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martes, junio 17, 2025

El bombardeo de 1955 sobre Plaza de Mayo: la ficción recupera una tragedia argentina

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Trescientas nueve personas a las que se les interrumpió la vida en Plaza de Mayo y alrededores, a través de una serie de bombardeos perpetrados por integrantes de la Armada y la Fuerza Aérea y alentados por actores civiles, parecen haber sido una cifra escasa para que la literatura del país le haya otorgado a ese crimen el suficiente espesor. Más abordado por ensayos y documentales que por la ficción escrita, el hecho es difícil de procesar, quizá por su inverosimilitud, propia de una serie distópica. ¿O a qué género podría caberle una lluvia de bombas sobre las calles céntricas, un trolebús 305 con pasajeros convertido en un revoltijo de metal, una mujer que mira incrédula cómo una de sus piernas es solo un fleco de carne?

El bombardeo. Plaza de Mayo, junio de 1955 (Alfaguara), con trabajo de compilación y prólogo a cargo de Julián López, reúne trece relatos que buscan sumergirse, aludir, sugerir o narrar en forma casi periodística, según el texto que se lea, esa huella profunda pero no siempre visible en la historia política nacional. Como dice el prologuista, los sucesos del 16 de junio de aquel año parecen cautivos “de una narrativa desorganizada por la perpleljidad, por la incapacidad de una lectura sintética que admita las complejidades históricas y políticas del caso”.

Bombas sobre Buenos Aires, de Daniel Cichero (Vergara). Días malditos. De los bombardeos a Plaza de Mayo hasta la caída de Perón, de Mariano Hamilton (Planeta), Ataque a la Casa Rosada, de Horacio Rivara (Sudamericana). La masacre de Plaza de Mayo (De la Campana), de Gonzalo Chaves. Batallas Aéreas. Aviación, política y violencia. Argentina 1910-1955, de Alejandro Covello (Ciccus).

Esos son algunos de los libros que reconstruyen los sucesos de ese junio caliente, que preanunció por tres meses el derrocamiento de Perón. El bombardeo del 16 de junio de 1955 (Colihue) es otro título relevante, en ese caso generado en base a investigaciones del Archivo Nacional de la Memoria.

Y una pequeña gran joya es 16 de junio de 1955. Bombardeo y masacre. Imágenes, memorias y silencios (Biblos), con Juan Besse y María Graciela Rodríguez como editores, obra que analiza las representaciones mediáticas de aquellos actos y el destino conflictivo y muchas veces censurado de las imágenes audiovisuales que registran esa acción criminal.

Septuagésimo aniversario

Con base en la literatura, el libro publicado por Alfaguara, en sincronía con el septuagésimo aniversario de los ataques aéreos, agrupa a autores de distintos perfiles, edades y estilos. Más allá del orden que propone el índice, pueden plantearse otros itinerarios. Por caso, el texto de Alejandro Covello, “Latae setentiae” y el de Luis Sagasti, “Flying Jesus”, pivotean con sutileza e inteligencia alrededor del rol de la Iglesia Católica en el bombardeo.

Sobre la Casa Rosada cayeron en total 129 bombas. Archivo Clarín.
Sobre la Casa Rosada cayeron en total 129 bombas. Archivo Clarín.

También en ambos aparece, en distintos planos, la quema de templos católicos atribuida a militantes peronistas en respuesta a la matanza. En Covello, solo se anuncia mediante una medalla que dice “Christus Vincit” y que es arrojada por el narrador al fuego; en Sagasti, hay antorchas, imágenes religiosas y reclinatorios hechos astillas, vidrios destrozados, y el grito de “Viva Perón, carajo”.

Otro plano posible es el fantástico-onírico; en ese registro parece afincarse el texto de Ricardo Romero, “Daños colaterales”, en donde un comerciante textil o una empleada de la Biblioteca Nacional empalman sus vidas cotidianas, entre ensoñaciones, con las bombas y los aviones utilizados en esas jornadas. En el cuento aparece otro personaje, Carlos Enrique Carus, llamado igual que uno de los oficiales aeronáuticos autores del crimen.

Otra entrada posible es a través de los textos que plantean vínculos entre los bombardeos de 1955 y la represión estatal llevada adelante desde el 24 de marzo de 1976. En esa línea flota especialmente el cuento de Mariano Dubin “No te perdono”, que entreteje historia familiar y política, con un cargo gerencial de YPF, barriadas populares de Berisso, una trabajadora doméstica nacida en Cabo Verde, una sesión de tortura y reproches fantasmagóricos entre una madre y un hijo.

La cineasta Albertina Carri, en “Formas de vallar cuerpos”, combina en su relato alusiones familiares sobre los hechos de junio del 55, en especial acerca de su abuela materna, con microhistorias de su vida afectiva y menciones a la militancia de sus padres en Montoneros.

Mercedes Araujo, con “Los puntos negros” y Juan Carrá, con “No son flores lo que cae del cielo”, parecen acercarse a un registro ficcional pero cercano a la crónica periodística. Araujo juega en el título con el doble registro de lo minúsculas que se ven las personas desde un bombardero, como así también la desvalorización de los simpatizantes peronistas, apenas manchas negras, sin nombre ni valor, para los golpistas y sus aliados.

16 de junio de 1955: aviones de la Marina bombardean la Casa Rosada y la Plaza de Mayo. / Archivo Clarín16 de junio de 1955: aviones de la Marina bombardean la Casa Rosada y la Plaza de Mayo. / Archivo Clarín

Un supuesto suicidio

En el texto uno de los protagonistas del bombardeo es un capitán de navío, que hacia fines de los 90 aparecerá muerto, en un supuesto suicidio, enredado en la causa por contrabando de armas cometida, ironías de la historia, por un gobierno peronista.

Carrá, en tanto, desgrana historias de víctimas. Una madre que iba de paseo a Plaza de Mayo con su nene y es mutilada por el ataque, una telefonista que corre la misma desgracia, un empleado de limpieza, transeúntes, empleados, funcionarios. Todos entre el espanto y la fuga, con dedos ensangrentados, cubiertos de polvo, la ropa desgarrada, algunos, muchos, muertos.

Otros textos pueden configurar bloques independientes; Carla Maliandi, en «Guárdame, duro corazón», rememora el ataque mientras junto a un actor que siempre hace de Perón reflexionan sobre la violencia política y las respuestas posibles ante esas situaciones. Sebastián Martínez Daniell, por su parte, en «Vórtice efeméride», cose al intento de golpe juniano con otros hechos sucedidos ese mismo 16 de junio, como el estreno de La dama y el vagabundo en un cine de Chicago, una escena del Ulises, de James Joyce, o, un encuentro en Estados Unidos entre el secretario del Tesoro, William Simon, y el ministro de Economía de Argentina, José Martínez de Hoz, en 1976. La articulación entre la oralidad paraguaya de un testigo de los bombardeos, su hijo impaciente y un editor con olfato, por su parte, motoriza “Lluvia de flores”, de Humberto Bas.

Sobre la Casa Rosada cayeron en total 129 bombas. Archivo Clarín.Sobre la Casa Rosada cayeron en total 129 bombas. Archivo Clarín.

Esther Cross, en “La dormida”, reconstruye el marco familiar que veló los recuerdos de la masacre, en donde si había alguna alusión, era de una abuela antiperonista que solo contaba la quema de iglesias, ocultándole a su nieta la primera y sangrienta parte del acto. Como señala, “la parte desproporcionada y monstruosa se había esfumado. Como si repitieran mil veces las excusas para justificar lo que se había hecho sin nombrarlo”, un hábito que se mantiene en muchas familias.

En “Anímese”, María Pía López construye relatos paralelos entre antiperonistas típicos y con especial odio de clase, y víctimas de los bombardeos. Como cierre, Juan José Becerra enmarca en tono ensayístico las interpretaciones sobre los ataques del 16 de junio, en donde señala la “voluntad cultural del regateo” respecto a la cantidad de víctimas, como un obvio recurso para justificar el hecho.

El autor además recuerda ácidas discusiones familiares entre su padre y una tía, sobre el peronismo, pero justamente nunca aparecían los ataques aéreos del 55. “El borramiento de los bombardeos es un trabajo de oclusión fabril del sentido, y termina con el triunfo de una propaganda de eficacia irresistible: la propaganda por omisión, una propaganda de la nada concebida para olvidar”, afirma, para poner en valor que las interpretaciones se elaboran tanto por lo que se cuenta como por lo que nunca se dice.

Redacción

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