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domingo, marzo 16, 2025

Del duelo a la ciencia ficción, el desafío del nuevo libro de Juan Diego Incardona

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El narrador viaja desde Villa Celina, el barrio de su infancia donde había regresado de visita, al cementerio donde estaba enterrados sus padres, recientemente fallecidos. Era uno de esos días raros de otoño, de lluvia con sol. Bajó del auto con un ramo de flores y avanzó por el parque entre las tumbas. Luego caminó despacio por el sendero principal; sus padres, Celina Zaldarriaga y Juan Incardona, habían sido enterrados en un lugar tranquilo, bajo un gran ombú. Se sentó sobre una de las raíces y cerró los ojos, recordó las tardes de infancia, rodeado de su familia en el patio de la casa. Lloró y después se quedó dormido.

En el capítulo 8 de Quebranto (Interzona, 2024), titulado justamente como la nouvelle, el escritor Juan Diego Incardona cuenta que, después de ese sueño, el narrador acomete una transformación inesperada: se levanta, mira sus manos y observa que de pronto estaban arrugadas y temblorosas. Se palpa la cara y encuentra la piel flácida.

El escritor I Acevedo dice en el prólogo que es un libro culminante en una obra en la que Juan Diego Incardona transformó a Villa Celina en un barrio universal, “que refiere al dolor y a la pena extraordinaria que solo las personas que han sufrido la muerte o la ausencia de un ser amado pueden comprender, nos habla de un límite y nos sitúa en la posibilidad de cruzarlo. Relatos que están entre la vida y la muerte y que escenifican la siguiente situación: después del dolor ya no queda nada excepto continuar”.

Además del duelo por sus padres fallecidos, en Quebranto se suceden otros pesares: los de amigos, rupturas amorosas y las mutaciones apocalípticas que sufre el barrio de su infancia. En varios capítulos, el autor aparece como un personaje más de ese universo tan fantasmagórico como hiperreal, ahora como compañero de aventuras del mítico Juan Salvo, protagonista de la novela de Héctor Oesterheld, y de Mano, un invasor alienígena arrepentido.

Entre un mundo mutante y épico, que gira de la ciencia ficción a la epopeya, Quebranto apela a una sensibilidad directa e íntima, tal vez a la escritura como conjuro y sanación, relatos hechiceros, al decir de I Acevedo, “donde el Juan Diego de estas historias lucha contra el dolor, y los fantasmas queridos acuden en su ayuda”.

–¿Cómo fue el hilo fino del proceso creativo, teniendo en cuenta que partís de experiencias muy cercanas y dolorosas?

–Este es un libro atípico, es distinto a otros más allá que se repitan ciertos tópicos. Todo se disparó con algo muy doloroso, que fue la muerte de mi mamá, justo en la mañana de la semifinal de Argentina, en medio del último Mundial de Fútbol. Había tenido una internación de cinco meses, sufrimos mucho porque somos muy unidos con mis hermanas, con mis sobrinos, mi vieja era el centro de la familia. Todo ese acontecimiento tan traumático en un momento dio un primer relato, que se llama Serenata, de un impacto crudísimo. Me acuerdo de haberlo leído en público en un festival de Lobos, pedí disculpas antes de hacerlo, era un ambiente a la luz del día, con chicos y chicas, y cuando terminé, entre las 200 personas, a las 30 de adelante las vi llorando, llorando mucho. Entonces me dije “acá hay algo”, y eso me estimuló a seguir, porque me costaba escribir sobre esos padecimientos, y así avancé hacia otros relatos.

–El libro tiene una estructura de pequeñas narraciones, casi como un libro de cuentos, de modo tal que uno entra y sale de vos hacia otros personajes y circunstancias….

–Sí, sentí que era una estructura que me era propia. Del mismo modo que ocurría en Villa Celina o Rock Barrial un poco la serie es como un híbrido entre el libro de cuentos y la novela, los relatos se leen de manera independiente, pero a la vez tienen elementos en común. Están los personajes que se repiten, el narrador y en este caso la temática, que es la muerte de mis padres, que genera un universo, una especie de novela en relatos, quizás como algo fragmentario, espaciado. Intenté no reventar el texto con la catarsis, sino mantener mi estilo, me gusta mucho la literatura norteamericana, de acción, de escenas, esa cosa situacional. Personajes que se ponen en movimiento, que viven peripecias. Siempre como escritor trato de limitar la interioridad y pongo cámaras externas y me gusta escenificar mucho para no ponerme a llorar en el texto. Pero sí quise teñirlo de una atmósfera oscura, triste, bien angustiante, todo parido de una cierta rebeldía, bien iracundo. Algo así como “vean, se murieron mis viejos, ahora quiero que llore todo el mundo”.

Juan Diego Incardona. Foto: gentileza editorial.
Juan Diego Incardona. Foto: gentileza editorial.

–Resulta una continuidad trágica que a la muerte de tu vieja, al poco tiempo ocurrió la de tu viejo.

–Sí, en el medio de la escritura del libro se murió mi viejo. Ellos estuvieron 55 años de casados, mi viejo estaba sano, no tenía nada, y al igual que pasó con mis abuelos, cuando murió uno, el otro enseguida se murió. Lo loco es que mi viejo al año que pasó lo de mi vieja se enfermó, en tres meses le agarró cáncer y falleció. Estaba muy deprimido y eso fue un bombazo para toda la familia. Pensé el libro entonces entre el duelo de mi vieja, una ruptura amorosa que tuve y la muerte de mi viejo. Esa fue la secuencia, con el dolor como centro gravitatorio.

–Al mismo tiempo hay alteraciones en los puntos de vista, a lo Faulkner, y atmósferas que pasan de la cotidianidad a la extrañeza. Algo que has experimentado en toda tu literatura, algo que te resulta familiar.

–Así es. Los relatos tienen un punto de partida realista, y trabajé adrede los puntos de vista de personas de mi familia, como mis hermanas, mi sobrino, mi cuñado. Y después todo empieza a volverse más gótico, como si fueran cuentos de fantasmas, además hay muchos sueños. Y ahí surge el mundo Villa Celina, de pronto reaparece con esos cuentos de hospital y los duelos de mis padres, pero ahora encuentra un barrio destruido, proyectado en el dolor. Por otro lado, escribí dos secuelas de mi libro Las estrellas federales, que es un libro de ciencia ficción–distópico que transcurre también en Villa Celina con sus habitantes mutantes. En Quebranto reaparecen algunos personajes, que son personajes de El eternauta, como El hombre regenerativo, que sería Juan Salvo, y el otro es el Mano, el extraterrestre que tiene un montón de dedos. Y Juan Diego, como alter ego, que trabaja en el circo con ellos. En Quebranto irrumpe entonces ese universo, Juan Diego perdió a su familia y estos personajes se lo llevan y hay aventura y acción, pero siempre teñida de una angustia total, diferente a aquellos cuentos felices de mis otras novelas. Y uno de los últimos relatos que escribí, Lamentaciones, fue medio azaroso, ya estaba entregando el borrador del libro y mis hermanas descubrieron una carta que le escribí a mi vieja en 1996, desde Tierra del Fuego, donde había viajado a dedo de mochilero. La carta es toda una declaración de amor a la familia y me la puse a reescribir para el libro. Me pareció una linda experiencia agregarla al conjunto.

–Mencionaste la influencia de la literatura norteamericana. Y es innegable tu adscripción a lo autobiográfico. ¿De qué forma te gusta pensar tu ficción? ¿Cómo la pensás dentro de la literatura argentina de los últimos tiempos?

–Estudié letras, me gusta la literatura en sus géneros, los clásicos, los policiales. De todos los autores, no escondo mi debilidad por los cuentistas yanquis, fui profe de literatura norteamericana, todo el siglo XIX–XX. Hemingway, Scott Fitzgerald, Dorothy Parker, Carson McCullers, William Goyen, Cheever, Carver, Tobías Wolf, Stephen King, Joyce Carol Oates.Es una lista interminable y todo eso es ineludible que se filtre en mi escritura. Lo autobiográfico me parece algo válido, es un espíritu de época, que desde hace diez años asoma con fuerza en la literatura argentina. Detecto hoy dos zonas: lo autobiográfico y la literatura de géneros, con narrativas que rompen el realismo. Me gustan ambas cosas y en mi universo de Villa Celina se mezclan, es el barrio donde yo me crie y está mi alter ego, pero al mismo tiempo me gusta ir hacia los géneros, como la fantasía y la ciencia ficción. Es como una síntesis que me representa. Pienso que post 2001 se notó una democratización del acceso a las publicaciones, sobre todo con la herramienta de internet, yo pertenezco a la generación de los blogs. Y por otra parte, casi como si fuera una fábrica recuperada, la literatura argentina floreció con editoriales independientes, con la poesía oral, las ferias, las movidas literarias, todo eso genera una efervescencia y un under que es muy saludable. Como también los talleres literarios, que es algo muy nuestro, la multiplicación de estos espacios, como semillero, dispara autores y lecturas. Recuerdo un caso como Lucía Berlín, que se empezó a leer mucho en los talleres y después vinieron sus traducciones. En la literatura argentina actual hay una convergencia muy diversa, con distintos estilos y estéticas, aunque por momento noto que abunda demasiado la escritura del yo, casi como una moda. Y en la escritura del conurbano, que es donde me gusta estar, aparecieron relatos imaginativos, historias de zombis y superhéroes más allá de la mimesis de la marginalidad, con una ocurrencia épica por sobre la inseguridad televisiva y los estigmas, distinta a la de la gran ciudad.

Juan D. Incardona. Foto: archivo Clarín.Juan D. Incardona. Foto: archivo Clarín.
  • Nació en 1971. Dirigió la revista el interpretador.
  • Publicó Objetos maravillosos (2007), Villa Celina (2008), El campito (2009), Rock barrial (2010), Amor bajo cero (2013), Las estrellas federales (2016) y cuentos en distintas antologías.
  • Actualmente, dicta talleres literarios, coordina un ciclo de cine en el ECuNHi (Espacio Cultural Nuestros Hijos) y realiza actividades en escuelas y bibliotecas populares, en representación de la conabip (Comisión Nacional de Bibliotecas Populares).

Quebranto, de Juan Diego Incardona (Interzona)


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