“Estos cirujanos que entran a una mente ajena como quien entra a una zapatería, ¿de qué hablarán mientras tanto? ¿Repasarán sus fines de semana? ¿Contarán anécdotas de Tinder? ¿Se recomendarán series en Netflix? ¿Harán chistes malos sobre el paciente? ¿Se burlarán de las facciones dormidas de mi viejo? ¿Harán apuestas sobre lo que están a punto de encontrar?”. Todo esto se pregunta el narrador de El doctor Álvarez contra los All Blacks (Planeta, 2025), la nueva novela de Iván Noble, autor también de Como el cangrejo. Bitácora emocional de gira (Galerna, 2017) y el libro de poesías De tal palo, compartido con ¡Basta de escribir novelas!, de Washignton Cucurto, (Garrincha Club, 2013). Es un hombre que, a punto de cumplir cincuenta años, recibe una noticia trágica y brutal: su padre tiene un tumor cerebral maligno, muy agresivo, y le quedan pocos meses de vida.
Noble fue líder de la banda de rock Los caballeros de la quema entre 1989 y 2001 y luego se dedicó a su carrera de músico solista. «Avanti morocha», incluida en el disco La paciencia de la araña, de 1998, que vendió 30 mil copias, es quizás su hit más recordado, y otro de sus grandes éxitos, en este caso de su etapa solista, fue «Bienbenito», una canción del disco Intemperie, de 2007, dedicada a su hijo. “Tu sonrisa se hizo el pan con dulce de mis mañanas / Todavía no sé nombrar este amor que me desarma/ Cuando te veo así, panzón y filibustero/ lo único que me importa, ahora sí, es llegar a viejo”, dicen sus primeros versos.
Un recorrido luminoso
En esta experiencia de escritura de largo aliento Noble parece sentirse tan cómodo como al escribir canciones. En El doctor Álvarez contra los All Blacks narra en clave autobiográfica la enfermedad y muerte de su padre –los últimos tiempos de la familia de cuatro integrantes como tal, las reflexiones de un hijo adulto ante su inminente nueva condición de huérfano y, a la vez, de mayor referente masculino en el grupo – pero también es un recorrido luminoso a través de la vida de este padre que fue médico dermatólogo en hospitales municipales y salitas de barrio, y del entrañable vínculo que mantuvo con su hijo varón –así como con su hija, aunque en este caso aparezca en un segundo plano– y la incondicionalidad con su mujer, con quien vivió siempre en la misma casa de la zona oeste de la Provincia de Buenos Aires.
Desde esa casa salió el Iván niño con su familia a pasar por única vez la Nochebuena en el Hospitalito de Ituzaingó en el que a su padre le tocaba hacer guardia. En esa casa, ya de adulto, pasó la última Nochebuena en familia y con él.

“Mi vieja desmenuzaba en silencio un arrollado de pollo como una madre laboriosa preparando la vianda del colegio. Era prácticamente en vano, todos sabíamos que mi viejo había ido disminuyendo su apetito casi hasta el borde del ayuno. Apenas probaba las comidas, incluso sus más preciadas. Le pregunté si quería escuchar algo de música y él apenas levantó los ojos para responder un “bueno” inaudible. Puse un CD de Louis Armstrong con la esperanza de que le cambiara el ánimo, pero espié su reacción y no hubo ninguna”.
La música está presente a lo largo del relato, como en los tangos de Edmundo Rivero que el narrador pasa en la habitación de la clínica en la que su padre está internado, o cuando cuenta con minuciosidad el momento en el que a su progenitor le cuesta hacerse entender, pero finalmente, con gran perseverancia, lo consigue.
La palabra que quería decir era “Gardel”. “¿Cuál habrá sido la última canción que disfrutó?”, se pregunta el hijo y reflexiona: “Mi viejo, cuando le gustaban, las sonreía en silencio”.
La Momia Blanca contra la Momia Negra.
En dos temporalidades distintas, el relato oscila entre la enfermedad, internación y los últimos momentos vividos con su padre en familia y los recuerdos de la infancia junto a él, como cuando, cerca de los cinco años, el doctor Álvarez había comprado entradas para ir juntos a ver una gran pelea de Titanes en el Ring: la Momia Blanca contra la Momia Negra.

Durante la noche anterior él no durmió, primero por la emoción pero después porque se sentía realmente mal, hasta que por la mañana se confirmó el diagnóstico: fiebre. El padre le dijo que lo llevaría a ver la próxima pelea y él insistía en que tenía que ser esa vez, suplicaba que lo llevara igual.
Tras vencer la resistencia de los adultos –la madre abandonó la lucha de mantener al hijo a resguardo por cansancio– llegaron un vaso de jugo Tang y una aspirineta en manos de su padre, que dieron por ganada la batalla al pequeño Iván, quien logró ir con él, feliz a pesar de la noche en vela y abrigado hasta los dientes, a ver a sus ídolos de la televisión.
Robinson Crusoe en pantuflas
“Un Robinson Crusoe en pantuflas, ese era él. Si le hubiesen dado un baúl de inmigrante para cargar sus cosas más preciadas, le hubiese sobrado la mitad del espacio. Y lo primero que hubiese metido habría sido a mi vieja”, reflexiona el narrador en un momento, trazando un resumen del perfil del padre que desarrolla a lo largo de las páginas El doctor Álvarez contra los All Blacks, un libro escrito desde el amor y la tristeza del frontman de una banda que, aún cuando la situación ya era de gravedad extrema, se presentó con su banda ante un público multitudinario en un recital muy importante que decidió brindar igual.
“Había participado de los últimos ensayos tratando de convencerme de que hacía lo que mi viejo hubiese querido que haga: me iba directo del hospital, llegaba a la sala, me calzaba la guitarra y ponía mi cabeza en piloto automático para cantar. Dejaba mi celular apoyado en la funda de la guitarra, al pie del micrófono, y cada vez que se encendía la pantalla me agachaba a mirar pensando que, esta vez sí, llegaba el mensaje que me avisaba que se había terminado todo”.
Todas las cámaras lo enfocaban, las luces lo iluminaban y los celulares le apuntaban. Pero, aún sobre el escenario, era un hijo roto por dentro, esperando que en cualquier momento le avisaran que su padre ya no habitaba más este mundo.
El doctor Álvarez contra los All Blacks, de Iván Noble (Planeta).