La política se encuentra en un estado irreconocible para gran parte de sus protagonistas. Periodistas, analistas, consultores, académicos y hasta los políticos profesionales enfrentan hoy el enorme desafío de abordarla y comprenderla. Algunos creen que esta desorientación forma parte de un cambio de paradigma que está viviendo la matriz de poder en nuestros días.
Como argentino, me ocupa y preocupa el fenómeno Milei. Lejos de representar un cambio inesperado, ha ratificado el carácter y la esencia del quehacer político en Argentina. Tras casi dos años de gobierno, la actual gestión ha confirmado el antagonismo, la manipulación de emociones y la polarización como piezas vitales de su gobierno, diseminando el escepticismo y el desconcierto en el arco político argentino.
En los años del kirchnerismo, se crearon múltiples categorías semánticas para describir un estilo de conducción. «La grieta» es posiblemente la más conocida de ellas: la idea de que Néstor y Cristina Kirchner gobernaron el país dividiendo, profundizando la enemistad política y las tensiones entre sectores sociales. La dialéctica «amigo-enemigo» estuvo muy vigente y les dio la oportunidad de ampliar y fortalecer su hegemonía en el peronismo.
Esta conducción se constituyó como un modelo populista, acompañado por un contexto regional donde liderazgos afines compartían formas, narrativas e imágenes, como en los casos de Evo Morales en Bolivia o Hugo Chávez en Venezuela.
Basar la autoridad en la división, el odio y la ironía era considerado «políticamente incorrecto». Para intelectuales y académicos, le hacía daño al modelo republicano, perjudicaba los valores de la Constitución y atentaba contra la sostenibilidad de la unidad nacional. Aunque estas premisas pueden considerarse ciertas, no aluden a la utilidad política del modelo de conducción. Teniendo en cuenta que veinte de los veinticinco años que van de este siglo han sido gobernados por este paradigma, la realidad está a la vista.
Una persona sostiene una bandera de Argentina durante una manifestaciónEFE
La descripción normativa y semántica del fenómeno kirchnerista generó un antagonismo, donde la oposición supuestamente encarnaba un modelo político distinto. La activa confrontación con los medios de comunicación, la descalificación a los dirigentes opositores y las amenazas a los sectores económicos adversos al modelo serían cosas que desaparecerían con el retiro político de los K. Nada más lejos de la realidad.
Lo que vimos en las décadas anteriores fue la construcción de un estilo de gobierno que no es propio del kirchnerismo, sino de la política en sí misma. Gobernar es dividir, debatir es descalificar al adversario, acordar es hacerlo desde una posición de poder, confrontar es parte del arte de la política y discrepar es natural. Fue un error pensar que esas máximas solo pertenecían a una parte del arco político.
En 2023, cuando la mayoría del país decidió la alternativa al peronismo-kirchnerismo, se «desmagnetizó la brújula». La elección de Javier Milei dejó desorientados a quienes generaron, consumieron y adhirieron a la visión normativa y semántica de «la grieta». Alejados los K del poder, la grieta iba a desaparecer.
Un partido nuevo, un líder nuevo, un gabinete nuevo que cultiva parte del estilo político tradicional, viene a ratificar que «la grieta» es un fenómeno atemporal y apartidario. Es la forma que hoy sirve para gobernar, conducir y dominar las luces y sombras que atraviesan los pasillos de la Casa Rosada. A esta altura está claro que este estilo polarizador, confrontativo y belicoso es algo tan propio como la escarapela.
Claro que no todo el país simpatiza con este tipo de conducción, y actualmente gran parte de quienes estuvieron descontentos con los gobiernos kirchneristas se sienten decepcionados por no ver un «salto de calidad» en el modelo político; sin embargo, esto no es algo nuevo.
Lo que vemos hoy, y nos parece extraordinario o hasta ofensivo cuando se habla de «ñoños republicanos», es el reflejo perfecto del anti-kirchnerismo. El sector interesado en los valores de la república y la sostenibilidad de la institucionalidad dentro del Estado, en un balotaje entre los K y Milei, ¿a quién terminará votando? Los ciudadanos suelen ser prácticos y realistas. Si la grieta existe no es solo producto de la clase política. Es un reflejo de lo que hoy pasa en la sociedad.
Esto explica por qué la moderación es, por ahora, una vía que tiene que adaptarse a las circunstancias del presente, porque en ella solo se consiguen votos que ya están cautivos por La Libertad Avanza, de la misma forma que Massa y Cristina Kirchner saben que la izquierda está asegurada en sus estimaciones electorales.
Para quienes están preocupados y decepcionados por las formas del actual gobierno, solo queda comentarles una dura realidad: esta parece ser la fórmula de conducción que funciona en Argentina. No es lo adecuado ni lo ideal desde un punto de vista intelectual o institucional, pero no radica allí el principal interés de un analista político.
El modelo Milei, al igual que el modelo peronista kirchnerista, es un modelo que funciona, basado en la autoridad, el poder y el mando. «La grieta» forma parte de la cabina del avión; podemos cambiar de piloto, pero irremediablemente la dinámica política llevará a cualquier tripulación a usarla a su favor. Comprender esto puede resultar duro y, de hecho, es institucionalmente decepcionante; pero es la única forma de empezar a analizar la realidad de la política argentina.