La economía a veces es necia. No siempre ocurre lo que esperamos ni siempre ocurre lo obvio. Por eso los voluntarismos muchas veces se estrellan contra la realidad.
Algo de eso le ha ocurrido a la Administración de Donald Trump. La ira arancelaria contra los aliados, los regionales (Canadá y México) y los transatlánticos (la Unión Europea) está destinada a “castigar” a los primeros, por sus omisiones en el control de los flujos migratorios y el tráfico de fentanilo a través de las fronteras, y a defender a la industria estadounidense contra la competencia desleal. Contra los segundos, la UE, el desagravio es mucho más amplio: “La Unión Europea se formó para joder [sic] a Estados Unidos” y esa situación no seguirá siendo tolerada: ni el intercambio comercial injusto, ni el celo regulatorio contra las tecnológicas estadounidenses, ni el gasto de cuantiosos recursos para la defensa de una Europa que no está dispuesta a gastar para defenderse a sí misma.
La lógica indica que estas acciones, destinadas terminar con los presuntos perjuicios que sus propios aliados causan a EE UU, debiera redundar en beneficio de los estadounidenses y en perjuicio de los “ventajeros”, a los que se les acabó el recreo.
Pues bien, la lógica faltó a la cita. Desde que Trump asume el cargo y, día tras día, empiezan a quedar claras sus intenciones, los índices bursátiles de EE UU han ido cayendo con fuerza, en tanto que los de las “víctimas” de estas acciones se revalorizaron. Más aún, el dólar se ha debilitado contra el euro, el dólar canadiense y el peso mexicano. El efecto combinado ha tenido como resultado un aumento de los índices bursátiles medidos en dólares del 14% en Europa, 12% en México y 1% en Canadá, y una caída del 4% en EE UU.
Otra vez a contramano de la lógica, los índices bursátiles en América Latina también subieron significativamente después de la asunción de Trump, y sus monedas se valorizaron. Y lo hicieron en los países sudamericanos en mayor medida que en México, mucho más directamente vinculado desde el punto de vista comercial y económico a EE UU. Los índices bursátiles de Brasil, Chile y Colombia aumentaron alrededor del 20% en dólares, el doble que el índice de México.
En buen romance, la Administración de Trump parece estar acentuando aquello que motivó las acciones intimidatorias contra sus aliados: perjudicarse a sí mismo, en beneficio de aquellos a los que pretende perjudicar para extraerles concesiones.
¿Cómo explicar este aparente contrasentido? ¿Cómo es posible que la “guerra” contra sus aliados desatada por la administración de Trump para terminar con el free lunch a expensas de EE UU pueda mejorar las perspectivas de las empresas europeas y latinoamericanas y aumentar su valorización?
Haber puesto a Europa contra las cuerdas ha mejorado sus perspectivas en relación con el statu quo. Contra las cuerdas se echan a andar dinámicas que parecían imposibles. En primer lugar, la locomotora de la UE, Alemania, a iniciativa del ganador de las últimas elecciones y futuro canciller, Friedrich Merz, obtuvo la aprobación del Parlamento saliente para quitarse el corsé de las restricciones constitucionales al endeudamiento del país y promover un paquete de un billón de euros destinado a aumentar el gasto en defensa y modernizar la infraestructura nacional. Este paquete de gasto podría reactivar el anémico crecimiento que la economía alemana ha exhibido en los últimos años.
A esto debe agregarse que la Comisión Europea ha propuesto la concesión de préstamos por valor de 150.000 millones de euros con cargo al presupuesto de la UE para que los Estados miembros los gasten en armamento, con el objetivo de aumentar rápidamente las capacidades militares en respuesta a las acciones de la administración de Trump. El aumento de las acciones de las empresas europeas de armamento desde la asunción de Trump ha sido meteórico —entre 70% y 100%—, muy superior al de sus pares británicas, que junto con las empresas de otros países europeos que no son miembros de la UE y, por cierto, las de EE UU, quedaron excluidas de esta iniciativa.
En segundo lugar, la dilatada profundización del mercado interno de la UE –en línea con las propuestas recientes avanzadas por los ex primeros ministros de Italia Mario Draghi y Enrico Letta–, integrando los mercados energético y de telecomunicaciones, creando un verdadero mercado de capitales unificado y eliminando las barreras que permitan a las empresas escalar a nivel del mercado continental.
De pronto, las perspectivas económicas de la vieja Europa adquieren otro brillo. Como persuasivamente argumenta Gideon Rachman, “todos los grandes saltos hacia adelante de la unidad europea han sido propiciados por shocks geopolíticos: primero, el final de la Segunda Guerra Mundial; después, el final de la Guerra Fría”. Más recientemente, la crisis financiera y de deuda soberana en la zona euro es otro ejemplo contundente de la formidable capacidad de reacción de Europa cuando la supervivencia de su proyecto está en juego. Ahora que la alianza transatlántica ha saltado por los aires, Europa empieza a insinuar que puede estar a la altura del desafío.
En América Latina, con la pérdida de confianza en EE UU como un socio estable y previsible, y las reticencias a aumentar la dependencia de China —con la cual, además, y en particular Sudamérica, tiene un comercio poco atractivo para sus perspectivas de desarrollo, en la medida que le vende materias primas y le compra productos manufacturados—, también han echado a andar otras dinámicas.
Estos dos factores se han conjugado para viabilizar lo que parecía imposible, acuerdos perpetuamente dilatados como el acuerdo UE-Mercosur, cuya negociación se cerró en Montevideo en diciembre del año pasado. Este acuerdo, sumado a los que la UE ya tiene con otros países y bloques de América Latina —en enero de este año se cerró la negociación del acuerdo de modernización UE-México, congelada desde 2019—, abarca en conjunto el 95% del PIB de la región y abre perspectivas auspiciosas para América Latina como receptora de capital, tecnología y know-how de la UE, además de impulsar su integración en cadenas de valor descarbonizadas de alta sofisticación y valor agregado en el marco de la transición verde de la UE, que servirán de estímulo para reactivar el crecimiento de la región.
La transformación del panorama geopolítico y el final de la alianza atlántica tal como la conocimos ha sido decisiva para la UE. Las iniciativas para renovar el compromiso con la integración y su profundización, para hacerse cargo de su propia defensa y para aprovechar las oportunidades de reconfigurar sus alianzas internacionales, podría darle a la UE una inyección de dinamismo económico que hasta ahora no se vislumbraba. Por su parte, América Latina está redescubriendo su papel en el nuevo tablero geopolítico y comienza a reinventarse. El viraje para afianzar los vínculos con la UE, el bloque económico que mejor se complementa con América Latina, siembra la semilla de un futuro más auspicioso.
Decíamos al comienzo que la economía es necia. Habrá nuevas acciones, reacciones y contra reacciones y todo puede volver a cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Pero hasta el momento, el juicio de los mercados ha sido contundente.