Días atrás quise saber qué es un conejo. A ver: más o menos ya lo sabía, pero quise tener una definición solvente, de alguien con talento, a poder ser un clásico con unos cuantos siglos de gloria académica. Fui a buscar qué dice el conde de Buffon. Georges-Louis Leclerc es una figura familiar en casa. Joan Perucho tenía la traducción de José Clavijo y Fajardo de la Historia natural, con grabados coloreados a mano, que miramos juntos muchas veces. Lleva el exlibris de Tórtola Valencia, una bailarina de principios del siglo XX que introdujo una danza mística y provocona, de gran influencia intelectual. Hará cosa de tres o cuatro años, el biólogo Ramon Folch y la geógrafa Josepa Bru visitaron la fragua que Buffon construyó junto a su castillo en la Borgoña, donde llevó a cabo una serie de experimentos revolucionarios de fundición y tratamiento de metales. Me trajeron una bolsita de bellotas de roble. De manera que, gracias a estos amigos, que pensaron en mis inventos de Anacleto Agente Secreto, aquí en el Montseny tendremos unos robles parientes de los del castillo del autor de la Historia natural, gran sabio del siglo XVIII, traducido por Clavijo i Fajardo, y leído -o cuando menos hojeado- por Tórtola Valencia.

Un conejo en una imagen de archivo
Europa Press
La descripción del conejo por Buffon supera todas las expectativas. Como muchos de nosotros se da cuenta de que los conejos y las liebres se parecen y mezcla hembras de liebre con conejos macho y hembras de conejo con liebres macho, sin resultado. Bueno, si: se mataron a dentelladas. A base de tenerlos juntos en un corral se produjo alguna penetración traumática. Hay que imaginarse al conde de Buffon vestido de terciopelo, con su peluca, esperando el parto de las conejas, y escribiendo este fragmento sublime. “Hubo certeza de que, à pesar de la resistencia de la hembra, el macho se satisfizo; y mucha mas razón había de esperar algún producto de estas cópulas, que de los amores del conejo y la gallina de que nos ha dado la historia, y cuyo fruto, según el autor debían ser pollos con pelo, o gazapos cubiertos de plumas, siendo así que aquel debía ser un conejo vicioso ó demasiado ardiente, que falto de hembra, se servía de la gallina de la casa, como lo hubiera hecho de cualquier otro mueble, y que es fuera de toda verosimilitud esperar que produzcan dos animales de especies tan distantes, cuando de la unión del conejo y la liebre, cuyas especies son enteramente análogas, nada resulta”.
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¿Cómo, cómo, cómo? ¿Una gallina y un conejo que fornican atrapados en un corral y salen pollos peludos y conejos emplumados? Ya sé que Buffon dice que no puede ser, pero lo deja caer como si tal cosa, para distracción de naturalistas diletantes, aficionados a les frikadas y, en general, de todos cuantos se maravillan con las parejas tan extrañas que crea el amor.