El viajero que recorra Turquía estos días encontrará en ella tanta belleza como contradicciones. Hay que esquivar, ya en los aeropuertos, no solo a los que vienen a trasplantarse pelo –los estados intermedios del proceso son dantescos– sino a los que, ufanos, dedican sus vacaciones a someterse a variopintas cirugías estéticas (algunas desafían a la mismísima ley de la gravedad). Una naturaleza privilegiada y una riquísima cultura atraen a más de 62 millones de turistas al año, récord de un país en claro progreso económico, con un boom de la construcción en varias ciudades, y del que preocupan las tendencias de su gobierno hacia el autoritarismo (cuando escribo estas líneas ya van 11 alcaldes detenidos del partido opositor, entre ellos el de Estambul).
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