El desarrollo del pensamiento computacional, que tiene una conexión intrínseca con la informática, permite a los estudiantes adquirir destrezas para la resolución de problemas de manera eficiente. Para este propósito, el popular videojuego “Minecraft” se ha convertido en un gran aliado.
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12 de octubre de 2025 12:00
Por Robert Bourgoing (@robertb_py)
Cada generación suele estar marcada por un evento de gran trascendencia o, en todo caso, por alguna moda que adquiere protagonismo y aceptación entre el público. En el caso de los videojuegos, podríamos citar como grandes protagonistas a “Super Mario Bros” y “Tetris” a finales de los 80, “Doom” a inicios de los 90 y “World of Warcraft” a inicios de los 2000.
La diversificación de las consolas y soportes para videojuegos, sumada al cada vez mayor perfeccionamiento y nivel de detalle en el producto final, dieron a la “nueva camada” de gamers -en su mayoría niños y jóvenes- una oferta que supera ampliamente a la existente décadas atrás.
En este apartado se debe mencionar obligadamente a “Minecraft”, un videojuego que redefinió el juego colaborativo en línea, convirtiéndose en uno de los más vendidos de la historia. Con su característico mundo de bloques y animaciones al estilo 3D, ha logrado sumar más de 350 millones de copias comercializadas en todas las plataformas, que incluyen PC, Xbox, PlayStation y Nintendo Switch.
¿Qué relación podría tener un juego de este tipo con el desarrollo de habilidades en los estudiantes? Aunque pueda sonar contradictorio, la realidad es más de lo que uno podría pensar.
Existe una rama conocida como “pensamiento computacional”, que consiste en el proceso de resolución de problemas basado en principios de la informática, como la lógica. En esencia, consiste en “descomponer” un problema grande y complejo en partes más pequeñas y manejables, lo cual facilita el análisis y la resolución de cada componente de manera individual.
En las aulas, Minecraft Education es utilizado como una herramienta educativa, sobre todo con estudiantes de carreras afines a la computación. Desde su experiencia, la Mag. Ángeles Núñez, docente del Bachillerato Técnico en Informática (BTI) del Colegio Nacional “Pablo Patricio Bogarín” de Ñemby, destaca la eficacia de esta plataforma, que empezó a implementar en sus clases desde este año.
“Ellos tenían el reto de crear una misión jesuítica, a mis alumnos les tocó la Misión Jesuítica de Trinidad. Tenían que programar algunas cosas que debía tener la misión, los NPC (jugadores no jugables), agregar cosas interactivas, realizar videos, insertar enlaces, entre otras cosas”, explicó a HOY.
Con este trabajo, los estudiantes secundarios se vieron desafiados a desarrollar habilidades conectadas con el pensamiento computacional, afianzando su capacidad de trabajo en equipo y, a su vez, la resolución de conflictos y problemas de manera asertiva.
Otras instituciones educativas donde desarrollan programas curriculares sobre informática y robótica también aplican Minecraft Education, teniendo en cuenta el enorme potencial que posee el uso de esta edición del videojuego para mejorar las capacidades de los alumnos, logrando entretenerse mientras aprenden.
“Cuando hablamos de pensamiento computacional, hablamos de un enfoque que nos enseña a resolver problemas. En informática es fundamental porque nosotros descomponemos los datos y luego los analizamos para llegar a un resultado”, explicó la maestra, quien posee una Maestria en Tecnología Educativa internacional.
La identificación precisa de un problema es uno de los aspectos esenciales cuando se trabaja para fomentar el pensamiento computacional, indicó, ya que se trabaja con los estudiantes para desmenuzar cada punto y luego buscar una resolución final.
Por ejemplo, si un jugador que quiere construir una granja automática en Minecraft, primero debe desglosar el problema en tareas más pequeñas y manejables. Esto podría incluir la creación de un sistema de recolección, un mecanismo de plantación y un sistema de almacenamiento.
Trasladando esto a la vida real, la habilidad de dividir grandes proyectos en pasos más pequeños puede ser crucial a la hora de planificar tareas complejas del día a día, como la organización de un evento o un proyecto escolar.
Justamente, uno de los beneficios del pensamiento computacional es el desarrollo de habilidades para resolver problemas, no solo matemáticos o algorítmicos, sino también “para la vida”, sostuvo Núñez, además de fomentar la creatividad, ya que se trabaja continuamente en las estrategias de resolución, con una o varias soluciones para tener un mismo resultado.
Otra habilidad que se desarrolla es el reconocimiento de patrones, lo cual implica identificar similitudes, tendencias o características recurrentes dentro de un problema. En el videojuego, los jugadores identifican patrones al trabajar con materiales, por ejemplo, al aprender qué combinaciones de crafteo producen diferentes objetos o analizar si la misma secuencia de bloques se puede usar para construir varias casas idénticas.
En Minecraft, un jugador puede usar lo que se conoce como “redstone” (mineral que se puede minar para obtener un polvo rojo) para crear circuitos lógicos que automatizan tareas. Para ello, debe diseñar una secuencia de pasos para que el sistema funcione, como abrir una puerta automáticamente o activar un dispensador. De esta manera, el participante diseña un algoritmo para que el juego ejecute una acción compleja.
“Ellos buscan la mejor forma de resolver ejercicios mediante programación. Cuando hablamos de pensamiento computacional, no solo hablamos de saber programar, sino también pueden aprender varias cosas. En clase, usamos la metodología basada en retos, le damos un proyecto y tratan de ejecutarlo, buscando la mejor solución, generalmente en equipo”, manifestó Núñez.
Donde muchos ven un simple videojuego, otros aprovechan para crear y educar, transformando las mentes de numerosos estudiantes a través de la tecnología y la innovación.
¿Otro feminicidio sin resolver?: el pedido de justicia, mientras el acusado no rinde cuentas
Similar a un caso abordado semanas atrás, se trata de otra causa en la que la mujer no tuvo tiempo de salvarse, mientras que el acusado no rinde cuentas ante la justicia.
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12 de octubre de 2025 09:00
En ediciones anteriores, expusimos el caso de Zulma Beatriz Chávez, quien fue asesinada tras varios hechos sucesivos de violencia intrafamiliar. El acusado, su expareja, logró zafar de prisión mediante maniobras fiscales que facilitaron que hoy esté en condición de prófugo.
Y si hablamos de justicia, o mejor dicho, injusticia, cómo no exponer el caso Jessica Duarte Scappini, quien falleció en octubre del 2024, en medio de denuncias por brutales agresiones propiciadas por su expareja, Miguel Darío Sánchez Romero. Sin embargo, la autopsia arrojó como resultado y causa de muerte la enfermedad de púrpura trombocitopénica fulminante.
A pesar de las pruebas contundentes de agresiones sufridas, previas al fallecimiento, el acusado fue procesado y condenado a dos años de pena privativa de libertad por violencia familiar. Esta sentencia significó la no ida a prisión a cambio de ciertas reglas de conducta.
Desde la familia de la víctima desde un principio hubo indignación por el mal manejo del caso por parte del Ministerio Público. “A mi mamá la mataron. Cambió la vida de toda mi familia. Ella físicamente no está presente en nuestras vidas, pero no hay un día que no le recuerde y que no le tenga presente en las decisiones que debo tomar”, lamentó Paula Chávez, hija de la víctima.
Paula recordó que el pasado 1 de octubre hubiera sido un cumpleaños más de su madre, pero se convirtió en una fecha de suma tristeza para toda la familia, en medio de la decepción por la justicia, la inacción del Ministerio de la Mujer y por cada caso de feminicidio que sigue ocurriendo, sin que llegue a una resolución
“Fue asqueroso cómo la Fiscalía manejó el caso, especialmente porque eran mujeres y no le defendieron a mi mamá. Prefieren defender a un asesino y no cuidar a la víctima”, reclamó la joven, que también es considerada víctima, ya que perdió nada más y nada menos que a su madre en una situación que se podía prever en caso de que hubiera una acción de los encargados de velar por la seguridad e integridad de la mujer.
La estupidez como la gran fuerza influyente del siglo XXI
Cuando Dietrich Bonhoeffer (1906-1945) habló de “estupidez” no se refería a la carencia de inteligencia ni al insulto, sino a la ceguera moral que hace a la persona incapaz de distinguir entre lo bueno y lo malo, la verdad y la mentira, la justicia e injusticia.
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11 de octubre de 2025 09:40
Por Gonzalo Cáceres – periodista
Este teólogo luterano alemán, ejecutado por resistir al nazismo, dejó una frase perfectamente aplicable a nuestro tiempo: “La estupidez es un enemigo más peligroso que la maldad”.
CONTEXTO
El diagnóstico de Bonhoeffer surgió en un momento de oscuridad. Alemania se había dejado consumir por la ideología nazi y millones de ciudadanos “respetables” pasaron a ser cómplices de los injustificable. Bonhoeffer intentaba entender cómo fue posible.
Es así que concluyó que el problema no era solo la maldad enfocada y organizada, sino la pasividad que surge cuando la gente deja de pensar por sí misma y repite lo que escucha; lo que tranquiliza, lo que agrada a las masas.
Ocho décadas después, el mundo vive una mutación de esa misma situación, pero ya no a través de dictadores con discursos incendiarios ni concentraciones faraónicas; ahora basta con un celular. Porque la estupidez se difunde en línea.
FAKE NEWS
La estupidez no es un defecto de inteligencia. Las personas estúpidas -decía Bonhoeffer- pueden razonar, pero no lo hacen… o prefieren limitarse. En la era digital, las fake news son el síntoma más evidente.
Las fake news no ganan repercusión porque sean creíbles, sino porque confirman lo que “ya” queremos creer. En las redes sociales, el internauta comparte sin leer, opina sin conocimiento de causa y se indigna con entusiasmo, casi de forma automática. Cada rejunte de líneas (o vídeos/audios) encuentra eco no por su contenido, sino por su función emocional.
Bonhoeffer habría detectado de inmediato este sistema. En su análisis del totalitarismo, explicó que los regímenes fabrican estupidez promoviendo obediencia. Es decir, el individuo, al identificarse con el grupo (nación, raza o el partido político, etc.), se vuelve incapaz de sentar criterio de forma independiente. En lugar de preguntarse si algo es cierto, se cuestiona si “suena correcto” (según el tono del grupo).
Hoy, las redes sociales se han transformado en espacios donde la pertenencia vale más que la verdad, o la razón. Y la verdad, como concepto, pierde valor. No importa si una información es falsa; lo importante es que “sirva” para evidenciar (derrotar) al otro (el enemigo).
Así, la estupidez pasa a ser una estrategia política y una fuerza influyente.
Las fake news parte de la base de que el público no quiere pensar, sino sentir, y sentir muy rápido. Bonhoeffer, desde su celda, habría entendido el peligro: un pueblo emocionalmente manipulado no necesita ser reprimido; se reprime a sí mismo.
CUANDO LA FE PIERDE LA RAZÓN
Bonhoeffer fue un hombre profundamente religioso, pero no servil. Desconfiaba de los supuestos de la Iglesia usada como instrumento de poder. Criticaba a los cristianos que, en vez de actuar, se encerraban en templos a “esperar la voluntad de Dios”, mientras el mundo sucumbía al delirio de unos pocos. Para él, la fe auténtica implicaba pensar responsablemente ante Dios y ante el prójimo.
El fanatismo religioso contemporáneo (cristiano, judío, musulman o de cualquier otro credo) se alimenta del mismo impulso que Bonhoeffer describió: el reemplazo de la conciencia por la consigna. En muchos casos, la fe se convirtió en una forma de identidad tribal. Se la defiende no porque uno crea en un Dios, sino porque ese Dios “representa” un fin (que tiene que ver con el “más acá” y no con el “más allá”).
Bonhoeffer advirtió que ese tipo de “religiosidad” es peligrosa porque anula la responsabilidad personal. El fanático se siente exento de culpa, porque todo lo hace “en nombre de Dios”, por su “obra”. Y así, puede justificar violencia, exclusión y los actos más aberrantes hacia sus semejantes.
La estupidez, cuando se reviste de religiosidad, se vuelve casi invencible: no hay argumento racional que pueda tocar lo que se percibe como “voluntad divina”. Por eso Bonhoeffer insistía en que la verdadera fe “necesita razón”.
“Sin pensamiento, la religión se degrada en superstición; sin compasión, se vuelve ideología”, escribió.
POLARIZACIÓN
Tras años de constante involución, el debate político mundial se convirtió en un campo de batalla emocional: las ideas fueron superpuestas por consignas, los argumentos por insultos; dando lugar a la tóxica guerra simbólica entre “los nuestros” y “los otros”.
Bonhoeffer decía que “el poder necesita la estupidez de los otros”, no hablaba solo de dictaduras y líderes cuestionables. Toda forma de poder, incluso en democracia, tiende a producir su propio tipo de estupidez.
La polarización política es, entonces, una industria de la estupidez colectiva. Divide el mundo en dos mitades morales: los buenos y los malos, los patriotas y los traidores, los creyentes y los ateos, los progresistas y los reaccionarios.
Las fake news prosperan entonces porque confirman el prejuicio del grupo. El fanatismo religioso se mezcla con el discurso político y se transforma en bandera. La persona ya no elige sus ideas: sus ideas la eligen a ella.
La velocidad de las redes, el ritmo de las noticias, la presión de las identidades políticas, y los intereses encontrados, todo empuja al individuo a reaccionar, no a reflexionar. El resultado de este ritmo es un tipo de ciudadano huérfano de diálogo, incapaz de confrontar ideas en un marco de respeto, tolerancia y decencia. La política deja de ser un espacio para buscar soluciones comunes y se convierte en un espectáculo de resentimientos.
Bonhoeffer no era un pesimista, creía que la estupidez podía superarse. Pero no por medio de la violencia ni de la propaganda contraria: “Solo un acto de liberación interior puede vencer la estupidez”. Confiaba en que cada persona, al recuperar su responsabilidad moral, podía resistir la manipulación.
Bonhoeffer escribió sus memorias en una celda, sin saber si saldría con vida. Pero su pensamiento sobrevivió porque captura lo esencial: la responsabilidad del ser humano frente a su propia conciencia.
Nunca tuvimos tanta información, y nunca fuimos tan vulnerables a la mentira. Nunca hubo tantas voces, y tan poca comprensión. Nunca tanta fe, y tan poca compasión. La estupidez de nuestro tiempo no lleva uniforme ni brazalete. Se viste de hashtags, de profetas piadosos y de certeza diplomática.
Hay que detenerse, pensar y preguntarse si lo que uno repite tiene sentido, si aquella nota/audio/vídeo hace bien o daño. Al fin y al cabo, la libertad se conquista con actos de conciencia.
El mensaje de Dietrich Bonhoeffer resuena más actual que nunca.
“No es que hoy hay más autistas, siempre existieron”
Recibir el diagnóstico de que un hijo es autista, disléxico o tiene TDAH suele generar miedo, dudas e incertidumbre en muchas familias. Sin embargo, la psicopedagoga Dafne Santana Alemán, especialista en acompañamiento a familias con miembros neurodivergentes, insiste en que el cambio de mirada es la clave para dejar de ver la neurodivergencia como enfermedad para empezar a reconocerla como una forma distinta de existir.
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5 de octubre de 2025 10:00
De lo patológico a lo neuroafirmativo. “Cuando hablamos de neurodivergencia, no hablamos de curar ni de normalizar. Hablamos de brindar herramientas a la persona y a su entorno para que pueda desarrollarse en su máximo potencial”, explicó Santana en el programa Residentas, del canal GEN.
El mayor temor de los padres, dice, no surge del diagnóstico en sí, sino de los prejuicios sociales. “Las familias sienten miedo al rechazo, especialmente en la escuela o en espacios cotidianos como un supermercado. Ese miedo es producto de la desinformación”.
La especialista propone incluso cambiar el lenguaje, pasando del diagnóstico a la identificación del autismo. “Decir diagnóstico suena a enfermedad. La persona nace siendo autista, por ejemplo, no es algo que aparece después. Lo que hacemos es identificar señales en su desarrollo, y eso no debe vivirse como un estigma”, afirmó.
El acompañamiento familiar busca transformar la angustia inicial en orgullo. “Cuando los padres entienden que su hijo puede lograr muchas cosas, aunque sea a su manera, cambian la mirada. Y es fundamental que el niño se sienta orgulloso de ser autista”, recalcó.
Santana destacó que cada vez más adultos se identifican como neurodivergentes.“Muchos llegan después de acompañar a sus hijos en el proceso. Otros lo hacen porque sienten que las explicaciones anteriores no encajaban con su forma de ser. No es que hoy haya más autistas, es que siempre existieron, ahora hay más información”, aclaró.
Las mujeres autistas, por ejemplo, estuvieron mucho tiempo invisibilizadas por no encajar en los criterios tradicionales de evaluación. “Se las veía como ‘demasiado perfeccionistas’, pero en realidad su perfil quedaba fuera de los cuestionarios pensados para varones”, puntualizó.
Para Santana, la inclusión no basta. “La inclusión suena a favor. Yo apuesto por la participación plena, porque es un derecho humano. El entorno es el que discapacita cuando no ofrece ajustes. Una persona en silla de ruedas no sube una escalera porque el entorno no tiene rampa. Lo mismo ocurre con las personas neurodivergentes en la escuela o en el trabajo”.
Esto implica capacitar docentes, reducir el número de alumnos por aula y ofrecer sistemas aumentativos de comunicación a quienes lo necesiten. “No todos van a hablar con palabras, algunos se expresan con pictogramas o tablets, y eso también es comunicación válida”, señaló.
Respecto a los llamados “grados de autismo”, Santana prefiere hablar de apoyos necesarios. “Un mismo niño puede ser considerado de grado tres si no tiene herramientas de comunicación, pero con el apoyo adecuado pasa a grado uno. Los grados sirven para la burocracia, no para definir el valor de una persona”, sostuvo.
El objetivo final es que la diversidad deje de ser vista como excepción. “Si los niños crecen compartiendo con compañeros que se comunican distinto, no habrá prejuicios en la adultez. Ese es el camino hacia una sociedad realmente heterogénea y respetuosa”, señaló.