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miércoles, noviembre 12, 2025

Doroteo Martí toma la palabra

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Astracanada. Una palabra que periodistas, tertulianos y comentaristas políticos usan constantemente para referirse al exceso que, casi a diario, alguna de sus señorías incurre al tomar la palabra, sin filtro alguno, en la tribuna del congreso o en otros foros públicos. La exageración es de tal magnitud –cuando no se trata directamente de un insulto– que acaba siendo esperpéntica. La ironía se ha volatizado. Inicialmente la astracanada fue una estrafalaria y disparatada evolución del sainete de la mano de Pedro Muñoz Seca autor de La venganza de Don Mendo o Los extremeños se tocan . Siempre en clave de humor como El Tenoriu de Andreu Buenafuente y Silvia Abril, ya un clásico anual de la escena barcelonesa como lo fueron antaño Capri y la Santpere. O las representaciones de la pareja Paco Morán-Joan Pera, reyes del Paral·lel. No hay engaño alguno al público: vienen a una comedia.

Doroteo Martí, el rey de la astracanada

Doroteo Martí, el rey de la astracanada

Archivo

La astracanada que surca el hemiciclo o está emparentada con la que creó Doroteo Martí, considerado uno de los peores actores de la historia teatral española. Eso sí, dotado de una voz que triunfó en los seriales radiofónicos de Guillermo Sautier Casaseca de los cincuenta y sesenta, singularmente Ama Rosa . Martí, consciente de sus limitaciones dramáticas supo enfocar su carrera. Fundó su propia compañía y descartó la comedia orientando su repertorio hacia “obras serias” que llevaba al absurdo y a la hilaridad total con su disparatada e impostada actuación. Así, podía interrumpir el momento cumbre de una tragedia dirigiéndose a una espectadora solicitando bajar al patio de butacas y plantarle dos besos en la mejilla pues le recordaba a su madre . O en plena crucifixión, escenificando la pasión de Cristo, recordar al respetado público, “antes de expirar”, que al día siguiente, por ser festivo, tendrían lugar representaciones de Genoveva de Brabante a las cuatro, siete y diez de la noche. A menudo, desde bambalinas, pateaba de forma ruidosa para que el público, alertado, estallase en aplausos nada más irrumpir en escena. Llegó a reconocer que lo peor que le pasó en su carrera fue una buena crítica que provocó un descenso en la afluencia de espectadores.

Hoy estaría en su salsa en el Congreso, un entorno de aparente solemnidad para un desatino absoluto

El señor Martí, que se forró en el teatro y al que le tocó el gordo de Navidad, estaría hoy en su salsa en el Congreso, un entorno de aparente máxima solemnidad para un desatino absoluto. Lo sabía Manuel del Arco, que le entrevistó para La Vanguardia en julio de 1963. Me permito reproducir parte de su artículo.

–¿Sería usted capaz de ser espectador de si mismo?

–Sin duda, soy admirador de la gente valiente.

–¿Ha intentado hacerlo bien?

–No. Si lo hiciera perdería a mi público.

–¿Piensa usted que vive de un fracaso?

–Me he hecho la pregunta millones de veces pero procuro eludir la respuesta.

–¿Doroteo, cómo puede ser su teatro tan malo?

–Si cambiase no me vendrían a ver.

Redacción

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