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lunes, abril 28, 2025

El adiós a Francisco: anécdotas e historias de un Papa político al que le gustaba «peronchear»

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Cuando Cristina Kirchner visitó por primera vez al Papa Francisco en el Vaticano, un acontecimiento político de impacto nacional, le llevó como regalo unos zapatos usados. Eran del propio Bergoglio.

Una familia amiga del dirigente Julio Alak, que también tenía una amistad con Bergoglio, le avisó al Gobierno que el nuevo Pontífice había olvidado ese calzado en su casa. Ella se los llevó a Roma como si fueran una novedad. Un obsequio extraño que Francisco agradeció con diplomacia clerical en la intimidad. Ese encuentro duró dos horas y media. Cristina lloró, el Papa le habló de la necesidad de «unir a la Patria Grande», del conflicto por las Islas Malvinas y de su marido fallecido, Néstor Kirchner. Fue una reconciliación. Los K habían designado a Bergoglio, en sus épocas de cardenal de Buenos Aires, como el «jefe de la oposición». El prelado enloquecía a la Casa Rosada dejando trascender que recibía en la catedral a la dirigencia de todos los partidos. Además, en un Tedeum del 25 de mayo del 2004, le había dedicado al matrimonio K una homilía crítica de la corrupción.

Más: Bergoglio les «ganó» una elección que fue crucial para el proyecto de los Kirchner. Fue él quien convenció al obispo emérito de Puerto Iguazú, Joaquín Piña, para que liderara una coalición de dirigentes opositores al gobernador de Misiones, Carlos Rovira, aliado de la Casa Rosada, que buscó reformar la Constitución para obtener la reelección indefinida. El mandatario peronista perdió con la lista de unidad ideada por Bergoglio y se terminaron así los diversos planes de «re re» de otros gobernadores del PJ. Las relaciones con los Kirchner se habían roto, también, cuando el entonces vicario castrense, monseñor Baseotto, amenazó al ministro de Salud, Ginés González García, con «tirarlo al mar» por sus programas de prevención de enfermedades sexuales. La Casa Rosada emitió un decreto para removerlo del cargo. Bergoglio resistió.

Cuando fue elegido Papa, Cristina enfureció. Pero con el paso del tiempo prefirió capitular sin explicitarlo. Se rindió ante alguien mucho más poderoso que ella. Francisco aceptó la tregua. El detalle de los zapatos gastados es una historia mínima que describe el gran acontecimiento político que supuso para el entonces oficialismo que su «enemigo» llegara a la cúspide se la Santa Sede. El Papa, ya en su cargo máximo, victorioso, perdonó a los K y tejió alianzas con ellos para ampliar su poder en el país. Era un animal político, según lo describieron amigos siendo respetuosos de su liderazgo de Fe. Se definía como un «hombre de gobierno».

Con el ex presidente Mauricio Macri la relación también fue tormentosa. Siendo Arzobispo de Buenos Aires nunca le perdonó del todo que la Jefatura Porteña no impidiera, con una acción jurídica, que se realizara, justo en su ciudad, la primera unión civil entre dos hombres. Macri nunca se entendió del todo con Bergoglio, ni viceversa, más allá de la cordialidad de su vínculo institucional y de la amistad que monseñor tenía con varios dirigentes del PRO.

Macri sintió el frío y la información fina que manejaba Francisco varias veces. En medio de una reunión entre ambos, el Papa fue directo: «Hay dos ministros de su Gabinete que no me gustan». Macri había viajado en compañía de su principal asesor, Marcos Peña. La charla había tratado una agenda vinculada a otros temas. Pero al ex presidente aquella crítica le quedó astillada en su cabeza. Tanto es así, que en una escala en el viaje de vuelta a Buenos Aires no aguantó la intriga y llamó desde un aeropuerto al Sumo Pontífice: «Francisco, acá estoy, con Marcos, volviendo al país. La verdad, nos quedamos pensando en aquello que dijo de los ministros que no le gustaban…». Francisco respondió con una frase lapidaria: «¡Ah! Noto que ya ha descubierto a uno de los dos», soltó, en obvia referencia a Peña. El ex presidente se sorprendió.

El otro funcionario de Macri que Bergoglio no toleraba era el consultor y catedrático de la comunicación, Jaime Durán Barba, que en los hechos no tenía cargo, pero que era clave para la gestión.

El mandatario argentino padeció más intrigas en la Santa Sede. Bergoglio, desde sus épocas de obispo, mantuvo relaciones de mucha confianza con notorios dirigentes del PRO como el ex senador Esteban Bullrich, o con la ex vice Gabriela Michetti. Pero el vínculo con el propio Macri era innegablemente menos cálido.

El 27 de febrero del 2016, Macri fue retratado por un fotógrafo oficial del Vaticano junto al Papa. Parecían dos personas en espejo contrarios de gestos. El Presidente sonreía. Bergoglio no ocultaba su fastidio.

Macri nunca le encontró una explicación a lo que había pasado. Clarín, en base a fuentes inobjetables, supo que el ex presidente respondía “no sé”, cuando le preguntaban qué había pasado aquel día, y agregaba: «La reunión que tuvimos había sido muy buena. Y después él salió y tenía ese gesto complicado».

Francisco, a la vez, dijo frente a testigos que hablaron con Clarín: «Mauricio es un hombre de pocas palabras. En la reunión yo le hablé de varios temas y él respondía cortito y se callaba. Y así fue hasta que le dije: ´¿Tenés algo más?´. Me dijo que no y listo, terminamos. Todo habrá durado veinte minutos».

Él solía ser ambiguo cuando le preguntaban si era peronista. En una entrevista con Jorge Fontevecchia, en Perfil, Bergoglio contó que provenía de una familia «Gorila», pero que después se «me licuó ese antiperonismo». Como sacerdote, fue confesor de una hermana de Eva Perón. Y siempre remarcaba que a la Iglesia lo atrajo del líder del PJ su doctrina social de la Iglesia.

Para él, el peronismo era un «movimiento popular» y sumaba que lo más interesante fueron sus políticas de Justicia Social. En San Pedro, antes de salir a saludar a sus fieles, le susurraba pícaro a alguno de sus ayudantes. “Voy a salir a ‘peronchear’”, aludiendo sin dudas a Perón en tono de broma.

Bergoglio se autodescribía como «hombre de Gobierno». Desde que fue arzobispo de Buenos Aires, y después en el Vaticano, mantuvo muy buena relación con la dirigencia de la CGT. Solía convocar a secretarios generales de los gremios a reuniones en la Santa Sede.

Hiperinformado, en un almuerzo con jefes del gremialismo argentino sorprendió al ex secretario general de los peones de taxis, Omar Viviani. En medio de un almuerzo con ese grupo sindical. de golpe hizo silenció, miró a Viviani y preguntó: «Omar, ¿gastaste mucho dinero, no?».

Su interlocutor no entendió la pregunta. Lo hizo cuando Bergoglio, con sarcasmo, detalló: «Claro, gastaste plata en la campaña para que Sandri (Leonardo, ex hombre fuerte del Vaticano) sea elegido Papa. Pero gané yo». Hubo risas. No muchas. El Papa tuvo un gran amigo que aun hoy es un dirigente de mucho poder en el PJ. Se trata de Juan Manuel Olmos, Auditor General de la Nación, y operador del partido en diversos ámbitos, muy influyente en la Justicia.

Había casado a los padres de Olmos, lo había bautizado siendo bebé a él, con el paso de los años también lo casó con su pareja y bautizó más adelante a sus hijos.

Olmos era un interlocutor privilegiado del Papa. Y era de los pocos que se animaba a hacerle bromas: durante la primera visita de Cristina Kirchner a Roma, Olmos y el ex secretario de Culto de las tres gestiones K, Guillermo Oliveri, también de su total confianza, fueron invitados a otro encuentro, en el que estaban presentes alrededor de unos cincuenta obispos. Oliveri le entregó en ese momento una remera de San Lorenzo que le había enviado Marcelo Tinelli.

El salón donde todo había ocurrido estaba lleno cuando Olmos «chicaneó» a su viejo amigo: «¿Cantamos la marchita, Francisco?». Y el Papa sonrió: «Nooo, acá no».

Para Francisco, los gremios cumplían un rol esencial en la sociedad. Pero a la vez creía que los «descartados», como llamaba él a quienes habían perdido el trabajo, debían ser contenidos y organizados por los movimientos sociales. Fue por eso que le dio tanto apoyo a Juan Grabois o a los jefes del Movimiento Evita, como Emilio Pérsico y Fernando Navarro.

Ya en la Santa Sede, el Papa recibía también a miembros del Poder Judicial. Era amigo de Eugenio Zaffaroni y le dio espacio a un grupo de funcionarios judiciales de la agrupación K Justicia Legítima para que expongan en disertaciones en Roma. Al mismo tiempo, tenia vínculos con jueces más «ortodoxos».

El Papa, eso sí, nunca les perdonó a los Kirchner que intentaran vincularlo con la dictadura militar: «Me quisieron cortar la cabeza», les contó en 2023 a obispos de Hungría.

Era amigo del fallecido Claudio Bonadio. El magistrado solía visitarlo en el Vaticano. Pero nunca lo contaba para que trascendiera en los medios.

Con Javier Milei la historia es más conocida y corta. El Presidente había destratado al Papa durante la campaña. Pero esta semana él mismo admitió que le había pedido perdón, a lo que Francisco le respondió: «Son errores de juventud». Hábil declarante.

El Papa decía que no le prestaba atención a la prensa argentina. No fue así. Leía todos los diarios nacionales. Era un rito que iniciaba a las 4:30 de la madrugada. Y terminaba cuando leía todos los diarios.

Redacción

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