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sábado, abril 19, 2025

Diego Angelino y sus ‘Cuentos completos’: el legado oculto de un narrador esencial

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Es 1974 y las botamangas de Diego Angelino (Entre Ríos, 1944) lo saben. En el anexo de sus Cuentos completos (Eterna Cadencia), tres fotos lo muestran junto al ilustre jurado que ha premiado Antes de que amanezca, su primer libro de cuentos. Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Alicia Jurado y Eduardo Mallea lo rodean con cortesía, mientras Angelino habita con incomodidad esos paréntesis del espacio-tiempo que son este tipo de ceremonias.

Diego Angelino. Foto: Instagram.
Diego Angelino. Foto: Instagram.

En los relatos, Borges ha augurado “una visión nueva del campo argentino”. Bioy Casares ha saludado la tierra ficticia de Campo del Banco, donde transcurren las historias, hecha de retazos de memoria infantil («¡Se escribe mejor sobre lo que está olvidado!»). Los elogios se suman al aliento del año anterior, manuscrito de Victoria Ocampo, por el que lo comprometía a seguir escribiendo. “Me gusta cierta simplicidad directa y la manera de contar”, le decía en una carta que también se reproduce al final de esta edición.

Y Angelino siguió escribiendo. Publicó las novelas Sobre la tierra (de 1979, especie de extensión de uno de los cuentos premiados), Recordando en el viento (de 1983, sobre la vida de Juana Sosa de Canosa, madre de Juan Domingo Perón), El bumerang vuelve al cazador (de 2017, finalista del Premio Herralde) y Al país de las guerras (2019). También los relatos reunidos en la antología Escrituras (2011), aunque siempre por debajo del radar de las grandes editoriales porteñas.

Hasta existe una novela inédita, Al sur del sur, que fue recomendada con el premio América Latina por Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar y Rodolfo Walsh como jurados. Relocalizado en la Patagonia, donde hoy reside, Angelino alimentó lo que él llama la “irreconciliable guerra de hachazos contra puñaladas” entre el trabajo y la literatura. Fue bibliotecario, empleado de Justicia y gerente de un cine incluso después de abrir, junto a su esposa, un vivero que aún hoy los ocupa en El Bolsón.

Veinte narraciones

Estos Cuentos completos abarcan esa producción desde comienzos de los setenta hasta los albores del nuevo siglo. Son veinte narraciones, en su mayoría breves, en las que el escritor entrerriano despliega su imaginario reverberante, un eco largo de la percepción novel y apenas fantástica del joven que conoció la campaña aguada de su tierra de origen.

Diego Angelino. Foto: gentileza editorial.Diego Angelino. Foto: gentileza editorial.

Un “bagaje incierto” como lo llama Angelino, y que no es solo observación. Es también escucha, que se compone a la narración en los giros del habla coloquial, la diversidad gramática de los diálogos y la puntería cazadora para el vocabulario telúrico.

Pero sobre todo un tempo, sobre el que puntualiza Martín Kohan en el prólogo, que hace de estos cuentos una forma de vocalización de una mitología rural fraudulenta pero real: el mundo de Angelino se articula naturalmente, como una cascada de pequeñas historias subordinadas que, al final, construyen esa visión nueva que avizoró Borges.

Desde la centralidad porteña, Borges había subrayado que la renovación de Angelino estaba en mirar “desde adentro” el campo argentino. Se entiende por qué: la inhallable Campo del Banco le sirve a Angelino para hablar de una comunidad, de un tipo de tejido social espaciado pero tensado por un destino compartido.

Los personajes e instituciones que se cruzan e interconectan –al almacén, las familias, los caminos– anclan la acción, pero también dan un marco para su habilidad como narrador. Angelino juega a ser un Dios sin omnisciencia, con Campo del Banco y sus adyacencias como tablero y las vidas de sus pobladores, en apariencia corrientes, como fichas.

La acción de unas determina la suerte de otras, y en cada una parece estar la memoria de muchas otras que se han perdido. Es esa memoria comunal la que alimenta la visión panorámica y el saber profundo del narrador, quizás el verdadero protagonista de estas historias.

Hay jóvenes que fugan, ancianos que desfallecen, padres piadosos, baquianos peleadores, viudas perpetuas, vecinos en pugna y varios personajes de paso: soldados, músicos, mercaderes, batallones completos.

Como se trata de la reproducción de una memoria común, con sus baches y deformaciones, en Campo del Banco no hay tiempo. O hay un tiempo propio. La acción puede referir a una época de guerras intestinas, a una de ocupación pacífica o a cierta contemporaneidad. Lo que no marcan los calendarios lo marca la muerte, ese destino compartido que se aparece acá y allá como límite y culminación de vidas que por no decir nada dicen todo: qué es esta existencia, qué esperamos de ella, cómo resolvemos su tránsito.

Sin rimbombancia

Hay muchas muertes en la literatura de Angelino pero siempre ocurren sin rimbombancia. Como si se tratara de un desenlace en todo momento esperable, y como un instante que ilumina en retrospectiva la experiencia vital. ¿La vida como espera?

Quizás sea mucho decir, pero si hay una espiritualidad en su literatura tiene más que ver con esa contemplación de lo irrelevante y el vacío como cuña de las trascendencia, antes que en las vidas post mortem. Angelino vuelve sobre los personajes que desesperan.

Hombres y mujeres que viven una ansiedad pasiva, una desesperación lenta devenida de distintos atrapamientos irresueltos. Por eso también hay tantas fugas, también lentas, como de quien no quiere irse del todo. Porque lo que sigue es la nada.

Diego Angelino junto a Jorge Luis Borges durante la entrega del premio La Nación. Foto: gentileza editorial.Diego Angelino junto a Jorge Luis Borges durante la entrega del premio La Nación. Foto: gentileza editorial.

“La indecisa levedad de los recuerdos” con la que trabaja Angelino se afila en los cuentos finales, en especial el último de la selección, localizado ya en la vastedad patagónica. El cambio de registro que se advierte en el orden propuesto por Javier Berdichesky, quien estuvo al cuidado de la edición, se condensa en Evelyn Thomas: una historia ramificada en los vericuetos de una familia galesa que, como si fueran los Buendía, cubren la tradición y el mito, una geografía y sus saltos en el tiempo.

Con una palabra (gluten), Angelino enlaza épocas y generaciones. Y por fin, entre el humor silencioso que vive en los vacíos y la ironía del chisme, deja pasar un pensamiento que quizás lo incluya, el del poeta cachorro que descubre que todos su colegas “en realidad se han apropiado de palabras que pertenecen al habla de la gente, o en todo caso a la narrativa”.

Lo que les trae una sensación de inutilidad de la que “apostatan o reniegan”, anota Angelino, que no hace ni una cosa ni la otra: sigue escribiendo.

Cuentos completos, de Diego Angelino (Eterna Cadencia).

Redacción

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