Especialista en el estudio de los fascismos y del ineludible debilitamiento de las democracias, tema que abunda en las librerías como eje central del debate político, lo primero que advierte el historiador italiano Steven Forti es que cada vez más sistemas democráticos se convierten en autocracias.
Ya sin golpes de estado militares ni asonadas civiles, el vaciamiento democrático se propicia “desde adentro”: líderes más o menos populistas o de extrema derecha ganan unas elecciones y paulatinamente centralizan el poder en el Ejecutivo, desaparece la separación de poderes, recortan derechos para la minoría y también se evapora el pluralismo informativo.
Así, piensa el historiador, el fin de las democracias liberales, algo impensado hace unas décadas, no parece ser el deseo de unas mentes desquiciadas sino un cada vez más posible destino de la realidad global.
Profesor titular de Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona, Forti, nacido en 1981, es autor de Democracias en extinción. El espectro de las autocracias electorales, coautor de Patriotas indignados. Sobre la nueva ultraderecha en la Posguerra Fría. Neofascismo, posfascismo y nazbols y editor de Mitos y cuentos de la extrema derecha.
Además de las democracias actuales, Forti analiza otros puntos nodales que parecen redefinir el mapa de Occidente: los populismos, los nacionalismos y las extremas derechas en la época contemporánea, con especial atención a la historia comparada y transnacional, y en esos foros de debate acaba de visitar la Argentina, donde presentó su último libro Extrema derecha 2.0. Cómo combatir la normalización global de las ideas ultraderechistas (Siglo XXI). De todos esos temas, el italiano que vive en España dio precisiones y auguró el panorama a futuro en esta entrevista con Clarín.
–En tu libro aparece claramente que la ultraderecha ya no es una novedad, sino que ha salido del closet hace varias décadas. Lo curioso es que muchos sectores de la política todavía parecen sorprendidos, como si hubiera surgido de repente. ¿Por qué crees que ocurrió eso? ¿Fue un fenómeno que estaba ahí, operando silenciosamente para muchos, y no se quiso ver?
–Sinceramente, es descorazonadora –para utilizar un eufemismo– esta reacción de sorpresa. Parece que muchos vivan en la inmediatez y no tengan mínimamente en cuenta lo que ha pasado en las últimas décadas. El Frente Nacional francés consiguió sus primeros éxitos electorales a mediados de los años ochenta. La extrema derecha italiana llegó al poder ya en 1994, de la mano de Berlusconi, y la austriaca en el 2000. En el nuevo milenio el avance electoral de estas formaciones ha sido constante, así como su asentamiento en países que parecían inmunes al “virus” ultraderechista. Piénsese en Alemania o España, pero también en Estados Unidos o Argentina. La dinámica, en síntesis, es global. Y no empezó ni de lejos con la primera victoria de Trump en 2016. Quizás lo que influye en esta reacción de sorpresa son las sobras de la creencia de que, tras el fin de la Guerra Fría, la democracia liberal había ganado y en el futuro no podía ya haber retrocesos democráticos. Hasta hace poco, muchos fueron esclavos de una lectura simplista del desarrollo histórico, la del “fin de la historia” de Fukuyama, que se ha demostrado no sólo equivocada, sino totalmente naif. Ha caído como un castillo de naipes en menos de tres décadas. Hoy en día, de hecho, nos encontramos en medio de la primera gran ola desdemocratizadora desde 1945, una ola que puede comportar, lisa y llanamente, el fin de las democracias liberales. Y que no se pierda de vista: las extremas derechas no son la causa de la crisis de las democracias, sino un síntoma de que algo va mal.
–Siguen surgiendo muchísimos libros analizando este fenómeno, con debates abiertos. Hay varios tópicos que dividen aguas: ¿cómo llamar a estas nuevas experiencias políticas? ¿Nuevo fascismo? ¿Populismo de derecha? ¿Tecno derecha? Incluso el propio Milei, acá en Argentina, sale a denunciar a periodistas que en sus notas hablan del ascenso de Hitler y de la caída de República de Weimar, ofendido por la comparación. ¿Cuál es tu mirada sobre todo esto?
–El debate es interminable, es cierto. No me satisface la utilización de fascismo, un concepto que ha sufrido una inflación semántica en las últimas décadas: además, ponernos las gafas del fascismo no nos ayuda para entender qué son, cómo actúan y qué objetivos tienen estas nuevas extremas derechas. Esto no implica que los paralelismos con la época de entreguerras sean inútiles. Al contrario. Porque sabemos cómo esto empezó, pero no sabemos cómo acabará. No me extraña, dicho sea de paso, que a Milei le molesten estas comparaciones: es típico de los wanna–be dictators atacar la prensa y llevar a los tribunales los que critican quiénes están en el poder. Tampoco me parece útil hablar de populismo, ya que no se trata de una ideología, sino sencillamente de una estrategia o un estilo político. Personalmente, apuesto por un concepto más sencillo, si se quiere, pero más claro, que permite ubicar ideológicamente estas fuerzas políticas: extrema derecha. Con una pizca de ironía, le añadiría un 2.0 al final. Porque son algo distinto al fascismo histórico, si bien en algunos países hay elementos de continuidad. Y porque las nuevas tecnologías han permitido a las extremas derechas viralizar sus ideas y, por consiguiente, normalizarse.
–En la Argentina, en las recientes elecciones legislativas, ha ganado la extrema derecha con una bajísima participación electoral. La gente parece ajena a los debates de los candidatos, sin importarle demasiado el juego electoral como base tradicional de las democracias. ¿Qué análisis te merece? ¿Es algo que esté pasando en Europa?
–El aumento de la abstención es un fenómeno general, más allá de algunas excepciones. A veces se celebra que en algunos comicios haya votado el 60% del censo electoral… Sinceramente, es para llorar. Alrededor de la mitad de la gente se queda en casa. De hecho, en las recientes elecciones en CABA no ha ganado Adorni: el primer partido, y con diferencia, es la abstención. Esta desconexión de una parte de la ciudadanía demuestra que hay una dramática crisis de representación. Debemos entender por qué la gente decide no participar: ¿las instituciones democráticas están ofreciendo respuestas a las demandas de los ciudadanos? ¿Qué proponen los partidos tradicionales? Ahí está la madre del cordero. Y es lo que explica gran parte de ese malestar, ese descontento y ese resentimiento de una buena parte de la población. Aclarémonos: no se trata de pasotismo. Tampoco la gente es tonta o ignorante. Al contrario, tiene muchas razones para estar cabreada.

–¿Qué está pasando con los jóvenes y con las clases más pobres? Parece ser que en un mundo de extremos, además, la clase media está tendiendo a desaparecer….
–El achicamiento de las clases medias es un hecho, si bien existen diferencias entre Europa y América Latina. De fondo, estamos pagando la factura de cuarenta años de hegemonía neoliberal cuyas principales consecuencias han sido un aumento notable de las desigualdades, la precarización del trabajo, el debilitamiento del Estado del bienestar y la ruptura del ascensor social. Aquí debemos prestar atención y estudiar más las transformaciones del sistema capitalista: el paso de una sociedad industrial a una sociedad post–fordista, el crecimiento exponencial del trabajo informal… Cuando no hay expectativas de vivir mejor en el futuro, ¿extraña que una parte de los jóvenes compren el relato de las extremas derechas? Cuando las democracias liberales no consiguen ofrecer soluciones a problemas que ya se han enquistado, ¿extraña que la simpatía hacía líderes autoritarios haya crecido en las últimas dos décadas? Quitémonos la venda de los ojos y ofrezcamos un horizonte de esperanza a la gente.
–Mientras tanto, las izquierdas parecen perdidas, aunque se intenten aggiornar con nuevas propuestas e interesantes estrategias de comunicación, no convocan al electorado ni suelen dar en el clavo en la batalla cultural. ¿Cómo es posible salir de esas zonas de confort? ¿De qué manera vencer la agonía y volver a tomar vida en un mundo que las desprecia y donde parecen remar desde muy atrás?
–Hay que entender que debemos solucionar problemas estructurales. Y no va a ser fácil. Hemos hablado de las desigualdades, obviamente. Pero esto atañe por lo menos a otras dos cuestiones. Por un lado, estamos viviendo en sociedades cada vez más atomizadas y deshilachadas: hay que reconstruir, pues, los lazos rotos. Por otro, hay que reforzar o, directamente, reconstruir los cuerpos intermedios que son la sombra de la sombra de lo que fueron: partidos, sindicatos, asociaciones de la sociedad civil… que tienen la función de correa de transmisión entre la ciudadanía y las instituciones democráticas. Sin una sociedad cohesionada y cuerpos intermedios fuertes, a largo plazo un sistema democrático liberal no puede aguantar. Y, luego, claro está, hay que dar la batalla cultural. Pero, atención, esto no significa desarrollar una estrategia de comunicación más cool y smart, sino ofrecer un horizonte de esperanza para la gente. El futuro ha desaparecido del discurso y el imaginario de la izquierda. ¿Cómo se puede ilusionar cuando no se ofrece una imagen, si bien utópica, de un futuro mejor? Asimismo, la izquierda debería reapropiarse de las palabras y los símbolos que la derecha le ha secuestrado, empezando por el concepto de libertad. La libertad no es de derecha. Repitámoslo cada día. Hace falta, sobre todo en Argentina.
–¿Y cómo ves la relación de estas ultraderechas con las derechas más tradicionales? Acá en Argentina, Milei se alió con la derecha más moderada, representada en Mauricio Macri, y ahora parece estar fagocitándolo.
–No extraña. Es lo que ha pasado en gran parte del mundo. Trump ha conquistado desde dentro al Partido Republicano, Farage está fagocitando a los Tories británicos, Le Pen a los posgolistas franceses, Meloni al berlusconismo… La cuestión de fondo es que la derecha mainstream está viviendo una profunda crisis de identidad. Una vez que el mito de un supuesto mundo mejor vendida por el neoliberalismo hegemónico se ha desvanecido, se ha quedado sin discurso. Su receta ya no funciona. ¿Qué quiere? ¿Qué ofrece? ¿A dónde quiere ir? No se sabe, ni contesta. Está paralizada por el miedo a perder votos a su derecha. Es el anillo débil de las democracias liberales. La derecha mainstream debería tener claro que aliarse con fuerzas antidemocráticas como las de extrema derecha es un flaco favor que le hace a la democracia. Y también a sí misma. Porque o bien acaba canibalizada o bien acaba ultraderechizándose.
–Hablás bastante de las nuevas tecnologías como arma, con la cuestión de la posverdad y las fake news. También está el ataque sistemático que hacen los presidentes a los periodistas que los critican. Y desde el presente hacia el futuro, ¿cómo ves la aceleración de la Inteligencia Artificial, tanto en los usos del poder como en la vida pública?
–Las nuevas tecnologías son una herramienta, como lo fueron la radio o la televisión. La extrema derecha ha sabido utilizarlas mejor que los demás y ha invertido mucho en ello con el objetivo de mover la ventana de Overton, es decir difundir sus ideas y convertir en aceptables discursos que antes no lo eran. Los bulos y las teorías conspirativas, así como los ataques a la prensa o a los intelectuales, sirven para lo mismo: aumentar la desconfianza y la polarización afectiva, además de marcar la agenda mediática. El problema de fondo es que no hemos democratizado aún el espacio digital. No es aceptable que plataformas que ofrecen un servicio público, como X o Meta, estén en manos de unos robber barons del siglo XXI que no sólo se desentienden de limitar la difusión de discursos del odio y narrativas extremistas, sino que actúan con total opacidad. ¿Cómo funcionan los algoritmos? No lo sabemos: es como la receta de la Coca–Cola. ¿Por qué se viralizan más los contenidos vinculados a emociones como el miedo y el odio? Además, se apropian de nuestros datos que son el “petróleo” del nuevo milenio. La IA acelerará aún más estas dinámicas. O la regulamos y la controlamos democráticamente o estamos perdidos.

–En esa comprensión global del fenómeno, proponés una respuesta poliédrica, no unidireccional. ¿Podrás explicar en qué consiste y cuáles son los elementos que te parecen insoslayables para dar la discusión en estos tiempos?
–Las causas que explican el avance de la extrema derecha son múltiples. Por esto la respuesta debe ser poliédrica y multinivel. En resumidas cuentas, no hay varitas mágicas que solucionen de un día para otro el problema. Consecuentemente, hay que reducir las desigualdades, reforzar el Estado del bienestar e invertir en educación y sanidad pública de calidad. Pero con eso no basta. Como comentaba antes, hay que reconstruir también nuestras sociedades, reforzar los cuerpos intermedios y democratizar el espacio digital. Asimismo, tanto la izquierda como las demás fuerzas democráticas deben volver a dar la batalla cultural y ofrecer un horizonte de esperanza. Tengamos en cuenta tres cosas que son fundamentales. Primero, el tiempo apremia y toca ponerse las pilas cuanto antes porque ya vamos tarde. Segundo, hará falta tiempo: así que armémonos de paciencia y trabajemos para las próximas generaciones. Tercero, nadie nos sacará las castañas del fuego: todo debemos involucrarnos y aportar nuestro granito de arena.
–Por último, en estas democracias en peligro, en vías de extinción, ¿ves realmente una instalación de autocracias 2.0?
–El modelo ya existe y es exitoso: la Hungría de Viktor Orbán. No es una democracia liberal, pero tampoco un régimen totalitario tout court. El término más aceptado hasta la fecha es el de autocracia electoral. Se celebran elecciones, pero estas no son ni justas ni totalmente libres. Hay partidos de la oposición, pero no tienen ni los mismos recursos ni las mismas posibilidades del partido de gobierno. La separación de poderes brilla por su ausencia: el ejecutivo controla el legislativo y el judicial. Supuestamente, hay pluralismo informativo, pero en realidad es falso porque el gobierno o testaferros amigos de Orbán controlan el 93% de los medios húngaros. Por otro lado, hay un recorte de derechos brutal. Se dirá que lo de Hungría es un caso aislado y no exportable, pero no es cierto: todos los ultraderechistas de un lado y el otro del Atlántico lo estudian. A finales de abril, para poner un solo ejemplo, uno de los principales think tank orbanianos, el Centro de Derechos Fundamentales, organizó junto a la Fundación Faro de Agustín Laje, un encuentro en Puerto Madero. Participaron, entre otros, dirigentes del partido de Giorgia Meloni y de la Fundación Heritage que elaboró el Project 2025 para Trump. Bukele, Netanyahu, Meloni, Trump y Milei siguen el camino húngaro. Un camino, no se pierda de vista, que abrió ya Putin unos años antes.
Steven Forti básico
- Nació en Italia en 1981 y vive en España desde 2006. Es uno de los más reconocidos especialistas en historia de los fascismos, los nacionalismos y las extremas derechas, leído, consultado y escuchado en toda Europa.
- Es profesor titular en el Departamento de Historia Moderna y Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y coordinador local del proyecto de investigación europeo “Analysis of and Response to Extremist Narratives” (Arenas).
- Miembro del Centro de Estudios sobre Dictaduras y Democracias (Cedid) y del consejo de redacción de las revistas Ayer, Spagna Contemporanea, Política & Prosa y CTXT, es autor –entre otros libros– de Democracias en extinción. El espectro de las autocracias electorales (2024) y de El peso de la nación (2014); coautor de Patriotas indignados. Sobre la nueva ultraderecha en la Posguerra Fría (con Francisco Veiga, Carlos González-Villa y Alfredo Sasso, 2019), y editor de Mitos y cuentos de la extrema derecha (2023).
Extrema derecha 2.0. Cómo combatir la normalización global de las ideas ultraderechistas, de Steven Forti (Siglo XXI).