Eduardo Sacheri vuelve a los años más convulsos de la Argentina con Qué quedará de nosotros (Alfaguara), una novela que combina ternura, memoria e historia. Ambientada en la antesala de la Guerra de Malvinas, la trama sigue a tres jóvenes del conurbano bonaerense cuya vida cotidiana se ve abruptamente alterada por la inminencia del conflicto. Con su estilo habitual –una prosa que se aferra a lo íntimo para hablar de lo colectivo–, Sacheri reconstruye la atmósfera de comienzos de los 80, cuando la algarabía nacionalista se transformaba, día a día, en miedo e incertidumbre.
Eduardo Sacheri. Foto: Martín BonettoA través de personajes que parecen vecinos de la esquina o amigos de la infancia, el autor de La pregunta de sus ojos vuelve a indagar en cómo la Historia con mayúscula se filtra en las vidas mínimas. Con lucidez y empatía, explora la fragilidad de las certezas, el valor de la amistad y la tensión entre lo que creemos entender y lo que realmente sucede. Qué quedará de nosotros se inscribe así en una tradición de literatura argentina que interpela sin adoctrinar y que, fiel al espíritu de su autor, abre mundos en lugar de clausurarlos. Sobre esto, dialogó con Clarín.
–¿Cómo construiste a los personajes principales?
–Los personajes me importan mucho en cualquier libro que escribo. Lo que logre o no es otro tema, pero el objetivo es darles el mayor espesor posible, y eso es algo que en general solo voy logrando con el transcurso de la escritura. Es decir, cuando yo empiezo a escribir una novela, los personajes son muy chatos. Hacen cosas, ejecutan acciones que yo necesito para la trama, pero cuando pasa un mes, pasan dos, pasan tres de escritura, ahí siento que los voy conociendo y van ganando volumen, abandonan esa chatura y van pareciéndose a personas posibles, o esa es la intención al menos. Pero nunca reflejan a personas de la realidad. Son modos de trabajar. Hay gente que sí toma personas reales, yo en general me siento más libre en todo caso aderezando en esos personajes cosas mías o cosas de personas que conozco o que me imagino. Me gusta esa libertad de no tener que atenerme a un retrato.
–En el libro, la Historia con mayúsculas es contada a partir de personajes comunes, ¿no es cierto?
–Creo que ahí se trasluce cómo entiendo yo la historia o cómo me parece que la historia con mayúscula, como decís, nos sucede a todas las personas; no le pasa solamente a las personas que quedarán en los libros de historia en tanto líderes, gente poderosa, gente notable. Me parece que los que no somos notables seguramente tenemos menos injerencia en las cosas que suceden, pero la historia nos pasa también a nosotros: nuestra vida personal está cruzada por la historia con mayúscula. Y en mis novelas me gusta que eso quede reflejado de algún modo.
–¿Y lo hacés a través de las acciones de los personajes?
–Es lo que sí conocemos de las personas, las conocemos por lo que dicen, pero sobre todo las conocemos por lo que hacen: lo que nos retrata es lo que hacemos con los demás.
–¿Hay una diferencia entre lo que llegaba acá desde Malvinas y lo que efectivamente sucedía?
–Yo tenía 14 años durante la guerra y naturalmente tengo una memoria muy sólida al respecto porque tenía 14, no 5, pero claro, tuve que investigar mucho para escribir porque una cosa es la historia y otra, la memoria. Tuve que estudiar mucho tanto sobre la parte diplomática, como sobre la parte bélica y la de los medios de comunicación. Y una de las cosas que más me llamó la atención fue lo que pasaba durante las primeras semanas cuando la algarabía era generalizada y no había una idea de guerra inminente. Esa idea de la guerra se va imponiendo de a poco, a raíz de las cosas que van sucediendo, como el envío de la flota por parte de Thatcher, el fracaso de las negociaciones, de la mediación de Alexander Heye, el secretario de Estado de Reagan y la sociedad argentina va mutando de esa alegría lisa y llana de ‘recuperamos las islas’ a las recuperamos pero vamos a tener que refrendar esa recuperación a través de una guerra. Es interesante ver esa mutación del estado de ánimo que naturalmente cambia cuando la guerra se muestra como una posibilidad palpable.
–En las descripciones y la construcción de los personajes hay algo muy argentino pero también universal.
–Me crié acá y mi modo de entender el mundo está condicionado por eso. Mis novelas siempre transcurren en Argentina porque mi vida está acá y estos pibes son del Gran Buenos Aires, de Zona Oeste de donde soy yo. No es casual que uno sea de Ramos, que es de donde es mi mujer y el otro sea de San Justo y Antonio es santiagueño, pero está viviendo en el Gran Buenos Aires. Te confieso que me sorprendió porque cuando mis libros empezaron a salir de la Argentina, tenía el prejuicio de que no se iban a entender, precisamente por esta cosa tan local de mi perspectiva. Pero creo que, sin embargo, nuestros mundos se conectan en lo profundo, porque los seres humanos somos mucho menos distintos de lo que nos creemos. Entonces ahí tal vez a un lector de otro sitio la Argentina del 82, las Islas Malvinas, en principio pueden ser cosas ajenas, pero en el fondo me parece que todos tenemos algunos sentimientos, temores, pasiones, deseos, ambiciones que se parecen bastante. Hay gente que puede abarcar los universales, yo no puedo. Necesito esos personajes pequeños para hablar de lo grande, no sé hacerlo de otro modo.
Eduardo Sacheri. Foto: Martín Bonetto–¿De qué manera creés que la Guerra nos interpela como sociedad?
–Creo que hay cuestiones que son absolutamente específicas de ese momento histórico y hay otras que no, porque siempre nos pasan cosas como sociedad y hay ciertas actitudes, riesgos, confusiones e impulsos que toda sociedad enfrenta siempre. Lo difícil es manifestar disidencia porque el atractivo de estar de acuerdo con todos es muy fuerte. Y el hecho de quedar a la intemperie por manifestar una disidencia en relación a ese consenso te puede pasar en cualquier momento, no solo en una situación tan compleja como la del 82. Creo que vivimos una época en la que se manifiesta todo, todo el tiempo, tomando posición sobre un montón de temas. Y yo a veces tengo mis dudas o prefiero hacer una pausa y pensar un poco mejor porque a lo largo de la vida me he equivocado tantas veces. En mis 57 años de vida, muchas veces me entusiasmé con cosas que terminaron mal o tuve prejuicio sobre cuestiones que después no eran como pensaba, creo que los grandes climas colectivos a veces son engañosos. Y que está bueno tener cierta dosis de escepticismo, no hace falta que nos estemos pronunciando todo el tiempo sobre todo porque si nos pronunciamos de modo tan conclusivo, tan concluyente, dificultamos la posibilidad de seguir pensando.
–¿Es una manera de no clausurar?
–Sí, lo que pasa es que la clausura es tranquilizadora. La incertidumbre es lo contrario, te genera intranquilidad. Yo pretendo que mi libro sea apenas una invitación a que te pongas a pensar o que vuelvas a pensar en algo de nuestro pasado común. Ahora, ¿de qué modo? Del modo que vos quieras, que a vos te salga a partir de tus propias ideas, tus propios sentimientos, tus propias necesidades, no de las mías. Sin duda utilizo el libro que escribo para airear lo que pienso en relación a algo, pero esa es la utilidad que tiene para mí. Ojalá para el lector o lectora tenga una utilidad parecida en relación a su propia interioridad, no a la mía. Intento ofrecerle al lector y a la lectora lo mismo que a mí me gusta que me ofrezcan como lector: no me gusta que me bajen línea. Me gusta que me abran mundos.
–¿Y a vos qué te gusta leer o qué estás leyendo ahora en este momento?
–Leo mucha novela y mucho cuento, muchos autores contemporáneos y de vez en cuando algún clásico al que vuelvo, ahora estoy con Ana Karenina, livianito. De los contemporáneos, hay uno que me gustó mucho y es Mesa para dos, de Amor Towles. Me gusta porque escribe con una gran delicadeza. Tiene una observación de los detalles de sus personajes y de las acciones que me gusta mucho. Me interesa su manera de situar a sus personajes en su geografía y el vínculo que establecen con la ciudad. Mesa para dos transcurre en Nueva York y Los Ángeles. Y Un caballero en Moscú (su libro anterior), en la Moscú revolucionaria, leninista. Me gusta el modo en que respiran esos ambientes y la manera en que sus personajes están en algún momento de la historia, la historia a menudo, como momento social.
–¿En qué estás trabajando ahora?
–En una novela de tinte más policial contemporánea, porque vengo de varias novelas situadas en momentos históricos particulares entonces quiero cambiar un poco y este es un policial ambientado en la actualidad y vinculado con la vejez que es un tema que por una cuestión de edad me está interesando grandemente. Para mí siempre los libros tienen como una pata absolutamente íntima de cosas que me interesa indagar porque tienen que ver con mi propia vida, no con ninguna otra cosa. Sin duda la vejez, por motivos obvios, me empieza a interesar mucho.
Eduardo Sacheri. Foto: Martín Bonetto
Eduardo Sacheri básico
- Nació en Buenos Aires en 1967. Es profesor y licenciado en Historia, guionista y escritor. Publicó los libros de relatos Esperándolo a Tito, Te conozco, Mendizábal, Lo raro empezó después, Un viejo que se pone de pie, Los dueños del mundo y la antología La vida que pensamos; los dos volúmenes que reúnen las columnas escritas para la revista El Gráfico –Las llaves del reino y El fútbol, de la mano–.
- También las novelas La pregunta de sus ojos, Aráoz y la verdad, Papeles en el viento, Ser feliz era esto, La noche de la Usina (Premio Alfaguara de Novela 2016), Lo mucho que te amé, El funcionamiento general del mundo y Nosotros dos en la tormenta.
- Es también autor de cuatro volúmenes sobre la historia argentina, de los cuales ya ha publicado Los días de la revolución. Una historia de Argentina cuando no era Argentina (1806–1820) y Los días de la violencia. Una historia de Argentina cuando empieza a ser Argentina (1820–1852).
- La pregunta de sus ojos fue llevada al cine por Juan José Campanella como El secreto de sus ojos, film distinguido con el Oscar a la mejor película extranjera (2010) y cuyo guion estuvo a cargo de Sacheri y Campanella. Aráoz y la verdad fue adaptada al teatro. Papeles en el viento fue filmada por Juan Taratuto y La noche de la Usina tiene su versión cinematográfica con el título La odisea de los giles, dirigida por Sebastián Borensztein.
- Su obra ha sido traducida a más de veinte idiomas.
Qué quedará de nosotros, de Eduardo Sacheri (Alfaguara),
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