Hay una constante en la última temporada de Lo de Évole (La Sexta): el interés de, a través de algunos de los invitados elegidos, reflexionar sobre el éxito, la fama y el exceso de presión mediática. Solo Juan y medio reunía la condición de no ser tan conocido en este nivel de confesión periodística. Los otros –Dani Martin, Eduard Fernández, Lolita–, ya habían hablado de las servidumbres que comporta el éxito. En la obra de Évole, Pepe Mujica y Fernando Simón son una reafirmación, la oportunidad de revisar su propio repertorio y, pasado el tiempo, reivindicar –y actualizar– el compromiso adquirido en entrevistas anteriores. Cuando Évole cultiva la reflexión sobre el éxito y los estragos de la atención pública, combina el ejercicio periodístico con el reflejo terapéutico. Los códigos del programa permiten que el entrevistador, que muestra una voluntad de ser más tolerante y transversal, se sitúe, siguiendo su talento persuasivo, en un nivel de confianza que facilita que el entrevistado acepte unas reglas del juego que habitualmente no le proponen (quizá porque creen que no las aceptaría). Este tono abre rendijas como las que, con menos cálculo, dominaba Jesús Quintero. Es el tipo de confianza que provoca que, tras una pregunta colocada con la precisión de una aguja de acupuntura, el entrevistado suelte un “¡qué cabrón!” (Martín, Fernández) que nunca diría en un formato convencional. Y es una acupuntura –mañana, Gabriel Rufián refinando su narcisismo retórico y recogiendo cable con una desvergüenza simétrica a cuando era más feliz e indocumentado– que intenta reparar las heridas no solo del entrevistado sino también del entrevistador.
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Jordi Évole durante la presentación de la nueva temporada del programa de la Sexta ‘Lo de Évole’
Jose Manuel Vidal / EFE
En sus entrevistas, Jordi Évole combina el ejercicio periodístico con el reflejo terapéutico
AMÉRICA. Un respetado expresidente de EE.UU. es el personaje que interpreta Robert de Niro en la serie Día cero (Netflix). Lo hace con la energía de alguien que, igual que Harrison Ford en Capitán América, dosifica su surtido de muecas y expresiones para seguir siendo creíble. El argumento conecta con el presente: una conspiración desemboca en un ciberataque que provoca miles de muertos. Un ataque que hace peligrar la democracia norteamericana, más delirante que nunca, parecida a la que describen Civil war o Sucesor designado. La inverosimilitud de la trama se vuelve realismo gracias a la química tóxica de la realidad, representada por la primera fase del mandato de Donald Trump y la incomprensible e irresponsable pasividad de sus opositores.