Un par de días antes al sábado 7 de octubre de 1995 en que «él» retornaría a Boca Juniors luego de casi catorce años, para jugar contra Colón de Santa Fe en la Bombonera, se escuchó de manera repentina en la redacción de GENTE:
«¡Diego dice que nos espera ahora en la concentración!… ¿Están para ir , ¡pero ya!?», lanzaba urgida la directora de nuestra revista durante, hasta ahí, una serena tarde primaveral. Y entonces todo lo que ahora contaremos, leeremos y veremos, aunque parezca mentira, sucedió.
Porque tres décadas después de aquella frase -que no terminó en respuesta oral sino en la acción pura del equipo- emana de la memoria de quien escribe un flashback de imágenes que podría resumirse así: Salida trepidante en un remise de Atlántida desde Azopardo y México. Atajo por la calle Padre Carlos Mugica, en Retiro, hacia la Avenida Costanera Rafael Obligado. Avance veloz con el Rio de la Plata como testigo, a la derecha, hasta Intendente Cantilo. Empalme con la General Paz y luego con la Panamericana. Ingreso a la bajada de Don Torcuato y aceleración por Ángel T. de Alvear a lo largo de 2,5 kilómetros. Giro a la derecha en Avenida del Golf e ingreso inmediato al Hindú Club.
Lo cierto fue que, 57 minutos (con tráfico) y 33,8 kilómetros después de partir desde la Capital Federal, ingresar en el bunker donde entrenaba el equipo de Silvio Marzolini, ver de reojo a Claudio Caniggia, Beto Márcido y el Manteca Martínez meterse en el vestuario, y respirar de alivio por la velocidad con la que el fotógrafo Andrés Requera levantara dentro de un pequeño cuarto aledaño el fondo blanco -para unificar con los otros personajes de portada, vía Photoshop-, apareció «él», recién duchado, con jean azul y un tono blanco en la prenda superior, tal le había pedido GENTE.
Pronto «él» sonrió, «él» saludó con un beso y sin más preámbulo, «él» avanzó: «¿Arrancamos, muchachos?», preguntó ya enfocándose en la producción del número extraordinario por el aniversario número 30 de nuestro medio, que terminaría reuniendo a varios de referentes argentinos de distintas áreas.
Fu así que avanzamos con las fotos y con una nota que hoy, treinta años luego, cuando «él» hubiese cumplido 65 años, revivimos de manera textual, con su espíritu (el del Diez) intacto: sí, todo lo que contamos recién y leeremos y veremos a continuación, aunque parezca mentira, sucedió…
«SER ÍDOLO NO ES LLEVARSE A TODO EL MUNDO POR DELANTE O TRANSAR CON EL PODER. ÍDOLO TE HACE LA GENTE. POPULAR TE HACE LA GENTE»
Hay ídolos e ídolos -arrancaba aquel texto que empezamos a replicar ahora de manera exacta-. Están los referentes de una determinada actividad. Ídolos locales y contemporáneos, en general, Ídolos consagrados, desde luego. Ídolos por derecho y por talento propios… Y están los otros. Ídolos de una fauna un tanto indescifrable. Ídolos escasos… casi únicos. Ídolos del tiempo, de la historia. Ídolos cuya vida trascendió los límites de su especialidad. Ídolos de ídolos. Ídolos a veces controvertidos. A veces, mágicos. Ídolos como Diego Armando Maradona.

-¿Qué es un Ídolo para usted? -le acercábamos la primera pregunta.
-Un ídolo es Enzo Francescoli, un ídolo es Charly García, Fito Páez, Guillermo Vilas -responde firma, de entrada-… Hombres que brindan su talento y le dan alegría permanente a la gente.
-¿Usted se siente ídolo?
-Sí. Me siento ídolo, pero un ídolo sin responsabilidades. Porque yo acá al ídolo creo que se lo malinterpreta: el ídolo tiene que acostarse a las nueve de la noche, no tomar alcohol, no salir de noche… Y nada que ver. Esto pasa por los padres, por la educación. No creo que los ídolos tengan que dar ejemplos. Yo nunca quise ser ejemplo porque deseo tener mi vida. Acá somos seres humanos que nos podemos equivocar. Los ídolos, en el fútbol, empiezan y terminan en noventa minutos. (Carlos) Monzón, después del campeonato final; Vilas, cuando se acaba el partido.

-¿Y cuándo empezó a sentirse ídolo?
-El día que los argentinos me lo hicieron notar a través de encuestas, y en la calle. La gente siempre recuerda que yo hice varios viajes desde Italia hacia acá para jugar en la Selección de Bilardo. Ahí quedé un poco como el ídolo, pero no por mi juego; sí por defender lo que uno creía: el país, la bandera. A mí me inventaban de todo para que me quedara allá, pero yo me tomaba el último avión y me venía. Y esto la gente lo valora… Creo que lo mío tiene que ver con una cuestión de autenticidad.
Quiero que los pibes se desvivan ahora por ver a Fito y a Charly, y no esperar a que mueran para decir: ‘¡Qué grande era Fito!’, ‘¡Qué grande era Charly!’. Yo prefiero brindarles mi homenaje en vida»
-¿A qué se refiere?
-Hay chicos que no me vieron jugar y ahora se identifican conmigo por lo que digo, porque voy de frente. Yo hablo de las cosas que me gustan y de las que no. Y siempre representando el sentimiento del pueblo. Ser ídolo no es llevarse a todo el mundo por delante o transar con el poder. Ídolo te hace la gente. Popular te hace la gente. Ídolo te hace el que está en la villa. Después te reconoce el poder, sí, pero primero la gente de la villa… Ídolo te hace el que va a la cancha. ¡De ése soy ídolo! Del que junta monedita a monedita la plata para pagar la popular, y después… sufre.

-¿Y qué siente cuando esa gente le grita, justamente, «¡ídolo!»!
-Mucha vergüenza. Pero lo asumo porque ya tengo 34 años.
-¿Y cuando escucha que usted es el hombre más famoso del mundo?
-En ese momento me enorgullece ser argentino. Se viene el país a la mente. Cada vez que yo dejaba la Argentina y me tocaban el himno, lloraba. Hoy sigo llorando.
«SABATINI SE CAMBIA EL RELOJ Y LA CRITICAMOS; A VILAS LO RECONOCIMOS CUANDO YA NO PODÍA LEVANTAR LA RAQUETA; FANGIO FUE FANGIO DESPUÉS DE MORIRSE… ¿POR QUÉ?»

-De chico, ¿qué lo emocionaba?
-El Bocha (Ricardo Enrique Bochini) y el Beto (Norberto Alonso), pero por sobre todo Bochini. Desde tener la pared de mi pieza de Villa Fiorito cubierta con sus pósters, hasta ir un día, cuando yo era jugador de inferiores en Argentinos Juniors, a comer con él. Ufff, ¡qué bárbaro! El Bocha ni me conocía. Ya había ganado copas, campeonatos, y me lo crucé abajo de la tribuna de Independiente, donde se hacían los asados. No lo voy a olvidar en mi vida. Tampoco mi encuentro con Pelé. A Pelé no lo vi jugar. Una leyenda. Pero el Bocha era de entrecasa.
-Lo tenía a mano…
-Tal cual… Me veo haciendo gambetas en los potreros y relatando: «Lleva la pelota el Bocha, Sigue el Bocha… Gooool del Bocha». Yo fui toda la vida hincha de Boca, pero iba a ver a Independiente. Más de una vez me dormí soñando con ser como el Bocha… Y cuando entra durante el segundo tiempo del partido contra Bélgica, en el Mundial del ‘86, casi me muero.
Me siento ídolo, pero un ídolo sin responsabilidades. Los ejemplos pasan por los padres, por la educación. No creo que los ídolos tengan que dar ejemplos»
-¿Fue cierto aquello de “Pase, maestro, lo estamos esperando» que usted le dijo cuando él ingresó a aquel encuentro de semifinales en el Estadio Azteca?
-Seguro. Era como tocar el cielo con las manos. Tiré una pared con él y parecía que estaba tirando una pared con Dios. Me encantó. Aparte, porque el Bocha desde siempre tuvo una manera de ser particular, muy linda. tranquilo. Muy responsable. “¡Pucha, éste hace todo bien!”, pensaba yo… El Bocha fue, es y será el ídolo de toda mi vida.
-¿Y cuáles son las ingratitudes que le tocó padecer a usted como ídolo?
-Y, siempre las hay… A mí me gusta que un chico diga: “Le quiero pegar como Maradona, pero no quiero vivir como Maradona». Porque cada uno vive su vida. En el mundo se la pasan inventando ídolos. Nosotros, que los tenemos, los queremos matar. (Gabriela) Sabatini se cambia el reloj y la criticamos; a Vilas lo reconocimos cuando ya no podía levantar la raqueta; (Juan Manuel) Fangio fue Fangio después de morirse. ¿Por qué? Yo quiero que (Ernesto) Sabato sea reconocido hoy, que está vivo. Quiero que los pibes se desvivan ahora por ver a Fito y a Charly, y no esperar a que mueran para decir: «¡Qué grande era Fito!», “¡Qué grande era Charly!». Yo prefiero brindarles mi homenaje en vida.

-¿Y a quiénes les brinda hoy usted ese homenaje?
-A los viejos. Mis ídolos en la vida. Papá (Diego), el tipo que nunca se mete, callado, Cascarrabias, sí, pero el tipo que adora a sus hijos, que muere, que va a dar la sangre y el alma por ellos. Y la Tota (Dalma Salvadora), un poquito más incondicional, pero también: para mi vieja, haga lo que haga, venga como venga la mano, siempre soy Pelusa, el Nene, el Diego.
-Y para su señora y sus hijas, ¿qué es y qué sueña con ser, Maradona?
-De Claudia, sé que soy su ídolo… Y no aspiro a ser el ídolo de mis hijas. Me alcanzaría con ser un buen padre. Deseo que ellas tengan sus propios ídolos. Las voy a bancar a muerte. Pero me dolería que tomen el ejemplo de otros y mañana me lo echen en cara. Eso me partiría el alma.
Fotos: Archivo Revista GENTE y redes sociales
Escaneo: Gustavo Ramírez





