La serie Bon appétit, majestad desembarcó en Netflix el 23 de agosto de 2025 con doble episodio y en pocos días ya figuraba entre lo más visto en la plataforma en Argentina. Es que el “maridaje” de romance de época + palacio + gastronomía funciona tanto acá como en Corea.
El impulso no es sólo rioplatense. En el tablero global, Netflix la ubicó #2 de la semana entre las series que no son de habla inglesa (con 8,1 millones de vistas) poniéndola de inmediato en el radar de quienes buscan algo cómodo para maratonear pero con una vuelta de tuerca.


Parte del encanto está en el ritmo de estreno: dos episodios nuevos por semana hasta completar una temporada de 12 capítulos, fórmula que sostiene conversación sin que se vuelva eterna.
Y hay otro detalle que ayuda: Netflix la presentó en Tudum como una “time‑slip dulce y picante” y dejó bien claro el diferencial desde el minuto uno. La sinopsis oficial es irresistible: una chef contemporánea que cae en una corte feroz y salva el cuello con platos imposibles. La campaña viene acompañada por tráiler, fotos y fichas que subrayan el costado culinario como motor del romance.
De qué va (sin spoilers)
Yeon Ji‑young (Im Yoon‑a) es una chef formada en alta cocina que, tras ganar un certamen televisivo y asegurarse un futuro brillante en un restaurante con estrella Michelin, encuentra un antiguo recetario que la lanza al pasado.

Despierta en la dinastía Joseon y, en cuestión de minutos, es llevada ante Yi Heon (Lee Chae‑min), un joven monarca famoso por su carácter implacable y su paladar perfecto. Si falla, muere; si repite un plato, también. Su tabla de salvación es lo único que domina mejor que nadie: cocinar.
Lo que sigue es una supervivencia de palacio con sabor a comedia romántica. Ji‑young aprende a moverse en una cocina sin sous vide ni batidoras, convierte ingredientes humildes en gestos de diplomacia y empieza a abrir fisuras en la coraza del “tirano gourmet”. Cada decisión en la mesa tiene consecuencias fuera de ella: un banquete puede ser una tregua política, una sopa puede desarmar recuerdos de infancia y un bocado puede convertirse en declaración de amor. La serie abraza el confort del género… y lo condimenta con tensión culinaria en cada episodio.

Lo que la hace diferente: cocina, palacio… y una firma detrás
Detrás de cámara está Jang Tae‑yoo (también romanizado como Chang Tae‑yoo), el director de Mi amor de las estrellas y Pintor del viento: dos títulos que explican su debilidad por los mundos cuidados hasta el último detalle. Acá vuelve a mostrarse en forma. SE aprecia con sólo ver la luz de los salones, el brillo de la vajilla, la cadencia de los movimientos en cocina y el close‑up que convierte una salsa en cliffhanger. La puesta no solo embellece, narra.
Ese ojo también se nota en el “food porn”: hay texturas que casi se tocan y un diseño sonoro que subraya el golpe de cuchillo, el hervir del caldo o el crujido de una fritura. La cocina no es telón de fondo, sino el campo de batalla y lenguaje.
Cuando Ji‑young lleva técnicas modernas a un entorno regido por el protocolo, la cámara marca el choque de mundos sin necesidad de subrayados. Un emplatado basta para desatar celos, una especie inesperada alcanza para desafiar al poder.

Como plus, la serie abraza una idea que el público adora: “episodios‑receta”. Cada capítulo encierra su pequeño arco gastronómico -el desafío, la búsqueda de insumos, la ejecución- y eso le da una estructura muy adictiva: siempre hay un plato culminación que empuja al siguiente. Es una comedia romántica “con horno encendido”, donde cada entrega cierra con sabor propio.
Un elenco que probablemente ya conocés
Im Yoon‑a, quien confirma por qué la llaman “la reina de la rom‑com” -venía de brillar en King the Land-, acá construye una heroína luminosa, decidida y, cuando hace falta, torpe a conciencia. Su química con Lee Chae‑min —al que muchos descubrieron en Curso intensivo de amor y Jerarquía— sostiene la tensión del “enemigos a amantes” con chispa juvenil, humor físico y silencios bien dosificados. Él, por su parte, compone un monarca que alterna dureza y vulnerabilidad, un tipo capaz de dictar sentencias a la mañana y quedarse mudo ante un aroma a la noche.
El perímetro se completa con Kang Han‑na en modo rival inteligente -una presencia que enmarca el juego palaciego sin caer en caricatura- y nombres de peso en el registro histórico (como Seo Yi‑sook), que le ponen densidad a los pasillos del poder. El resultado es un reparto que juega para la serie: nadie roba el foco, todos empujan la historia y el tono se mantiene amable incluso cuando asoman las intrigas.

Curiosidades con sabor a historia
La ficción adapta la web‑novela Yeonsankunui Chef‑ro Salanamki del autor Park Kuk‑Jae, y toma como ancla la figura de Yeonsan‑gun, probablemente el monarca más polémico de Joseon: el mismo que censuró el uso del hangul (alfabeto del idioma coreano) cuando los panfletos anónimos le marcaban la cancha y que ordenó purgas contra la élite letrada. La serie ficcionaliza (nombres, detalles) para no convertirse en biopic, pero el clima -palacio como campo minado- es netamente histórico.
Ese anclaje le da espesor a la fantasía y explica su conexión internacional: más allá del romance, hay una historia de poder, memoria y comida como identidad. Ver a una chef del presente reencender la sensibilidad de un rey a través de los sabores es, al final, una forma cálida de hablar de empatía. Por eso funciona dentro y fuera del nicho K‑drama.
Fotos: Gentileza Netflix