Durante las últimas semanas Luis Benvenuty ha ido presentando en este diario informaciones sobre personas sintecho en Barcelona. La novedad del relato de este verano es constatar cómo aparecen ya quejas de otros ciudadanos que deben compartir los espacios públicos con quienes duermen en la calle. La reacción fácil es criticar a quien señala algo que, se mire como se mire, no debe ser aceptado. Pero solucionar la situación de tanta gente que no tiene donde dormir va a ser difícil. Llevamos demasiado tiempo con un discurso social buenista e insuficiente.

Personas sin techo en el parque Joan Miró
ANA JIMENEZ
Barcelona es un lugar de llegada, de mezcla y, aún para muchos, un lugar de oportunidad, pero hemos transmitido un mensaje incompleto. Hace más de veinte años se encontraban oficinas municipales con vistosos adhesivos en los cristales enumerando todos los derechos que los inmigrantes justamente tenían. Pero con ninguna información de cuáles eran sus obligaciones. Eran los días de una Barcelona que no mostraba signos de flaqueza y, quizá por eso, cubría necesidades incipientes. En mayo de 2015, Ada Colau, tres días después de ganar las elecciones,. colaboró en el recuento de las 892 personas que dormían en la calle o en sucursales bancarias. Hoy, esa cifra es casi el doble.
Nadie debe dormir en la calle ni es ilegal. Suena muy bien pero la realidad acaba saturando la utopía
Luego vino lo del bienintencionado “queremos acoger” pero sin cambios legales que hicieran efectiva esa voluntad (excepto para nacionalizar a la carta algún jugador de baloncesto). Aparecieron las maniqueas pintadas “turistas a casa; refugiados bienvenidos,” generando entre todos un efecto llamada a nivel ciudad que se visualizó al máximo con mil manteros solo en el paseo Joan de Borbó. Aquella venta ilegal no desapareció hasta que nació una plataforma de afectados por el top manta , exigiendo soluciones y ofreciendo colaboración. Los radicales del no a todo, en vez de reclamar a los gobiernos, respondieron con un escrache al comercio del propietario que lideró los inicios de dicha plataforma. Propuestas constructivas, pocas y de mínima efectividad. En la actualidad, manteros y chatarreros siguen durmiendo en la calle o en naves ocupadas. Si a esto le añadimos la falta de vivienda, incluso de habitaciones asequibles, y la permisividad hacia jóvenes con papeles, sin necesidades económicas iniciales pero desahuciados afectivamente, la gestión del fenómeno sin techo es un reto caliente.
Nadie debe dormir en la calle y nadie es ilegal. Esto suena muy bien pero la realidad ha acabado saturando la utopía, porque durante años las administraciones han sido espléndidas con algunos de los que recibían pero implacables con los que tributaban o tenían una propiedad. Ahora que las partidas sociales dan para menos, el péndulo oscila en sentido contrario, la tolerancia se está agrietando y empieza a triunfar el discurso que exige actualizar obligaciones y prohibiciones.