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domingo, abril 27, 2025

El chef argentino que emigró a Hong Kong y ganó la estrella Michelin cinco años seguidos: «No soy hijo de millonarios»

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Sin importar el lugar del mundo donde estuviese, Agustín Ferrando Balbi hizo que la cocina fuese su hogar. Cada plato que preparó tuvo como inspiración su infancia en Ramos Mejía, provincia de Buenos Aires, y su admirable perseverancia lo llevó a convertirse en el primer chef argentino que ganó una estrella Michelin en Asia, el continente con mayor población a nivel mundial.

Ese es solo el comienzo de un listado de hazañas que caracterizan su carrera profesional. Su restaurante, Ando, revalidó su estrella cinco años consecutivos, incluido este 2025. Para conservar la distinción suprema de la guía culinaria los ganadores son evaluados de manera continua, sin previo aviso, por lo que deben sostener el mismo alto nivel en todo momento, para garantizar la excelencia por la que fueron premiados.

Agustín Ferrando Balbi tiene 36 años y una estrella Michelin.
Agustín Ferrando Balbi tiene 36 años y una estrella Michelin.

«Es casi como muestran en las películas, una presión constante, y todos los chefs siempre estamos tratando de detectar quién puede ser el inspector Michelin, pero como no se puede vivir así se hace lo mejor para todos todo el tiempo, algo fácil de decir y muy difícil de aplicar», cuenta Agustín desde Hong Kong en diálogo con Clarín.

A través de visitas anónimas, los críticos acuden como comensales comunes sin develar jamás su identidad, y tienen en su paladar la decisión de mantener o sacarle la estrella a cada establecimiento, año tras año.

«Nosotros ganamos la estrella Michelin muy rápido, porque abrimos y a los cinco meses nos la dieron, pero eso que la gente ve, porque en realidad yo tardé 16 años en conseguir esa estrella«, explica.

Cuando recibió la prestigiosa distinción de la Guía Michelin por quinta vez consecutiva.Cuando recibió la prestigiosa distinción de la Guía Michelin por quinta vez consecutiva.

Un sueño a miles de kilómetros

Tenía 14 años cuando entró por primera vez a la cocina de un restaurante. Era verano y mientras todos sus amigos se habían ido a la costa argentina, él estaba en su casa de Ramos Mejía. En la esquina había un restó de un amigo de su mamá, y creyó que iría a socavar el aburrimiento de sus vacaciones, pero se convirtió en una cita con su vocación.

«Me encantó la atmósfera que se vivía, la adrenalina, me gustó tanto que cuando empezaron las clases ni bien terminaba la tarea me iba al restaurante, ayudaba a lavar los platos, hacía lo que podía», relata.

«La cocina es mi hábitat natural», dice Agustín Ferrando Balbi.

A sus 36 años se acuerda como si fuese ayer de ese momento en que lo fascinó la idea de conocer diferentes culturas a través de las comidas. Cuando tuvo que elegir qué estudiar ya no quedaba ninguna duda.

Se anotó en la escuela de cocina The BUE Trainers, donde escuchó hablar por primera vez de las famosas estrellas. «Quería viajar, pero no por un tema del país ni de la economía, sino que solo había estrellas Michelin en Europa, Japón y Estados Unidos; en Argentina no existía, no había llegado la Guía Michelin«, explica.

La estrella Michelin que obtuvo en 2025.(Foto: Instagram @agux1988)La estrella Michelin que obtuvo en 2025.(Foto: Instagram @agux1988)

Y expresa: «Me fui porque mi sueño era tener mi propia estrella, y sabía que para tenerla tenía que trabajar con gente que ya la hubiese ganado, que tenía que aprender de los mejores del mundo». Entre risas admite que es muy tenaz cuando desea algo, y pone toda su energía para ir detrás de sus objetivos.

«Soy muy cabeza dura, tenía curiosidad y ni bien surgió la posibilidad me mandé a Nueva Orleans, como caradura total, sin hablar nada de inglés», confiesa. En ese entonces tenía 19 años, y emprendió el vuelo sin pasaje de retorno.

«Fue mi primera vez lejos de mi casa, y cuando llegué a Miami, donde hice escala, miré el mapa para ver dónde estaba y dije: ‘¡Wow, estoy lejísimos, pero lejos de verdad!», rememora. No tiene dudas de que la necesidad fue su gran maestro, y confiesa: «Me agarró una desesperación tremenda, empecé a pensar: ‘Me quiero volver, qué hago acá, voy a estar solísimo, sin mi familia y con gente que habla otro idioma'».

Sus inicios en Estados Unidos, donde se perfeccionó en prestigiosos restaurantes.Sus inicios en Estados Unidos, donde se perfeccionó en prestigiosos restaurantes.

Ese shock inicial se disipó con el correr de las horas, cuando se encontró con otro argentino que había trabajado en la misma institución donde se formó, y sintió el alivio de hablar español con alguien que lo entendiera.

Ya tenía un trabajo pactado en un restaurante de renombre, pero en esa ciudad no había estrellas Michelin. «Solamente había en Nueva York, San Francisco y Chicago», comenta. El chef de Nueva Orleans fue el nexo con otros restós que ya habían sido premiados, y durante tres años fue a trabajar gratis para aprender.

Uno de los platos que prepara en Uno de los platos que prepara en «Ando», su restaurante.

De martes a sábado trabajaba en Nueva Orleans, y el sábado a la noche se tomaba un vuelo para ir por dos días a New York y San Francisco. «No lo viví como un sacrificio, a mí me encantaba y tenía la energía para hacerlo a mis 20 años; no tenía tenía familia, estaba solo, así que juntaba la platita todos las semanas porque en Estados Unidos te pagan por semana o cada dos semanas; me tomaba el avión, trabajaba gratis y volvía«, dice con una sonrisa.

«Algunos creerán que me estaban usando porque yo iba gratis, pero yo pensaba: ‘¿Tengo que trabajar gratis para estos tipos que saben un montón?’. Sentía que era al revés, que yo estaba usando esa experiencia a mi favor, me moría por ir, porque era un conocimiento sumamente valioso», argumenta.

De Estados Unidos a Japón

Después de conocer cómo funcionaba por dentro un lugar premiado, de adaptarse a otra mentalidad, y mejorar sus habilidades en todos los sentidos, sintió que era el momento de elegir dónde asentar su carrera, y volar otra vez hacia un nuevo destino.

«La mayoría de los chefs se va a Europa, pero yo quería algo totalmente diferente, y aunque tuve muchas oportunidades de ir a España, pero pensaba para qué ir a un lugar donde ya fueron todos, así que elegí trabajar en Asia, que era mucho más difícil; y además Japón tiene más estrellas Michelin que Francia», indica.

Cuando llegó a Tokio la adaptación fue muy dura, y de a poco hizo algunos amigos.Cuando llegó a Tokio la adaptación fue muy dura, y de a poco hizo algunos amigos.

Vivió seis años en Tokio, y el cambio de vida fue aún más duro de lo que imaginaba. «El primer año llegaba a mi casa y quería llorar todos los días, porque era imposible, no entendía nada, y no me entendían nada», dice sin filtros.

«Son maratones de hasta 16 horas compartiendo espacio de trabajo, exigente físicamente porque estás parado, agachándote, levantándote, trayendo y llevando cosas, trabajando con cuchillos que cortan, con cosas que te queman, y todo ese combo requiere de estar lúcido a nivel mental y físico», describe.

En España hubiese pasado más desapercibido incluso físicamente, pero en Japón captaba toda la atención incluso antes de haber pronunciado ni una sola palabra. «Cuando les decía que era argentino solo sabían dos cosas: Messi y Maradona, nada más. No saben ni dónde queda, ni lo que es el dulce de leche, por ejemplo», revela.

Agustin Ferrando Balbi vive en el continente asiático hace 13 años.Agustin Ferrando Balbi vive en el continente asiático hace 13 años.

«Hay mucho desconocimiento, tanto de ellos hacia nosotros como nosotros hacia ellos, porque Asia no es todo lo mismo, cada lugar tiene su propio tipo de cocina, súper marcada, y su manera de comunicarse, de vestirse, al punto de que juntás un tailandés con un japonés y no se entienden», indica.

«Yo manejaba perfecto el inglés, pero en Japón muy poca gente habla inglés, y de nuevo creo que la ambición me hizo querer ser mejor y salir adelante, porque como no hablaba el mismo idioma sabía que si me equivocaba no tenía manera de defenderme, y me propuse hacer todo perfecto para que nadie me pudiera decir nada«, expresa.

Fue una experiencia inolvidable, y más aún cuando encontró el amor de forma inesperada. En Tokyo conoció a Yoshika, su esposa y madre de sus dos hijos, que actualmente tienen cinco y ocho años. «Ellos tienen el paladar de una persona de 50, comen cosas que yo nunca había comido a su edad», dice Agustín con humor.

Mientras daba sus primeros pasos en Japón conoció a su esposa, Yoshika, y tuvieron dos hijos.Mientras daba sus primeros pasos en Japón conoció a su esposa, Yoshika, y tuvieron dos hijos.

Muestra sus tatuajes a la cámara durante la entrevista con Clarín y confiesa que al principio fue difícil conquistar a sus suegros japoneses. «Para ellos estos dibujos eran símbolo de la mafia, pero obviamente ya lo superaron y hoy están chochos con sus nietos mitad argentinos mitad japoneses», revela.

Agustín ya lleva 13 años viviendo en Asia, y su última mudanza fue a Hong Kong, donde la adaptación fue mucho más sencilla. «Como fue una colonia inglesa por muchos años, todo el mundo habla inglés, y además yo estaba súper asiático después de tanto tiempo en Japón», cuenta.

Con sus compañeros: Con sus compañeros: «A algunos los conozco hace ocho años, desde antes de abrir».

En su casa sus hijos hablan también español, y aunque tienen más cercanas por una cuestión geográfica sus raíces japonesas, también sienten conexión con el país natal de su papá. «Estamos a tres horas de vuelo de Japón, y en cambio a Argentina son 40 horas de avión, es el otro lado del mundo literalmente», ejemplifica.

«Es complicado tener familia tan lejos, pero el año pasado estuvimos en Buenos Aires cuando me invitaron a la inauguración de la guía Michelin, y les encantó», celebra. Les gustó tanto que en julio de 2025 regresará con su hijo mayor. «A él le encanta el fútbol, juega profesionalmente en las inferiores , y en ese sentido Argentina es nuestro gran puente», indica.

Junto a sus dos hijos en uno de los partidos de las juveniles inferiores de Hong Kong.Junto a sus dos hijos en uno de los partidos de las juveniles inferiores de Hong Kong.

Ya como padre de familia, el nacimiento de su su hija coincidió con los preparativos para la inauguración de Ando, su propio restaurante en pleno centro hongkonés. «Estábamos todavía en pandemia, en 2020, pero habiendo vivido tantas cosas para mí era una circunstancia más que había que trascender», comenta.

Cuando finalmente abrió sus puertas en el primer piso de un edificio con grandes ventanales, tuvo una gran aceptación del público, y luego llegó la estrella con la que tanto había soñado. Además, su restó fue distinguido en el puesto 41 del ranking The Worlds 50 Best Restaurants.

La celebración cuando reconocieron su restaurante en el puesto 41 de los mejores del continente asiático. La celebración cuando reconocieron su restaurante en el puesto 41 de los mejores del continente asiático.

«Acá salir a comer está muy arraigado, forma parte de la cultura: es una isla diminuta donde hay 100 estrellas Michelin, porque en una misma cuadra hay 12 restaurantes premiados», explica.

Agustín considera que un año en Hong Kong vale por siete, por la velocidad con la que se vive, y demás está decir que la competitividad es elevadísima. «No hay que caminar ni diez minutos para llegar a otro restaurante premiado, por ende si el comensal no encuentra lo mejor en tu lugar, lo busca en las otras 120 opciones que tiene, capaz que hasta en el mismo edificio, tocando un botón del ascensor», señala.

«Ando», su restaurante con estrella Michelin

El nombre que eligió para su restaurante es perfecto porque resume mucho de su historia. «Ando» en japonés significa «calma, relajado”, y hace referencia a una sensación de alivio y satisfacción. También son las últimas cuatro letras de su apellido, Ferrando; la última silaba de «cocinando»; y una referencia a su espíritu de «andar por el mundo».

Su restaurante obtuvo la estrella Michelin en 2020 y la revalidó año tras año, incluso en 2025.Su restaurante obtuvo la estrella Michelin en 2020 y la revalidó año tras año, incluso en 2025.

“Mi vínculo con la cocina viene de chico gracias a mi abuela Lola, que me preparaba la comida con un amor terrible, y siempre me hacía un arroz caldoso, que me encantaba y hoy lo hago en el restaurante como un homenaje: ella ya no está, así que mi versión se llama Sin Lola, y es una forma de traer mi historia al presente», dice conmovido sobre el plato emblema de la carta.

El menú de Ando tiene una gran presencia de mariscos y pescados, pero también está la carne argentina, que llega en barco a Hong Kong desde Buenos Aires. «Un amigo argentino, Hernán, que es importador de carne me trae una cantidad que para él es pequeña, pero para mí es grande, exclusivamente para el restaurante, y a los hongkoneses les encanta«, indica.

El menú tiene raíces de la cocina española, fusionada con la cultura gastronómica japonesa.El menú tiene raíces de la cocina española, fusionada con la cultura gastronómica japonesa.

Antes ofrecía solamente Kobe, una carne japonesa, conocida por su textura muy tierna. «Es carísima, el kilo sale 100 euros, y es muy blandita tiene mucha grasa, y tenía miedo de que a la gente no le guste la carne argentina, así que les di a elegir, y el 80% empezó a elegir la Argentina sobre el kobe«, destaca Agustín.

La tendencia creciente hacia la comida saludable también tuvo mucho que ver. «La carne argentina es tierna, pero no por el alto contenido de grasa, sino por las características del territorio argentino y por la excelente nutrición de las vacas; entonces nuestra carne les vino perfecto, porque es una carne blanda con poca grasa«, detalla.

«Antes acá no había un restaurante donde sentarse a comer un plato con carne argentina, ahora sí», dice con orgullo. Abierto de lunes a sábados, con servicio de almuerzo y cena, se puede comer por un promedio de 100 dólares por persona -el valor varía según la experiencia elegida-, y siempre que abre sus puertas, Agustín está ahí, cocinando.

Así es por dentro el restaurante Así es por dentro el restaurante «Ando» en Hong Kong.

«Es un lugar chiquito, con 24 cubiertos, y me gusta mantenerlo así porque es lo más parecido a juntarse con amigos y que alguien te agasaje», sostiene. Junto a un equipo de 14 profesionales preparan las especialidades de la casa.

«Somos como las Naciones Unidas, porque hay franceses, españoles, venezolanos, nepaleses, coreanos, japoneses, franceses, y hace poco se sumó otra argentina, porque siempre cuando hay algún argentino que no tiene laburo, las puertas de Ando están abiertas, porque me acuerdo muy bien cómo empecé yo, más que tocando puertas iba pateándolas», expresa.

«Sin Lola», la versión gourmet del arroz caldoso que le preparaba su abuela.

Conoce otros tres argentinos en Hong Kong, con los que siempre improvisan «asaditos», y también se reúnen para otras causas. Una vez al mes cierra el restaurante por un motivo solidario. «Cocinamos para 180 personas en situación de calle, refugiados, personas que por cosas de la vida no tienen para comer», revela.

«Una de las tantas razones por las que me quise dedicar a la cocina justamente es que en todo el mundo la gente necesita comer, así que fuese donde fuese, algún trabajo iba a conseguir», sostiene. Y reflexiona: «Hoy muchos chicos quieren ser chefs, pero antes no era una opción, era como ser zapatero, estaba visto como un oficio y no como algo en lo que podías construir una carrera profesional».

Durante una de las jornadas solidarias cocinando con amigos, familia y colegas.Durante una de las jornadas solidarias cocinando con amigos, familia y colegas.

Más de una vez se enfrentó al prejuicio sobre sus orígenes, y siempre que le preguntan cómo alcanzó logros tan grandes, responde: «Puro esfuerzo, puras ganas, ir para adelante y sobrevivir como sea, porque no nací en una familia de millonarios, no soy hijo de millonarios, cero plata, puro barrio».

«Eso podía ser una desventaja, pero en mi experiencia fue una ventaja, porque creo que la gente que tiene más plata, es la que peor la pasa; están acostumbrados a que todo lo hagan por ellos, y siempre tienen el paracaídas de que si les va mal, responden sus padres, entonces no siempre esfuerzan; en cambio si yo miraba para atrás no tenía a nadie», profundiza.

Agustín nunca perdió la fe ni la constancia, que cree es la cualidad más importante y difícil. Lo acompañó de otra característica compleja de alcanzar, la originalidad. «Estuve 16 años afilando el hacha y en 2020 corté el árbol; estoy muy contento de haber elegido Asia, y de ser el único chef que ganó la estrella Michelin sin haber tocado Europa«, revela.

En familia en las calles de Hong Kong.En familia en las calles de Hong Kong.

Su gran faro es la idea de mejorar su arte cada día. «Tenemos una estrella, ahora vamos por la segunda, y después por la tercera«, dice con humor, como paralelismo de la hazaña conquistada por la Selección Nacional cuando alzó la Copa del Mundo en Qatar.

«Y por qué no soñar con volver a casa, a Argentina, si yo amo mi país», proyecta. Le encantaría inaugurar una sucursal de Ando en Buenos Aires, pero por la enorme distancia representa una gran limitación, y no sería fiel a su intención de estar presente en cada una de las decisiones.

La argentinidad toma posesión de su discurso y lo dice sin pelos en la lengua: «Me costó un huevo y medio llegar hasta acá, pasé noches llorando, este es mi legado y lo quiero cuidar«.

Se aferra a tres valores que no está dispuesto a negociar, y son el sello de su forma de trabajar: generosidad, hospitalidad genuina y felicidad. Sin importar en qué continente esté, la base sigue siendo su crianza en Ramos Mejía, y la esencia de la cocina más amorosa, la de las abuelas.

Redacción

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