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martes, febrero 11, 2025

El apasionante cruce del Océano Atlántico a bordo de un avión pequeño

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Fue un pacto de padre e hijo. Un desafío que solo ellos podía encarar. Y luego de varias horas de adrenalina, pero también de incertidumbre, hoy ya es un recuerdo invaluable, una aventura más que apasionante. Así fue el viaje que realizaron Carlos Juncosa y su hijo Federico.

Fue un pacto de padre e hijo. Un desafío que solo ellos podía encarar. Y luego de varias horas de adrenalina, pero también de incertidumbre, hoy ya es un recuerdo invaluable, una aventura más que apasionante. Así fue el viaje que realizaron Carlos Juncosa y su hijo Federico.

Carlos es un piloto ferry, que no tuvo mejor idea que adquirir un avión ligero en Sudáfrica y traerlo a Salta. Lo hizo en acuerdo con su hijo. Y recordó a un referente de la historia de la aviación para cometer tamaña «locura».

«Hicimos un viaje inspirados por Max Conrad, que lo hizo con un avión del mismo modelo, de 1968, pero ahora nosotros lo tenemos dotado con el GPS, que antes Max no tenía», dijo Carlos en diálogo con El Tribuno.

«Cruzar los países de Africa fue fantástico, países que pudimos apreciar desde un avión chico, porque volamos bajo, vemos todo, es otra vivencia», agregó.

Pero el gran desafío fue el cruce del Océano Atlántico, con 3.300 km de agua, solo agua a la vista.

Carlos y Federico se retratan en pleno vuelo.

«Obvio que te da miedo, pueden pasar cosas», admitió Carlos. «Es la primera vez que cruzo el Atlántico con un avión chiquito, los riesgos son enormes, en cierto modo sí me arrepentí, traté de persuadir a mi hijo para que no lo haga, pero no hubo caso», añadió.

Una de las razones importantes que un piloto encuentra para este tipo de traslados, «es conocer el mundo, gratis, porque a veces uno viaja para comprar el avión, luego lo vende y se recupera el costo», indicó Juncosa padre.

Dijo que comprar el Piper Twin Comanche le salió «más barato que una camioneta usada en Salta», pero después de cruzar el océano, «vale mucho más».

«A veces me contratan como piloto ferry, pero en este caso compramos el avión con mi hijo Federico, que también es piloto, para hacer este viaje. Fue una propuesta de padre e hijo», remarcó.

Carlos cuenta con una experiencia de al menos 15 viajes desde Sudáfrica, pero definió este último como «el corolario de mi vida».

«No voy a hacer un viaje así nunca más. Esto fue solo revivir lo que hizo Max Conrad, un pionero de la aviación», dijo a modo de ejemplo.

La partida

Carlos partió desde el Aeropuerto Internacional de Lanseria, al noroeste de Johannesburgo, en Sudáfrica, el viernes 24 de enero, a bordo del Twin Comanche de 1968, el mismo modelo que utilizó Max Conrad para cruzar el Océano Atlántico desde Ciudad del Cabo, pero hace 60 años.

Una foto tomada en pleno vuelo.

«Pensé en la Pachamama y también en Lemanjá. Una es la madre tierra, la otra diosa del mar. A ambas nos encomendamos y ofrendamos, y pedimos permiso para unir estos dos continentes, en nuestro pequeño avión, tan separados, pero juntos para siempre en nuestros corazones», posteó Carlos en sus redes sociales en plena aventura.

Paradas y ciudades

Luego de varias pruebas, el periplo comenzó desde Lanseria, y el primer destino fue Maun, en Botswanaun, muy cerca de Delta del Okavango, «río que seguiremos hasta sus nacientes en Angola», fue relatando casi en tiempo real.

Oreste Lorenzo, el piloto cubano héroe y villano para la Cuba del entonces Fidel Castro, es amigo de Carlos y por su intermedio un General del Ejército de Angola, Joao Baptista recibió a Juncosa y a su hijo, y los acogió durante esa estadía, en Luanda.

Carlos hace una selfie con niños africanos.

Luego de atravesar unas montañas «alucinantes», el Twin Comanche sobrevoló el cielo de Congo, país que se encuentra en guerra civil, por lo que el peligro de un espacio aéreo cerrado era latente. «Por suerte no lo cerraron, y cruzamos a Santo Tomé», recordó Carlos.

Una «problema técnico»

Una avería obligó a los Juncosa a aterrizar en la pista de Santo Tomé y Príncipe, una isla casi virgen, con poco turismo, pero encantadora -según definió Juncosa-, donde la esclavitud estuvo vigente hasta 1975.

«Declaramos un problema técnico, porque si decíamos que era una emergencia, iba a haber problemas», explicó Carlos. Allí entró en escena un mecánico de avión de origen venezolano, Wilcer, quien metió mano en la nave de los salteños. «Nos solucionó todo, lo arregló tan bien que llegamos hasta acá».

El mecánico venezolano junto a Federico.

Ese problema técnico puso en serio riesgo la misión: se rompió y se perdió un cilindro de los cuatro que lleva cada motor. Se cree que sucedió por la mala calidad de combustible en la zona. Es que en algunos países de África no hay nafta de avión, con lo cual los Juncosa tuvieron que utilizar nafta de auto (equivalente de la Súper de YPF). «Es bastante buena porque no tiene alcohol», dijeron.

Rumbo a Dakar

Luego de pasar dos días increíbles en la isla de Santo Tomé y Príncipe, y de pasar buenos momentos con amigos ocasionales, el viaje continuó hasta la capital de Ghana. En Accra, se quedaron una sola noche desde allí se dirigieron hasta Dakar, la capital de Senegal. Durante esas ocho horas de vuelo, evitaron pasar por Burkina Faso y sobrevolaron los cielos de Costa de Marfil, Guinea y Gambia.

Antes de aterrizar en Dakar surgió otro inconveniente con el tren de aterrizaje, el cual debió ser revisado en más de una ocasión antes de llegar a Cabo Verde, desde donde se pegaría el salto de continente.

En la capital de Senegal, Carlos conoció a Francisco López Achaval, el cónsul argentino quien se puso a disposición para solucionar el desperfecto, además de invitarlos a su casa.

Desde Dakar, los Juncosa partieron hasta Cabo Verde, luego de atravesar los primeros 600 km de océano. Cabo Verde es un conjunto de 10 islas, de las cuales 9 están habitadas, dependían de Portugal hasta 1975. «Es una isla muy europea, con gente buena y con poco turismo», contó Carlos.

Roca de la salvación

Desde Praia -ciudad central de Cabo Verde- se realizó el trayecto más largo y peligroso de todo el viaje. Eran 2600 kilómetros del Atlántico en su máxima expresión. Por suerte, casi en la mitad del trayecto, la naturaleza erigió unas piedras gigantes desde las profundidades del planeta. «Es una roca, es literalmente un roca, donde podés acuatizar en medio del océano, allí te podés comunicar y te pueden rescatar», explicó Carlos.

Esa «roca de la salvación» se encuentra a 1600 km desde Cabo Verde. Desde recorrieron 500 km hasta la majestuosa isla Fernando de Noronha, donde sí se puede aterrizar. Se trata ya de un territorio brasileño. «Allí vimos una pista de aterrizaje luego de miles de kilómetros», dijo Juncosa. El lugar es utilizado para surfear y bucear.

Natal, con tormenta

Luego de más de nueve horas de vuelo, teniendo en cuenta que el Twin Comanche alcanzó una velocidad máxima de 259 km/h, finalmente Carlos y su hijo llegaron a Natal, al norte de Brasil. La etapa más peligrosa del periplo ya había quedado atrás, pero la costa brasileña presentaba otra complicación: una tormenta que obligó a los pilotos a cambiar los controles para vuelo instrumental. «Cuando no tenés visibilidad, cuando entrás en una nube, hay que seguir un procedimiento radioeléctrico, y recién ves la pista estando a 70 u 80 metros de altura. No nos quedó otra, ya teníamos poco de combustible».

El aterrizaje de los Juncosa en el aeropuerto de Natal, en plena tormenta.

Los Juncosa pisaron suelo sudamericano el jueves por la tarde. El sábado -por ayer- continuaron el viaje hasta Goias, cerca de Brasilia, y desde allí arribarán esta tarde en Salta. Familia y amigos los recibirán en el Aero Club. Habrá una gran hazaña por contar…

Cruce del Atlántico, en primera persona

«Sé que fue algo inusual, pero créanme que me di cuenta de la magnitud cuando estaba a 1000 km de cualquier lado sobre el océano infinito. Es una sensación muy extraña, tal vez indescriptible. La adrenalina es tal que no hay un minuto de relax. La audición se torna el mejor de los sentidos. Cada mínimo cambio es una alerta. La vista poco sirve. ¿Qué se ve? Agua, 360 grados de mar. Un poco se pierde el sentido del tiempo. Esperamos la costa. Achinamos los ojos tratando de ver la línea, esa que significa la vida, tierra. Llamamos por radio muchas veces, pero nadie nos contestó. Recién a 55 millas (88 km), se escuchó una voz muy débil que llama: ‘Zulú sierra, lima kilo charly’. Nos emocionamos: «Hola, acá zulú sierra, estamos a 50 millas! De pronto, la tormenta. Gigantes cúmulos con rayos al frente. Ahora sí, claramente el control dice, no pueden seguir visual. Deben hacer procedimiento. Eso implica volar 10 minutos más. Contesto: ‘¡mínimo fuel!’. Amablemente me dice: ‘Te vectoreo hasta el ILS’. Apareció la pista. El tren funcionó. Bajó. Siento las ruedas principales tocar el asfalto húmedo. Frenó el Twinky y sigo la línea amarilla… por Dios!!!! Es verdad. Llegamos!!!», narró Carlos en sus redes sociales, sobre lo que sintió al cruzar el océano Atlántico durante 9 horas de vuelo, y su posterior llegada a tierra en Natal.

A horas de aterrizar en Salta, Carlos dijo a El Tribuno que no venderán el avión por su valor «sentimental». En marzo tendrá su próxima aventura ya que fue convocado para traer un avión grande, también desde Sudáfrica. Sin embargo, ninguna experiencia alcanzará en su vida la importancia, la emoción y el recuerdo del viaje que acaba de realizar con su hijo.

Redacción

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