El Festival de la Música Italiana de La Plata nació en 2015 como un homenaje a los inmigrantes que, con su historia y su pasión, construyeron puentes entre Italia y Argentina. Su creador y director, Nicolás Moretti, impulsado por el legado de su padre, un inmigrante que “vino para volver”, concibió este encuentro como una forma de unir culturas a través del arte y de revalorizar la italianidad que late en la ciudad.
Inspirado en el legendario Festival de San Remo, el evento platense se consolidó como el segundo en importancia en el mundo dentro de este estilo, con una puesta en escena multimedia, apertura con danza y una producción que combina talento local con espíritu italiano. Desde su inicio, se convirtió en un espacio único donde la emoción, la música y la identidad se entrelazan.
El certamen 2025 reunió a 128 participantes de distintas provincias como: Catamarca, Tucumán, Tierra del Fuego, Neuquén, Córdoba, Mendoza e incluso de países vecinos como Brasil y Uruguay. En una primera etapa abierta a todos los géneros e idiomas, los jueces evaluaron el color vocal y la proyección artística de los candidatos. Luego, los seleccionados interpretaron temas italianos hasta llegar a la etapa final con 36 concursantes, que fueron audicionados.
La gran gala final se realizará este sábado a las 20.30 en el Teatro Metro, donde se conocerá al ganador que viajará a Roma para participar del espectáculo “Italia-Argentina Canta en Festival”. Allí, además de cantar en el show principal, el artista actuará en el Parlamento Italiano, entre otros escenarios.
El festival cuenta con la madrina Valeria Lynch y este año tendrá como invitado de honor a Odino Faccia, cantante y embajador de la Paz, reconocido por haber interpretado canciones dedicadas a los papas Francisco y Benedicto XVI.
Más que un certamen, el Festival de la Música Italiana de La Plata es un proceso de humanización, un encuentro de comunidad en tiempos difíciles.
“Quien entra al festival no sale siendo el mismo”, asegura Moretti. Y quizás ahí radique su magia: en convertir la música en un puente vivo entre dos tierras unidas por una misma emoción.