El Museo de Arte Moderno de Buenos Aires inauguró Dalila Puzzovio: Autorretrato, una gran retrospectiva que recorre más de sesenta años de una figura central del arte argentino. Curada por Patricio Orellana y Pino Monkes, la muestra reúne piezas originales, reconstrucciones de obras históricas y un valioso archivo documental fruto de una extensa investigación.
Entre los hitos de la exposición sobresale la reconstrucción de tres esculturas monumentales en forma de corsés, exhibidas por primera vez desde su creación en 1965 para el Instituto Di Tella. Inspiradas en piezas ortopédicas, las estructuras contienen distintos universos en su interior: Se dan clases de tejido a mano y a máquina dialoga con las labores de la aguja tradicionalmente asignadas a las mujeres, Esfera del tiempo resguarda piezas de yeso de la artista y Jean Shrimpton, la plus belle fille du monde homenajea a la célebre modelo inglesa con tejidos y flores de crochet.

Aunque los imponentes corsés remiten a la dimensión disciplinaria de la moda, ese dispositivo que regula cuerpos y estéticas, su intervención con imágenes, obras, flores y textiles puede leerse como un gesto crítico. Al mismo tiempo que alude al control, Puzzovio también señala las grietas: los lugares desde donde el acto creativo puede desafiar las mecánicas del poder. Según la artista, fue en ese momento cuando comenzó a tematizar la moda: “ahí dejé de pedirle a los críticos de arte los prólogos y empecé a sacar los textos de la revista Vogue, porque a mí la literatura de moda me interesaba mucho”.
El mundo fashion también atraviesa su Autorretrato, obra premiada en el Di Tella en 1966. De casi siete metros de ancho, muestra a Dalila recostada en bikini sobre la arena al modo de los anuncios gráficos de la época. Sin embargo, el cuerpo que aparece en la pintura pertenece a Veruschka, la famosa modelo alemana. Fusionando su rostro con el de la modelo, Puzzovio creó una imagen monumental iluminada por bombitas al estilo de los camarines de Hollywood y rodeada de almohadones inflables. Su propuesta no solo se inscribe en una estrategia irónica de autopromoción, sino que la consagra como creadora de su propio estilo.

No era la primera vez que la artista participaba de producciones que hacían uso del lenguaje publicitario. En 1965, el afiche ¿Por qué son tan geniales?, la promocionaba junto a su marido Charlie Squirru y al artista Edgardo Giménez en un collage que emulaba los posters del cine e interpelaba a los transeúntes desde un espacio clave del centro de la Ciudad de Buenos Aires, la esquina de Viamonte y Florida.
Con su audaz forma de vestir Puzzovio se destacaba en el ambiente de la vanguardia. Minifaldas de raso, túnicas de vinilo, faldas de lamé dorado, chaquetas de piel de mono, zapatos de boxeador, impermeables de hule transparente y plataformas flúo conformaban una estética inconfundible. Uno de sus diseños más celebrados en la muestra es el vestido de pañolenci rosado que lleva su nombre, inmortalizado en la tapa de la revista Primera Plana en 1966. Un tiempo antes de que los paper dresses irrumpieran en la campaña de las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 1968 con nombres y fotos de los candidatos impresos en el frente, Dalila ya utilizaba el cuerpo vestido como un territorio desde el cual posicionarse en el núcleo mismo de la avanzada artística.

En aquella época, Puzzovio fue de las primeras en buscar patrocinadores privados para realizar sus obras. Consiguió el apoyo de la firma Grimoldi para su icónica obra Dalila Doble Plataforma, presentada en el Premio Internacional Di Tella de 1967. Confeccionados en cueros de charol de colores flúo, los zapatos diseñados por la artista combinaban las tendencias de la moda juvenil con la estética del pop. Las piezas se exhibieron en la institución artística dentro de una gran vitrina iluminada y también se vendieron en las zapaterías que Grimoldi tenía en varias ciudades del país. En esa doble inscripción espacial, las plataformas eran al mismo tiempo “arte-consumo / consumo-arte”, según palabras de la propia artista. Dalila materializaba, así, el añorado sueño vanguardista de fusionar arte y vida: la obra, además de ser observada, podía ser vivida y llevada en el cuerpo.

En medio del clima represivo de la dictadura de Onganía, Puzzovio y su marido partieron a Estados Unidos, donde trabajaron para el National Cotton Council y diseñaron más de doscientos estampados textiles. Sus creaciones lograron circulación internacional: fueron adquiridas por Oscar de la Renta, Calvin Klein y reproducidas en revistas como Vogue en Italia y Japón. Un rasgo sobresaliente que caracterizó a algunos de estos trabajos se vinculó con el interés en recuperar elementos de la cultura material cotidiana. Objetos tales como mates o floreros eran introducidos en el dominio de la tela y, despojados de su contexto habitual, adquirían una iconicidad plagada de nuevas significaciones estéticas. Al igual que en los zapatos de plataforma, la serialización de las imágenes reenviaba a la masificación propia de la industria cultural y a la omnipresencia de los objetos en la sociedad de consumo.
De regreso en Buenos Aires, Puzzovio participó junto a Edgardo Giménez en la película Psexoanálisis, dirigida por Héctor Olivera en 1968, donde se encargó del vestuario de la actriz Libertad Leblanc. También diseñó cientos de delantales para el programa de la periodista Pinky y trajes para los espectáculos del humorista Tato Bores. Además, junto con Charlie Squirru, impulsaron tres colecciones de tejidos prêt-à-porter que se vendieron la tienda Madame Frou-Frou de Rosa Bailón.

Entre esas piezas se destaca el Tricot precolombino, producido hacia 1970, que integra la línea campesino-urbana diseñada por la artista. Con mangas abiertas y pollera acampanada, la prenda fusiona motivos prehispánicos con una paleta de resonancias pop. El patrón utilizado en el tricot de lana fue especialmente adaptado a las tarjetas utilizadas para el tejido mecánico en Jacquard, asegurando la reproducción fiel y precisa de los diseños, así como también la riqueza visual del vestido.
Al ver las obras reconstruidas para la exposición Dalila confiesa: “Es un shock fuerte, pero agradable. Es como un milagro. Nunca pensé que se iban a rehacer”. Con esta exposición, el Museo Moderno no solo recupera una producción fundamental en la historia del arte argentino, sino que también invita a descubrir zonas inéditas de una artista que supo romper moldes y desafiar las convenciones desde un potente cruce entre el arte, la moda y el diseño.
Dalila Puzzovio: Autorretrato Lugar: Horario: Lunes, miércoles, jueves y viernes de 11:00 a 19:00; Sábados, domingos y feriados de 11:00 a 20:00. Entrada general: $2500 para visitantes residentes en Argentina.