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martes, septiembre 23, 2025

Diego Capusotto inédito: Qué piensa del humor político de hoy, cómo creó sus personajes más icónicos y qué siente al compartir escenario con su hija

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Diego Capusotto nunca dejó de ser un personaje. Con el pelo largo y blanco, anillos en casi todos los dedos y un estilo entre metalero y hippie, todavía guarda en sus gestos la mueca de Violencia Rivas y el desenfreno de Pomelo. Restos de una identidad que él mismo construyó y que hoy lo trasciende, como si hubiera quedado tatuada en la memoria colectiva. Figura central del humor argentino, su nombre se enlaza con programas que marcaron época: Cha Cha Cha, Todo por 2 pesos, donde compartió la dupla creativa con Fabio Alberti y, más tarde, Peter Capusotto y sus videos. Todos forman parte de un archivo que aún circula con fuerza en redes y que sigue cosechando nuevas generaciones de fanáticos.

Aunque siempre es bienvenido su regreso, Capusotto cree que no todo contexto necesita de la sátira. Lo dice sin vueltas: este Gobierno ya funciona como su propia parodia. “Los personajetes que gobiernan son una sátira en sí mismos”, asegura, convencido de que hoy la política se parece más a una serie con personajes que a una gestión real. En ese marco, el humor tiene que correrse, buscar otros lenguajes, no porque falte material sino porque lo oficial se volvió tan grotesco que terminó ganándole a la parodia.

En lo personal, atraviesa un momento único: por primera vez comparte escenario con su hija Eva, que debuta como actriz en Tirria. Se acompañan y se admiran: ella habla de su padre con respeto por lo que significa como referente del humor, pero también por lo que es puertas adentro. Capusotto es padre de dos, esposo, y lleva adelante una vida familiar estable, lejos de los vaivenes de la televisión. Sus joyas las diseña su mujer, y aunque cambió de formatos y soportes a lo largo de los años, mantiene un núcleo íntimo que no se altera. En esa intersección entre lo público y lo privado aparece hoy: el mismo look, la misma ironía, y el deseo intacto de seguir haciendo reír.

El humor, la política y la necesidad de reírse

En diálogo con Revista GENTE, Capusotto habla de la evolución del humor a lo largo de los años.

Hablar de Diego Capusotto es hablar de una mirada con la que siempre se las ingenió para encontrar lo ridículo en lo cotidiano, y lo patético en lo solemne. En su historia no hubo límites demasiado rígidos: la sátira alcanzó a la política, a la cultura pop, a las relaciones humanas. Lo mismo podía encarnar a un rockero perdido en su propio ego que a un nazi edulcorado en clave pop, como Mickey Vainilla. Para él, lo importante no era señalar desde la corrección sino desde la incomodidad, ese lugar donde el humor se vuelve liberador.

Hoy, con un escenario político que ya parece escrito como un guion de comedia involuntaria, Capusotto sostiene que la sátira perdió poder: los gobernantes son caricaturas de sí mismos. Sin embargo, no duda de que siempre habrá espacio para hacer reír. “El humor es transformador”, repite. Y lo explica con claridad: no se trata solo de ironizar sobre un presidente o sobre la coyuntura, sino de tomar lo que nos angustia, la pobreza, las frustraciones, el sinsentido, y convertirlo en algo compartido. Esa risa, incluso la más incómoda, es la que nos salva por un rato del desencanto.

-A lo largo de tu carrera el humor estuvo muy atravesado por la coyuntura política, pero también por lo humano y lo absurdo. ¿Cómo ves hoy las posibilidades de hacer humor en este contexto de tanta teatralización de la política?

-Siempre se puede hacer humor. No necesariamente referido a la coyuntura política: también a las relaciones humanas o a inventar mundos extraños que se desprenden de lo cotidiano. Creo que la parodia de lo oficial perdió fuerza porque la política misma se volvió ficción. Hoy parece una serie, con personajes, más que una realidad. Eso es patético si pensamos en la gente que la pasa mal. Para mí lo que realmente atrasa no son los lenguajes, sino la pobreza estructural.

Caracterizado como su personaje en Tirria, el actor habla de su actualidad.

-Decís que la parodia política perdió fuerza porque la propia política ya funciona como una ficción. ¿Creés que el humor debe correrse de ese lugar y explorar otros lenguajes?

-Creo que el humor tiene que encontrar otros caminos. La política ya está teatralizada, y de una forma grotesca. Nosotros, en su momento, satirizábamos todo: el peronismo, los progresistas, los fachos… caían todos. Personajes como Mickey Vainilla no mostraban al mal explícito, sino al mal disfrazado de algo amable. Eso es lo más cruel y, al mismo tiempo, lo más actual: políticos que se hacen los inocentes mientras hacen otra cosa.

-En tus programas satirizaste al poder sin importar de qué sector viniera, ¿Cómo ves hoy la susceptibilidad del público frente al humor irreverente?

La susceptibilidad es un problema, porque el humor es un lenguaje irreverente y liberador. Si empieza a condicionarse pensando a quién se puede ofender, se convierte en una cárcel. Hacemos humor para salir de la angustia existencial, no para complacer ideologías. Si satirizás a las Fuerzas Armadas, algunos lo festejan; si parodiás a sectores progresistas, otros se ofenden. Ese doble estándar mata el humor. Y el humor es necesario.

-¿Qué lugar debería ocupar el humor en una sociedad?

El humor transforma lo que angustia en otra cosa. No necesariamente lo suaviza, pero lo incorpora y lo resignifica. Te permite convertir la tragedia o lo que duele en algo compartido, incluso en alegría. Para quien actúa es un juego mágico, liberador, y para quien recibe también: todos necesitamos reírnos.

¿Cómo es tu proceso creativo para dar vida a un personaje? ¿Partís de imágenes, ideas sueltas, situaciones cotidianas?

-A veces se me cruzan imágenes sueltas, y por eso llevo un cuaderno para anotarlas. Cuando hacíamos el programa con Pedro (Saborido, el escritor), cualquier cosa que se me ocurría terminaba llevándose ahí. Yo aportaba esas imágenes, y él les daba forma narrativa. Así nacieron personajes como Vicente, que primero fue solo una imagen graciosa y luego encontró su historia.

La herencia de programas que hicieron historia

Pasan los años y Capusotto sigue en la memoria popular por sus icónicos personajes.

Capusotto sabe que gran parte de su huella se construyó en la televisión. En los 90 y 2000, Cha Cha Cha y Todo por 2 pesos se convirtieron en refugio de culto para quienes buscaban algo distinto en la pantalla. Más tarde, con Peter Capusotto y sus videos, donde con Pedro Sobrido hicieron de la sátira un fenómeno cultural. Personajes como Pomelo, Micky Vainilla o Bombita Rodríguez se volvieron parte del vocabulario popular.

A la distancia, Capusotto los mira con orgullo, aunque confiesa que en el momento de emisión estaba demasiado atento al resultado como para disfrutarlos. Hoy esos materiales circulan en redes, siguen generando risas y alcanzan a un público que no los vio en su estreno, entre ellos a los amigos de sus hijas, Eso, dice, es lo más parecido al éxito: permanecer vivo en la memoria.

-Mirando hacia atrás, estuviste en Cha Cha Cha, Todo por 2 pesos, Peter Capusotto y sus videos y también en el cine. ¿Qué te genera haber formado parte de los programas que más hicieron reír a varias generaciones?

-Tengo orgullo de haber formado parte de programas como Cha Cha Cha, Todo por 2 pesos o Peter Capusotto y sus videos. También hicimos la película en 3D en 2011. Hubo programas más breves, como Sushi & Tempura, que duraron poco pero fueron hermosos de hacer. Todos tenían algo en común y siguen vigentes: todavía la gente se ríe cuando los ve, y eso para mí es lo que se puede llamar un éxito.

El humor, dice Capusotto es una forma de vivir.

-¿Qué te pasa hoy cuando volvés a ver esos materiales?

Me río mucho, aunque en el momento del aire estaba más pendiente del resultado. A la distancia es distinto: puedo reencontrarme con esos materiales y disfrutarlos como espectador. También con Pedro: seguimos viendo fragmentos y riéndonos. El programa siempre tuvo esa esencia: no buscaba un éxito masivo, pero sí una identidad propia, como esas bandas que no llenan estadios pero generan devoción. Eso lo logramos, y me siento orgulloso.

-¿Cómo era tu vínculo creativo con Alberti?

-Teníamos un complemento muy claro: yo aportaba imágenes, ocurrencias, personajes sueltos; él encontraba la forma narrativa y los llevaba a una historia. Así nacieron muchos personajes, como Vicente, que primero fue solo una imagen graciosa y luego encontró desarrollo. Sin ese ida y vuelta, nada hubiera funcionado.

-¿Qué diferencia encontrás entre el humor de aquellos años y el de hoy?

-En los 90 estaban Gasalla, Juana Molina, La Noticia Rebelde… Convivían estilos distintos, había un ecosistema de humor más amplio. Hoy la política se parodia sola, y los programas de humor son menos. Pero sigo creyendo que el humor siempre encuentra su lugar: no importa la época.

-¿Qué significa para vos que esos programas sigan vivos en redes, que los vean chicos que no habían nacido cuando salían al aire?

-Es muy fuerte. Eso confirma que el humor no caduca si toca fibras profundas. Es como una canción que se sigue escuchando décadas después: cambia el contexto, pero sigue funcionando.

El encuentro con su hija Eva sobre el escenario

Eva Capusotto tiene 22 años y estudia en el UNA.

Más allá de los proyectos televisivos y la ironía política, hoy Capusotto transita una experiencia íntima: compartir por primera vez el escenario con su hija Eva. Ella estudia actuación en la UNA, tiene 22 años y debutó junto a su padre en Tirria. La decisión surgió por recomendación de Nancy Giampaolo, creadora de la obra y guionista, que vio en Eva la estética justa para encajar en la obra.

Para Capusotto, el hecho trasciende lo artístico. Significa acompañarse, admirarse mutuamente y reconocerse más allá del apellido. Eva lo resalta como actor y humorista, pero también habla del hombre en casa, del padre de dos hijas y esposo cuya familia permanece estable en medio de tantos años de exposición. Es un costado menos conocido de Diego.

-Es la primera vez que compartís escenario con tu hija. ¿Cómo surgió su incorporación al elenco y qué significa para vos vivir esta experiencia juntos?

-Ella está terminando sus estudios en la UNA, ya trabajó como asistente y como actriz, incluso con un protagónico en Golpes a mi puerta, de Juan Carlos Gené. Nancy Giampaolo sugirió que podía encajar estéticamente en la familia de Tirria. Ella aceptó con ganas, y me pareció una gran oportunidad para que sume experiencia, más allá de lo que significa para mí compartir este oficio con ella.

Capusotto habla de esos personajes que no mueren.

-¿Qué sentís al verla actuar al lado tuyo?

-No lo esperaba, pero me pone muy contento. Es compartir un oficio y un espacio donde los dos estamos muy involucrados. Para mí también significa volver al teatro en un contexto especial. Y hacerlo con ella es una alegría enorme.

-¿Qué aporta ella a la obra y qué te aporta a vos como compañero de elenco?

Aporta frescura, una energía distinta. Y a mí me ayuda a mirarla con otros ojos: no sólo como hija, sino como actriz. Me enorgullece verla crecer en lo que ama.

-¿Cómo es Diego Capusotto en casa, lejos del escenario?

-Soy padre de dos, esposo, y trato de sostener una vida familiar estable. Las joyas que uso las diseña mi mujer, y más allá de tantos años en los medios, lo más valioso es que mi núcleo íntimo se mantiene firme.

-¿Imaginabas este momento, compartir tablas con tu hija?

-Alguna vez lo pensé, pero no tan pronto. Fue una sorpresa.

“Tirria”: el regreso al teatro

En Tirria interpreta a un mayordomo dispuesto a todo para mantener la farsa da la familia patricia.

El cierre de este recorrido lo marca Tirria, la obra que estrenó en el Teatro Metropolitan. Se trata de un proyecto que nació como película y se transformó en un homenaje al cine clásico, con guiños a Hitchcock y al llamado “cine del teléfono blanco”. La trama es absurda y grotesca: una familia venida a menos que vive dentro de baúles, aparentando estar en el invierno europeo en pleno verano porteño, mientras un mayordomo sostiene la farsa hasta el final.

Para Capusotto, significa volver al teatro después de años de no subirse a un escenario con una obra de autor. El elenco reúne amigos de toda la vida, como Daniel Berbedés, y también figuras con las que nunca había trabajado, como Rafael Spregelburd. La experiencia, asegura, fue la confirmación de que el teatro sigue siendo ese lugar donde lo efímero se convierte en ritual.

-¿Cómo fueron las primeras funciones de Tirria en el Metropolitan?

-Con toda la atención que tiene siempre un estreno. Tirria es una obra muy compleja en cuanto al lenguaje: no es contemporáneo, sino de época. Eso influye en el ritmo de los personajes, en cómo entran y se relacionan. Llegamos a la segunda función ya muy mejorados y, a partir de la tercera, empezamos a encontrar los ritmos propios de la historia.

-La obra mezcla distintos estilos. ¿Cómo conviven esos géneros dentro de esta historia?

-Eso es lo más estimulante. Tiene algo de grotesco, algo del teatro del absurdo y también elementos del clown. Todo circula entremezclado. Es la historia de una familia que vive en baúles para aparentar que está en un invierno europeo cuando en realidad están en un verano porteño. Están venidos a menos y necesitan sostener esa ficción, con un mayordomo, Hilario, que dicta y sostiene la mentira hasta el final. Son situaciones muy graciosas.

En el teatro durante una de las funciones, en la foto se ve a su hija Eva, una de las protagonistas.

-La obra nació como un proyecto cinematográfico con referencias a Hitchcock. ¿Cómo se tradujo ese espíritu en escena?

-Sí, en un principio iba a ser una película, un homenaje al cine de los años 40 y 50, incluso a Hitchcock. Eso quedó trasladado a la obra. El “teléfono blanco”, por ejemplo, no es aquí un símbolo romántico, sino todo lo contrario: cada vez que suena genera tensión. Los personajes quedan atrapados en ese llamado, temiendo que los deje en evidencia dentro de su farsa.

-¿Qué te significa este regreso al teatro?

-Tenía ganas de volver. La última vez había sido en el Cervantes con Tadeo, que se cortó en su mejor momento por la pandemia. Después hice charlas con Nancy Giampaolo, pero no obras como actor. Volver ahora, con este elenco y con mi hija, es especial.

-¿Cómo fue el proceso de ensayos y el reencuentro con compañeros de distintas trayectorias?

Con Spregelburd y Andrea Politti no había trabajado, pero sí los conocía. Son muy talentosos, y estar con gente de ese nivel siempre te ayuda a actuar mejor. Además, desde el inicio se armó un buen clima: aceptar la propuesta, empezar a ensayar, atravesar las dificultades… todo se fue acomodando con mucha naturalidad. Esa apropiación de los textos y de los personajes es la maravilla del teatro.

Fotos: Chris Beliera

Redacción

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