Por LUIS GALEAZZI, Director Ejecutivo Institucional de Argencon
El mundo experimenta una de las mayores transformaciones de su historia al incorporar la IA en todas las actividades del quehacer humano. No se trata solo de una disrupción tecnológica con impacto masivo en la productividad de toda la economía, es una nueva era que modifica la manera en que tomamos decisiones de todo tipo apalancados por este novedoso y potente recurso cognitivo. Es una era que recién comienza y que solo ha mostrado sus primeros efectos, siendo hoy prácticamente imposible determinar el alcance del horizonte de desarrollo que se abre frente a la humanidad.
Sin entender la dimensión de la experiencia que estamos viviendo es imposible valorar la importancia de lo que denominamos economía del conocimiento. No es casualidad que el premio Nobel de este año haya ido a las manos de Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt por sus trabajos sobre cómo la innovación estimula el crecimiento económico. Estos investigadores postulan que el motor profundo del desarrollo económico es la capacidad de una sociedad para generar, compartir y aplicar conocimiento. El crecimiento deja de ser un fenómeno puramente cuantitativo (más inversión o más trabajo) para convertirse en un fenómeno cualitativo y cognitivo: depende de cómo pensamos, aprendemos e innovamos.
Luis Galeazzi director ejecutivo de Argencon.El desarrollo económico pasa a entenderse como un proceso de aprendizaje social acumulativo. Las economías crecen cuando logran convertir conocimiento en productividad, y los países desarrollados son, en gran medida, sociedades del conocimiento, donde las instituciones (universidades, empresas, redes tecnológicas) facilitan la creación, difusión y aplicación de saberes.
La economía del conocimiento es el motor de nuestra era, y su expresión más avanzada es la IA. Desde esta perspectiva se explica que hoy los servicios basados en conocimiento crezcan a un ritmo tres veces superior al del comercio global, impulsados por la digitalización, la automatización y, más recientemente, por la adopción acelerada de la inteligencia artificial como factor principal de creación de valor en todas las cadenas productivas. En un contexto donde el intercambio de bienes se desacelera, el conocimiento se consolida como el nuevo motor del desarrollo económico.
En Argentina, este fenómeno ya tiene un impacto tangible. Según el último informe elaborado por Argencon, el país alcanzó un récord histórico de US$ 9.700 millones en exportaciones de Economía del Conocimiento entre julio de 2024 y junio de 2025, con un crecimiento interanual del 20,8%, casi el doble del promedio mundial. El sector se consolida como el tercer complejo exportador nacional, detrás del agroindustrial y el energético, y continúa generando empleo calificado en un contexto de contracción general del empleo privado.
Este desempeño no es casual, refleja la capacidad de adaptación de nuestras empresas, el talento de las personas y la inserción competitiva del país en un mercado global que demanda cada vez más innovación, servicios digitales y soluciones tecnológicas. Pero también pone sobre la mesa una pregunta clave: ¿estamos, como país, preparados para acompañar esta transformación con la velocidad y la coordinación que el mundo exige?
La inteligencia artificial se ha convertido en el nuevo motor de cambio dentro del ecosistema. En una reciente encuesta que realizamos entre las principales empresas de la industria, el 41,5% de las compañías planea desplegar IA en todas sus áreas durante 2026, y el 95% de las grandes exportadoras ya cuenta con especialistas y programas de capacitación obligatoria. Este proceso no está reemplazando trabajo, está redefiniendo roles, procesos y modelos de negocio.
La IA está presente en cada vez más actividades cotidianas. Desde empresas industriales que optimizan su producción con sensores y algoritmos predictivos, hasta pymes que automatizan su gestión contable o comercios que personalizan sus ofertas online en tiempo real. En los servicios profesionales, los equipos usan IA para mejorar la eficiencia de los proyectos, mientras que en salud se incorporan modelos predictivos para diagnósticos más precisos y en educación se multiplican las plataformas de aprendizaje adaptativo. En definitiva, estamos cambiando la forma en que trabajamos, producimos y consumimos.
En este contexto, la Economía del Conocimiento argentina demuestra una resiliencia ejemplar. Mientras otros sectores enfrentan límites estructurales más atados al ciclo interno o la volatilidad de los commodities, éste crece sobre la base del talento, la creatividad y la capacidad exportadora. Si logramos acompañar este impulso con políticas adecuadas, podríamos triplicar nuestras exportaciones y superar los US$ 30.000 millones en la próxima década.
Para que eso ocurra necesitamos políticas habilitantes en temas como educación tecnológica, infraestructura y estabilidad macroeconómica. Asimismo, es indispensable un marco normativo que promueva la adopción tecnológica, la experimentación y el desarrollo de talento. Regular la innovación con rigidez o burocracia sería un error costoso que debemos evitar.
La reciente noticia de que en la Patagonia se instalará uno de los más modernos centros de procesamiento de datos, colocando a nuestro país como uno de los hubs de producción digital más avanzados, es de una importancia estratégica. No sólo se trata de la relevancia de esta inversión, o de la posibilidad de desarrollar una robusta cadena de valor digital en su derredor, sino que también es un reconocimiento muy merecido a la cualidades de los profesionales de nuestro ecosistema digital, que han madurado en Argentina a la luz del trabajo de universidades, institutos, empresas y startups, algunas de las cuales hoy son unicornios que prosperan en el mercado global.
El mundo avanza hacia una economía donde el conocimiento es el principal factor de competitividad. La Argentina tiene con qué: talento, creatividad, vocación exportadora y una base sólida de empresas que ya están liderando la transformación. Lo que está en juego no son sólo cifras, sino la posibilidad de redefinir nuestro modelo productivo sobre bases más inteligentes, inclusivas y sustentables.
La industria del conocimiento no es una promesa. Es una realidad que crece todos los días. El desafío -y la oportunidad- está en construir, entre todos, el marco para que ese crecimiento se multiplique y se traduzca en más empleo, más exportaciones y más futuro para la Argentina.





