Casi por las mismas horas, dos pibes fueron asesinados por fuerzas de seguridad a 2200 kilómetros uno de otro. Cinco policías bonaerenses de civil, ejecutaron en Mar del Plata a Matías Paredes mientras cuatro gendarmes, en Jujuy, acribillaron a Iván Rodrigo Torres, un pibe colla de apenas 22. Escasas horas de distancia para esos dos crímenes que no hacen más que construir una radiografía feroz de estos tiempos en los que la crueldad y las prácticas represivas son parte de la reivindicación del poder político. Que anunció una suba del 5 por ciento y premios especiales para gendarmes y prefectos.
Por portación de camiseta
Por Fidel Cheshire
A Matias Paredes, el “Pitu”, lo mataron por la espalda en Mar del Plata. Lo mató un policía de civil, en autos particulares, sin identificar, y en una persecución ilegal. A quemarropa. A la madrugada y de 2 tiros, al lado de sus amigos.
Matias tenía 26 años y era albañil. Estaba de visita en su ciudad natal, vivían en el sur con su pareja y su nena de 3 años. Tenía las manos curtidas porque la cal y el cemento ya habían dejado su huella de tanto trabajo. El oficio de la construcción heredado de su papá, con quien trabajaba, era vivido con orgullo por Matías y por toda la familia.
Matías y sus dos amigos volvían del miniestadio donde el Club Alvarado, “el gigante del interior”, presentaba su nueva camiseta, para el torneo de este año en la Primera Nacional. Después de ese show en el que el Torito de Matadero ostentaba su nueva indumentaria frente a miles de jóvenes, el Pitu y sus amigos, Emanuel y Cristian, iban a buscar un mazo de cartas para jugar en casa de la familia en el Barrio Bosque Grande.
Mientras tanto, en la cercanía al barrio tres vehículos particulares, algunos de ellos sin patente, los oficiales de la Policía Bonaerense Juan Molina y Julio Rufino Gerez de la comisaría decimosexta; Héctor Murray de Estación Camet, Yancamil Masia de comisaría decimocuarta, y Emilio Flores de la decimoquinta de Mar del Plata realizaban una ronda nocturna. Acusan que cumplían tareas de investigación, en búsqueda del autor del asesinato de un kioskero de esa ciudad. Intentaban dar con el paradero del “Guachín” Monje, que se suponía merodeaba la zona y tenía en vilo y en tensión, a toda la Jefatura Departamental de Mar del Plata de la que había sido removida su cúpula un día antes. Sin embargo, esos operativos no se realizan bajo las condiciones que presentaban esos oficiales y esos vehículos. Al llegar normalmente al semáforo de Polonia y 39, los cruza uno de los vehículos y dos oficiales de civil bajándose del auto sin identificar comienzan a disparar. El testimonio de Emanuel y Cristian dan cuenta del miedo de la situación y la suposición de que iban a ser robados.
Lo que sucedió después, siendo la 1.30 es una cadena veloz de ruidos, gritos y dichos que llega a oídos de la familia y encuentra a todos minutos más tarde defendiendo el auto y el cuerpo de Matías entre forcejeos y golpes con la Policía, que ahora sí llegaban en patrulleros y uniformados. Durante el día se ocuparon de amenazar testigos y familiares para que nadie haga declaraciones.
Días atrás, el “Guachín” Monje había sido filmado por la cámara de seguridad en el momento que asesinaba al kioskero Cristian Velázquez y llevaba como el “Pitu” Paredes, el albañil, camiseta de Alvarado. Parece que el olfato policial ahora se rige también por portación de camiseta.
Vibraciones. Unos minutos antes de la finalización de esta crónica, funcionarios de la Provincia de Buenos Aires comunican por redes sociales que el gobernador Axel Kicillof suspendía su acto agendado para el sábado 8. La tensión política en nuestro país, como nos tiene acostumbrados, vibra todavía al calor de los cuerpos de jóvenes pobres asesinados con violencia y de los hechos de inseguridad sufridos por trabajadores.
El Estado que gatilla
Pibes de los márgenes a los que se desecha con plomos oficiales de un Estado que se vanagloria a diario del horror que carga como estandarte. Como fue el asesinato de Lucas González, de 17 años, en noviembre de 2021, en manos de un grupo de policías de civil de la policía porteña. O el de Fernando Gómez, aquel bagallero de 27 años, papá de niños de uno, tres y seis años, en manos de la misma Gendarmería salteña hace menos de dos meses. Como el de Luciano Arruga, 16 años atrás, aquel pibe de 17 que se negó a robar para la policía y tuvo un castigo ejemplar de tortura y muerte.
Iván Torres era agricultor y estudiante de Turismo, y fue asesinado a bordo de su moto cuando transportaba hojas de coca y turrones, como parte de su trabajo diario. Cinco impactos de bala en la moto y una muerte inmediata. Iván Torres, homónimo de aquel otro Iván Torres asesinado por policías en Chubut en los mismos días en que el joven colla salteño llegaba a este mundo desigual y despiadado.
Prácticas represivas que se mantienen como una constante y se replican. A veces como crímenes que buscan esconderse bajo la alfombra de las hipocresías; a veces, enarbolados por los que dicen haber llegado a las estructuras de poder para barrer las calles y las barriadas empobrecidas a pura ferocidad.
