Juan C. Nogueira, Ph.D. | Montevideo
@|José Ingenieros, en su ensayo “El hombre mediocre” (1913), describe psicológicamente a este hombre gris, opuesto al hombre idealista. Mientras que el idealista aspira, crea, innova y se rebela, el hombre mediocre se conforma, imita, repite y se somete.
Para este hombre gris, la mediocridad no es un insulto, sino una condición de vida carente de aspiraciones superiores.
La historia la hacen los idealistas, mientras que los mediocres grises constituyen la “muchedumbre gris” que llena el mundo sin transformarlo.
Los “grises” se rigen por la conveniencia y el cálculo.
Guían su vida por el interés personal y la utilidad inmediata. Evitan sacrificios por causas que no les reporten beneficios concretos.
Carecen de rebeldía. Nunca cuestionan la autoridad ni la injusticia si éstas les garantizan tranquilidad. Prefieren obedecer y encajar antes que resistir.
Viven atados a lo establecido. Prefieren la seguridad del conformismo y la rutina de lo conocido, antes que arriesgarse a lo nuevo. Se oponen al cambio, temen lo distinto y lo innovador.
Incapaces de crear, imitan. Copian modelos, repiten fórmulas, se adaptan a lo común. No aportan originalidad ni iniciativas propias.
Carecen de ideales. No tienen aspiraciones elevadas, carecen de sueños transformadores. Sus metas son prácticas, inmediatas y utilitarias.
Aceptan las normas sociales sin espíritu crítico; carecen de virtudes heroicas o de grandeza de carácter.
Encuentran placer en lo común, lo vulgar, en la rutina diaria, sin buscar belleza, arte o verdad más allá de lo necesario.
Al enfoque moral-psicológico de Ingenieros, Ortega y Gasset lo complementa desde un enfoque histórico-sociológico en “La rebelión de las masas” (1930).
El “hombre-masa” de Ortega y Gasset busca la satisfacción consigo mismo. Se siente completo sin necesidad de perfeccionarse ni aprender más.
Posee una mediocridad orgullosa: no se reconoce como limitado; desprecia la excelencia, la minoría selecta y el esfuerzo cultural. Se refugia en la uniformidad y vulgaridad. La masa arrastra a la sociedad hacia la homogeneización, suprimiendo la distinción del individuo creativo o aristocrático (en el sentido espiritual, no social).
Tanto el “hombre mediocre” como el “hombre masa” constituyen perspectivas diferentes de un mismo subtipo humano que se distingue por una característica insoslayable: son resentidos sociales.
Su resentimiento obedece a no poseer las cualidades morales, intelectuales o culturales de la élite y a su haraganería que les impide adquirirlas.
Incluso, cuando por fortuna u otros medios, logran cierto poder económico, los grises siguen siendo grises pese al lujo que puedan exhibir.
El peligro radica en que si la masa ocupa el espacio público sin autocrítica, amenaza con aplastar a las minorías creadoras y con imponer un poder vulgar sin frenos ni ideales.
Esta condición colectiva de mediocridad y resentimiento ofrece el terreno fértil para el socialismo populista, que se alimenta del descontento de las masas grises. El populismo convierte el resentimiento en bandera política, exaltando la mediocridad como virtud y atacando a las élites emprendedoras y creadoras en nombre de una falsa igualdad. De este modo, el “hombre mediocre” y el “hombre masa” encuentran en el populismo un discurso que legitima su falta de ideales, su rechazo al mérito y su hostilidad hacia toda forma de excelencia.