Estamos locos. Antes el despertador era sinónimo de incordio, pereza, y época laboral. Sonaba el timbre, o la música que elegiste con la esperanza de un dulce despertar pero que solías acabar odiando, y tocaba saltar de la cama e iniciar los pequeños gestos de la rutina. Vivimos esclavizados por los horarios durante casi todos los meses del año. Sin embargo, en agosto solía ser distinto. Se abría un paréntesis de calma y de fiesta, de mar y alegría de vivir, de siestas perezosas y madrugadas de música.
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