Jueves, 23:38 horas. José Luis Espert, primer candidato a diputado nacional de La Libertad Avanza por la Provincia de Buenos Aires, sube a su cuenta de X un video donde da su versión sobre las denuncias que lo vinculan con un empresario investigado por lavado de dinero ligado al narcotráfico. El copy del posteo dice “Nada que esconder. No somos todos lo mismo”, buscando delimitar la divisoria de aguas que separa al oficialismo del kirchnerismo, el sector de donde provienen esas denuncias. Hoy, paradójicamente, aplicaría otra interpretación, porque en la Argentina se despliega una grieta aún más profunda: la que distingue a la dirigencia política de la opinión pública.
Durante algo más de seis minutos, quienes vemos el video, quedamos obligados a atravesar un tour de force para identificar nuevos personajes, empresarios, abogados, políticos, campañas y elecciones pasadas, mineras extranjeras, asesorías profesionales, modalidades de pago vía cuentas en el exterior, controles de operaciones financieras que rigen en Estados Unidos, viajes frustrados por la pandemia, pedidos de captura internacional y más. Es una defensa legítima, pero anclada en el pasado, atiborrada de datos tediosos y lejos de emociones que convoquen. Muchos otros ni siquiera verán el video, y solo serán testigos ocasionales y en segundo plano de las reacciones que este provoque en las redes, los medios, o eventuales conversaciones circunstanciales de poco o nulo interés personal. Otros tantos, directamente, nunca se enterarán ni de la denuncia ni del video.
Las acusaciones contra Espert se suman a una serie de operaciones y escándalos que han venido tomando impulso a medida que se acelera la carrera electoral. En conjunto, el caso Espert, el caso LIBRA y las escuchas por retornos en la agencia de discapacidad redundan en polarización e intensifican los núcleos duros a uno y otro lado la la grieta kirchnerismo o libertad, pero, sobre todo, en un profundo hastío y sentimiento de lejanía respecto al universo político entre los menos convencidos. El hecho se decodifica como un ladrillo más en el muro que separa la política en general del argentino promedio. Dos universos que coexisten en paralelo y que cada vez parecen tener menos puntos de encuentro.
Desde hace meses se vienen cristalizando en nuestro país profundos niveles de apatía ciudadana. Los niveles de participación electoral, históricamente bajos durante este 2025, son, sin duda, la evidencia más contundente de este fenómeno. El comportamiento del Índice de Irascibilidad Social (IDI), que en septiembre se ubicó en -13, un punto menos que en agosto y 12 puntos menos que a principios de año, también ayuda a decodificar el sentir de los argentinos.
El IDI fue diseñado por Casa Tres para medir la temperatura del humor de la opinión pública. Resume en una sola magnitud la información de distintas variables (como expectativas a futuro, evaluación de la gestión de gobierno, nivel de consumo, entre otras). Puede variar de -100 (el mayor nivel de malestar, crispación y refracción hacia el gobierno) a +100 (nivel óptimo de conformidad y apoyo al Gobierno). En septiembre el IDI replicó su peor marca histórica, solo alcanzada también en septiembre, pero del año pasado.
En septiembre el IDI replicó su peor marca histórica, solo alcanzada también en septiembre, pero del año pasado.
Las expectativas respecto al futuro económico del país se encuentran en su peor momento. Más allá de la economía en general, y el poder adquisitivo en particular, la corrupción se consolida en el podio de las principales preocupaciones de los argentinos. La evaluación de la gestión presidencial no logra revertir su ratio negativo, esto ha sido una constante durante todo 2025. Se deteriora, además, el nivel de consumo: casi dos de cada tres han resignado servicios o actividades en el último tiempo, principalmente ocio pero también consumo de primeras marcas e indumentaria. A pesar de todo pronóstico, la esperanza sigue encabezando el podio de las emociones, sostenida por el 41% de los argentinos, principalmente los jóvenes y los votantes de Milei y Bullrich en las generales 2023. Aun así, un humor social deteriorado es claramente una mala señal para un gobierno.
Esto tampoco opera como un whitewashing del kirchnerismo, la principal fuerza opositora. Porque a casi dos años de la gestión Milei, son más quienes imputan la responsabilidad de la situación económica a Sergio Massa que a la gestión actual. La dirigencia en su conjunto, tanto oficialismo como oposición, alcanza ratios negativos de imagen. No hay suma cero: hay desgaste para el sistema en su conjunto.
Los jóvenes siguen encarnando el principal bastión del apoyo a la gestión libertaria y el único segmento sociodemográfico que durante septiembre alcanzó valores positivos de IDI. También el IDI muestra un mejor desempeño en hombres respecto a mujeres. Según nivel socioeconómico, el IDI alcanza sus mejores marcas en el nivel alto, y en esta medición se deteriora en el nivel medio. Su peor marca, como es de esperar, se da del otro lado de la grieta, entre los votantes de Massa donde el IDI araña los casi -80 puntos. Los kirchneristas están más irascibles que nunca antes.
A tres semanas de las legislativas, el Gobierno sigue atrapado en la lógica de los ataques y los errores propios que lo debilitan y le impiden salir del área chica. En este tramo final, necesita recuperar la iniciativa y volver a enfocarse en lo que realmente interpela y convoca al electorado afín.