
En América Latina y el Caribe, la promesa de la educación como motor de movilidad social sigue siendo una deuda pendiente. La región destina en promedio apenas el 4% del PIB a educación, pero gran parte de esos recursos se concentra en niveles superiores, dejando a la educación inicial y a la capacitación técnica con financiamiento insuficiente y enormes desigualdades. El resultado: niños que llegan tarde o mal preparados a la escuela, jóvenes que no encuentran empleo de calidad, y sistemas educativos que todavía no dialogan con las necesidades de una economía digital.
Frente a este panorama, las tecnologías educativas (EdTechs) pueden convertirse en herramientas catalizadoras para reducir brechas si se insertan en políticas públicas y se articulan con la realidad local. No se trata de importar soluciones acríticamente, sino de aprender de modelos que ya están demostrando impacto en distintos contextos.
CatnClever, por ejemplo, aborda un vacío crítico: la educación preescolar. 39% de los niños del mundo no acceden a este nivel educativo, y en LAC las cifras son igualmente preocupantes. Esta app suiza utiliza inteligencia artificial para personalizar el aprendizaje de niños de 3 a 7 años y ya llega a comunidades desplazadas y refugiadas. Su expansión hacia el español podría ser una vía para ofrecer educación inicial de calidad en zonas rurales o en contextos de crisis humanitaria en la región.
En el otro extremo del ciclo educativo, Ten Thousand Coffees plantea algo distinto: cómo construir redes de mentoría y acompañamiento. En países donde el origen socioeconómico lamentablemente sigue influyendo mucho en el acceso a las oportunidades laborales, plataformas que conectan a jóvenes con profesionales mediante algoritmos pueden ayudar a democratizar el acceso a redes, que muchas veces son tan decisivas como los títulos académicos.
La experiencia de Cogna, el gigante brasileño que pasó de ser un grupo universitario a un ecosistema EdTech, muestra otra lección: la escala importa. Su capacidad de llegar a millones de estudiantes en diversos territorios con modelos híbridos subraya que la tecnología, si se combina con instituciones y alianzas público-privadas, puede ampliar cobertura donde el Estado no alcanza.
Finalmente, casos como Elice, en Corea del Sur, apuntan a una urgencia aún más apremiante: la brecha de habilidades digitales. Mientras en la región persiste el déficit en matemáticas y lectura, la demanda global de programadores, ingenieros de datos y expertos en inteligencia artificial crece exponencialmente. Plataformas de formación práctica como esta podrían ser un punto de partida para que LAC no quede relegada de la nueva economía digital.
La lección común es clara: la tecnología por sí sola no resolverá las desigualdades educativas. Pero si se combina con políticas públicas inclusivas, con financiamiento sostenido y con la participación de docentes y comunidades, puede ser un puente poderoso para que la región deje de reproducir sus brechas y empiece a cerrarlas.
En un continente con grandes desigualdades, pero a su vez con una enorme riqueza cultural y biológica, con sociedades jóvenes y con creatividad desbordante, el futuro no puede construirse con sistemas educativos del pasado. Apostar por EdTechs innovadoras es reconocer que la justicia social en América Latina también pasa por garantizar que cada niño y cada joven tenga acceso a una educación que dialogue con su presente y contribuya a su futuro.
