldados, es una concesión directa a la presión de Washington. El propio embajador estadounidense, Ronald Johnson, se ufanó de que la caída en las incautaciones de fentanilo se debe a la «mayor colaboración entre Estados Unidos y México». En el mismo sentido, la extradición de 29 capos de alto perfil para ser juzgados en tribunales estadounidenses es otra muestra de una soberanía que se cede en los hechos y se convierte en una moneda de cambio para tratar de contener las amenazas de Trump en el terreno económico.
A esto habría que agregar la reciente aprobación por ley del uso de datos biométricos para el registro de población en México, en el marco de la exigencia de compartir dichos datos, hecha por la secretaria de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Kristi Noem.
La “línea roja” de Sheinbaum es, en realidad, una línea flexible y negociable. Se rechaza el escándalo de una intervención militar abierta, que además de un escándalo internacional y un salto en la injerencia imperialista contra el pueblo de México, sería políticamente desastrosa para su gobierno, pero se acepta y se profundiza una intervención encubierta y una cooperación subordinada que garantiza los intereses estratégicos del imperialismo. Aunque este gobierno impulse una gran campaña propangandística para aparecer como distinto a los neoliberales, en realidad se trata de una soberanía administrada, no defendida.
La hipocresía de la derecha
En este escenario, la derecha tradicional del PRI y del PAN despliega su cinismo y no representa ninguna alternativa. ¿Cómo podrían hacerlo si fueron los mayores entreguistas de la historia nacional desde Antonio López de Santa Anna? Sus críticas a la militarización que ellos iniciaron por órdenes de Washington, sus críticas a los vínculos de altos funcionarios del Morena y sus aliados con el crimen organizado -cuando es una práctica que conocen al dedillo- son actos de pura demagogia. Son ellos los arquitectos del neoliberalismo y del Tratado de Libre Comercio que ataron la economía mexicana a los vaivenes del capital estadounidense, sentando las bases de la dependencia actual. Su proyecto nunca ha sido la soberanía nacional, sino disputarle a Morena la gestión del mismo modelo de país dependiente.
Además, aunque ahora intentar utilizar a su favor el caso de los vínculos de un referente de la 4T, Adán Augusto con el narco, vía su secretario de seguridad estatal Hernán Bermúdez, “la barredora”, es bien sabido de los múltiples vínculos de representantes del PAN o del PRI con el llamado crimen organizado, comenzando por García Luna, quien se encuentra encarcelado en Estados Unidos.
Frente a esta derecha conservadora y abiertamente proimperialista, solo cabe el más amplio repudio, con una postura claramente alternativa al gobierno de Morena, que en aspectos fundamentales mantiene, más allá de su retórica, la subordinación al imperialismo estadounidense.
Una salida independiente de los trabajadores
El verdadero peligro de la orden de Trump es para los pueblos de México y América Latina. Así lo expresa el intervencionismo imperialista en Venezuela, que ha impuesto severas sanciones económicas imperialistas e incluso hasta de amenazas de intervención militar al mismo tiempo que impulsa todo tipo de golpismo en el país sudamericano, llegando al extremo de buscar imponer gobiernos títeres afines a sus objetivos a lo que se suma las recientes provocaciones de ofrecer millones de dólares por figuras públicas venezolanas como Maduro, que no es otra cosa que la prepotencia de la “justicia” extraterritorial imperial. En el mismo sentido se inscribe el endurecimiento de las restricciones contra Cuba de julio pasado, cuando en una nueva orden ejecutiva Trump prohibió las transacciones financieras “directas o indirectas con entidades controladas por los militares cubanos, como el Grupo de Administración Empresarial SA (GAESA) y sus afiliadas”, el turismo estadounidense y ratificó el bloqueo a ese país.
La «guerra contra el narcotráfico» ha sido siempre una guerra contra la clase trabajadora y los sectores populares (como se vio en Panamá en 1989, un país de nuevo en la mira del imperialismo con la amenaza de Trump de retomar el control del canal y transformar ese país centroamericano otra vez en un enclave e instalar nuevamente las bases militares para restablecer su control territorial y dominio.
La “lucha contra las drogas” en política del imperialismo siempre fue un mecanismo de militarización y control social funcionales al despojo de territorios y bienes comunes naturales, cuyos muertos y desplazados los pone las y los de abajo. Además, ha significado un aumento sustancial de la violencia y de fenómenos aberrantes como el feminicidio, la crisis de desapariciones -incluyendo las desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales- y el juvenicidio.
Por eso, una postura antiimperialista consecuente no puede depositar ninguna confianza en el gobierno de Sheinbaum, que se niega a convocar a los sindicatos y a la población en general a movilizarse en repudio a las amenazas de Estados Unidos. Rechazar la intervención de Washington y de la derecha conservadora proimperialista, debe ir de la mano con el rechazo a la militarización interna que impone el Estado mexicano, sea por iniciativa propia o por presión externa.
La única defensa real de la soberanía nacional no vendrá de quienes negocian con el verdugo, sino de la movilización independiente de la clase trabajadora, las mujeres y la juventud, encabezados por las organizaciones obreras y populares que mantienen una política independiente del gobierno y la derecha, como la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, que exija: ¡Fuera las manos del imperialismo de México y América Latina! ¡Abajo las órdenes secretas y las amenazas injerencistas de Trump! No a la militarización. ¡Que el ejército regrese a los cuarteles! Debe terminar la subordinación a Washington en materia de seguridad y migración. Y que demande también la legalización de todas las drogas para terminar con el pretexto de la intervención y arrebatarle el negocio al crimen organizado. ¡Presupuesto militar y de Guardia Nacional para salud, educación, vivienda popular y cultura!
Frente a la falsa disyuntiva entre la intervención abierta que promueve Trump y la subordinación pactada que administra Sheinbaum, es urgente construir una tercera alternativa: la de los explotados y oprimidos que se movilice por el fin de la subordinación al imperialismo estadounidense, que repudie los planes injerencistas de Trump, y se plantee la unidad con la multiétnica clase trabajadora estadounidense y los sectores populares al norte del Río Bravo, en el camino de un gobierno de los trabajadores y el pueblo, y una Federación de Repúblicas Socialistas de América del Norte, Centroamérica y el Caribe.