Café Les Deux Magots, París, 1936. Picasso (55) mira a Dora Maar (29), sus ojos azules pálidos, y cómo “juega” a clavar una navaja entre sus dedos. Cada tanto, falla y brota sangre entre las rosas bordadas de su guante negro.
El pintor le habla en francés, la fotógrafa le contesta en español -había vivido la infancia y la adolescencia en la Ciudad de Buenos Aires, donde su padre, arquitecto, trabajó- y comienza una relación tortuosa.
París, 1942. Ocupación nazi. ¿Cómo definirían el paisaje durante el régimen de Vichy? Dora Maar, quien vivía también la agonía con Picasso, escribió: “El silencio es/ tan grande que los cantos de los/ pájaros mansos son como pequeñas/ llamas que se pueden ver”.
Estas escenas vienen a cuento de que vale la pena conocer a Dora Maar más allá de la fotógrafa que, según expertos, impulsó a Picasso a pintar el Guernica e intervenir contra el fascismo, y documentó en imágenes la creación de esa obra maestra. O de la amante del pintor que aparece en unas 60 piezas, entre las que se suelen subrayar las que la que la muestran llorando. “Ninguna soy yo -aclaró Dora-. Son picassos”.
Vale muchísimo la pena conocerla pero hay que animarse. Dora fue inteligente y frágil, valiente y sometida, divertida y sombría. Hasta macabra.

Algo más: para ser justos con Dora Maar, no hay que esquivar a Picasso. Ella no lo hizo, salvo en su trabajo. Incluso sus pinturas -él la instó a pintar- no tienen influencia picassiana.

Contrastes revelados
Henriette Theodora Markovitch nació en París en 1907. Tras la vida en Buenos Aires, volvió a Francia en familia en 1926. Estudió artes aplicadas y fotografía.
Brilló en la fotografía comercial, en los medios de comunicación masiva que se expandían, mientras experimentó con fotomontajes.
También retrató a quienes se caían del sistema tras la crisis de 1929. Se movía entre los círculos de Man Ray (quien la retrató) y de Cartier Bresson. Pero se la reivindica, sobre todo, como surrealista.

Dora Maar fue una surrealista genial. Deben haber visto su Retrato de Ubu (un supuesto feto de armadillo) o la obra que muestra la mano de mujer que sale de una conchilla de caracol gigante, con un fondo de tormenta.
Son trabajos hechos de contrastes de figuras, luces y encuadres, siempre inesperados. Pero la clave es que Dora Maar usa sus fotos, es decir, fragmentos de representaciones de lo real, alterados.
Picasso le pidió a Dora Maar guantes manchados de sangre, como un trofeo. Fue lo de menos. “La traumatizó hasta que colapsó”, aún luego de separados, resumió Françoise Gilot, la pintora con la que él desplazó a Dora y la única de sus mujeres que lo dejó a él.
Abajo de la cama
La guerra. El padre de apellido “sospechoso” que huyó de los nazis volviendo a la Argentina. Las muertes, de golpe, de su mamá Julie y su amiga Nusch Eluard. Picasso y la otra, otra más.
Dora empezó a hablar de las faltas. Le faltaba una bicicleta pero la bicicleta estaba donde la había dejado. Un perro, pero ahí estaba. Y así. Estalló. La internaron. Le dieron electroshocks. Se cuenta que luego fue paciente de Lacan. Como sea, salió.
“Después de Picasso, sólo hay un Dios”, afirmó y se convirtió en católica fervorosa.

Pero, pese a sus dioses, Dora Maar siguió creando. Cables enredados. Rayos. Destellos en la negrura, abstractos.
Dora Maar murió a los 89 años, tras unas 4 décadas recluida. Estaba rodeada de cuadros en los que Picasso la pintó y tenía fotos de él abajo de la cama.
Hasta julio hay una expo en el Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires (MACBA), con obras que sólo se expusieron una vez -en la galería Amar de Londres-, ideal para acercarse o profundizar en su legado. Verán, por ejemplo, un retrato de Picasso. Mira desafiante directo a Dora y su cámara.
Dora Maar inédita: luces y sombras surrealistas, curada por Jonathan Feldman, se puede ver en San Juan 328, hasta el 6 de julio. Martes cerrado. Entradas: General: $5.000 y los miércoles, 3.000.
JS