Redacción El País
En los últimos años, tendencias ligadas al bienestar prometieron «desintoxicar la mente» mediante pausas tecnológicas o cambios drásticos en la rutina diaria. Una de las más difundidas es el llamado detox de dopamina, una práctica que propone restringir redes sociales, comida rápida o estímulos digitales para reiniciar el cerebro y recuperar la capacidad de disfrutar de lo simple. Pero su explicación científica no resiste revisión.
Según quienes impulsan esta práctica, evitar temporalmente actividades que generan gratificaciones inmediatas permitiría restaurar la sensibilidad del sistema de recompensa. Sin embargo, especialistas consultados por The Economist aclaran que esta interpretación es incorrecta y no refleja cómo funciona realmente la dopamina en el cerebro. Si bien un período de abstinencia puede modificar la relación de una persona con el entorno digital, el concepto de un “reset químico” carece de sustento.
El detox de dopamina es, en buena medida, una versión moderna de viejas tradiciones de abstinencia, pero revestida de un lenguaje pseudocientífico. Sus defensores afirman que la exposición constante a aplicaciones, juegos de azar y ultraprocesados saturaría el sistema dopaminérgico, reduciendo la sensibilidad neuronal. La solución que proponen es una interrupción radical de varias semanas para “restaurar” el equilibrio.
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Qué dice la ciencia sobre la dopamina
La evidencia disponible contradice de manera directa este enfoque. The Economist cita a Christian Lüscher, neurocientífico de la Universidad de Ginebra, quien remarca que la dopamina claramente no es la molécula del placer. En cambio, participa en procesos clave como el aprendizaje, el movimiento y la formación de hábitos, y no funciona como un recurso que se agota.
Una falta profunda de dopamina —como ocurre en el Parkinson— tiene consecuencias graves debido a la pérdida de neuronas productoras, lo que muestra que su función es mucho más compleja. Su rol central está vinculado al error de predicción de recompensa, un mecanismo que compara lo esperado con lo recibido: aumenta su actividad ante una sorpresa positiva y disminuye cuando las expectativas no se cumplen. Este sistema guía el aprendizaje y consolida comportamientos útiles, base también de varios modelos de inteligencia artificial.
Con el tiempo, conductas inicialmente conscientes pueden transformarse en hábitos automáticos, activados por señales mínimas como una notificación. Aunque estos hábitos reducen la carga cognitiva, pueden persistir incluso cuando ya no generan satisfacción. Además, los patrones de dopamina se ajustan al contexto, permitiendo modificar estrategias de comportamiento según la situación.
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Dopamina, hábitos digitales y descansos de redes
La relación entre redes sociales y dopamina es un punto clave de este debate. Georgia Turner, neurocientífica de la Universidad de Cambridge, explica que muchas aplicaciones utilizan recompensas variables e impredecibles, un diseño que facilita la formación de hábitos persistentes.
En este sentido, los defensores del detox no están del todo equivocados: una pausa sí puede interrumpir ese ciclo. No obstante, The Economist recalca que los cambios provienen de la plasticidad cerebral —la capacidad del cerebro para reorganizarse— y no de una supuesta “recarga” dopaminérgica.
Los estudios sobre los beneficios de desconectarse ofrecen resultados mixtos. Descansos breves suelen producir efectos modestos en el bienestar, entre otras razones porque también implican alejarse de la red social más cercana. Cuando la abstinencia se realiza en grupo y por períodos prolongados, los efectos son más claros. La revista cita un experimento en una escuela del Reino Unido donde estudiantes permanecieron tres semanas sin redes sociales y reportaron mejor sueño y mejor estado de ánimo.
En conjunto, los hallazgos sugieren que el impacto positivo proviene de modificar hábitos que dejaron de ser funcionales —no de un “reinicio químico” en el cerebro.
En base a El Tiempo/GDA



