
Salir al mar a encontrarse con ellos es una experiencia diferente a todo. Los delfines que viven en el Golfo de San Matías son grandes anfitriones. Cuando las embarcaciones se acercan al lugar en el que disfrutan de un gran banquete, se nadan hacia ellos, dan saltos de bienvenida, juegan y hasta parecen hablar en su idioma a los turistas que los observan con una sonrisa, preguntándose: ¿qué les estarán queriendo decir esas simáticas criaturas?
Agustín Baraschi es uno de los prestadores de excursiones embarcadas de avistaje de fauna marina en Las Grutas. Con Atlántico Avistajes, desde Las Coloradas, salen en su búsqueda. Y entonces, de pronto, irrumpen: dorsales que cortan el agua como cuchillas de plata, saltos limpios, pequeños chapoteos que pintan destellos de espuma y sorprenden a todos, incluso a ellos, por más que el tiempo en el mar y las miles de imágenes increíbles marquen una larga historia pintada de azul.
“Son las estrellas de la excursión”, explica Baraschi mientras señala el punto donde el fondo marino cae en profundidad. “La gente tiene una fascinación especial por los delfines, sobre todo por el que más vemos acá. Nosotros tenemos tres especies: el delfín nariz de botella, el delfín oscuro y el delfín común. Generalmente, al que observamos con mayor frecuencia es al delfín común”.

Su presencia es parte del encanto. Lo que los diferencia no es sólo su abundancia en la zona: los grupos, de veinte, treinta individuos, establecen una interacción sorprendente con la embarcación. “Es un comportamiento que no tiene ningún otro animal que vemos acá. Imaginate veinte o treinta delfines alrededor del bote, saltando y metiéndose en la proa. Para los chicos es increíble, y también para los grandes”, describe.
La escena roza lo cinematográfico. Dos saltos coordinados, un cuerpo que emerge como si quisiera mirar directo a los pasajeros, gotas que vuelan en cámara lenta y explotan en risas. Hay quienes levantan el celular y capturan el instante. Otros, simplemente lo atraviesan en silencio, con la boca entreabierta.
“Siempre recordamos que son animales salvajes: lo que vemos es un espectáculo natural. Eso es lo que realmente vale de la experiencia: un animal salvaje acompañando la embarcación durante dos o tres horas”, aclara. Y entonces cuenta una postal de colección: “A veces se acercan a la cámara”.

La acústica es parte del juego. Los turistas preguntan por los sonidos agudos que parecen burbujas eléctricas. Baraschi asiente. “Muchas veces se pueden escuchar las vocalizaciones. Todos los cetáceos dependen muchísimo de la acústica para comunicarse, así que tienen una gran variedad de sonidos. Esta temporada vamos a incorporar un hidrófono para escucharlos mejor. Se conecta a una grabadora y se amplifica por un parlante”. El aparato, confiesa, está en construcción casera: componentes de música, imaginación y paciencia.
Esa zona del golfo es especial. La profundidad cae abruptamente y la cadena trófica se organiza alrededor de ese escalón. Los peces se concentran, las corrientes empujan nutrientes, llegan lobos, aves y, cada tanto, las grandes. “Es una zona con mucha disponibilidad de alimento. A veces están un poco más cerca de la costa, pero ahí casi no fallamos. Además, esos veriles atraen lobos, aves marinas y, cada tanto, alguna sorpresa: las orcas”.

El avistaje suele asociarse a las ballenas que se acaban de marchar hasta la próxima temporada y al frío, a camperas técnicas, a mar revuelto. Esta experiencia desarma prejuicios. “Muchos no imaginan que pueden vivir algo así en esta época del año. Navegar con calor es un placer”, explica Baraschi. La excursión arranca en primavera y continúa hasta otoño.
En invierno, los animales siguen aquí. Las ballenas francas, en cambio, responden a su propio calendario. “Esa sí es estacional. Tiene su temporada reproductiva y luego se retira hacia zonas de alimentación. Ahora ya se fueron; puede quedar alguna aislada, pero la temporada terminó”, resume.

Para Baraschi, el cierre es contundente: los avistajes abren una puerta hacia la mar profunda, donde el respeto es ley y la belleza, argumento. Sin escenarios artificiales, sin reflectores. Sólo un espectáculo salvaje que se repite entre acantilados y el azul que no termina.
Cómo contratar la excursión y verano en Las Grutas
Para contratar la excursión, la logística es simple y cercana. “Nos pueden buscar en Instagram como Atlántico Avistajes (@atlanticoavistajes). Dependemos siempre del clima y de armar grupos, aunque a medida que se acerca el verano eso es más fácil. Si hay gente y buen tiempo, salimos”.
El destino se mueve al ritmo de los vientos. La primavera exige paciencia: viento sur que baja la temperatura, norte que la devuelve. “Cuando se pone linda, es un placer”, asegura.

De cara al verano:
En Las Grutas, mientras tanto, los preparativos para el verano ya se perciben en pequeños gestos: la reapertura de heladerías, carteles recién pintados, gomones inflados junto al muelle. Todavía predomina la calma, pero un pulso nuevo palpita bajo la superficie.
El turismo “de cercanía” sostiene la primera etapa. “Tenemos mucho público a 400 kilómetros a la redonda: Viedma, Patagones, el Valle. Gente que se sube al auto y viene sin tanta planificación y disfruta de este tiempo de tranquilidad en las playas”, explica. En pleno verano, la todo cambia: “Por eso trabajamos en Piedras Coloradas, porque en la tercera bajada se vuelve peligroso operar por la cantidad de gente”.






