Durante muchos años la radio recogía, como el coche escoba del Tour, a jóvenes de formación e inquietudes erráticas, inseguros, acomplejados, insomnes, tímidos o víctimas de bullying . Muchos radiofonistas provenían de esa cantera y, ante un micrófono o cocinando un programa, descubrían vocaciones insólitas. Es el caso de Toni Clapés, pésimo estudiante que llegó a la radio con expectativas inciertas y que, tras algunos periplos aciagos, estuvo a punto de abandonar. Sus padres –máxima influencia– le convencieron para seguir y, a partir de Ràdio Barcelona, iniciar la carrera que esta semana le ha proporcionado la alegría de un premio Ondas no para él (que ya lo tenía) sino para un programa, Versió RAC1 , que es más Clapés que el propio Clapés.
Toni Clapés, tras conocer que ‘Versió RAC1’ ganaba el Ondas a mejor programa de radio
XAVI JURIO
En Catalunya Ràdio habría podido explotar el éxito televisivo de las imitaciones, pero tenía otras inquietudes y, tozudo, quería parecerse a su ídolo Xavier Sardà. Como ideólogo de un magazine de tarde que podía escaquearse de las autodestructivas audiencias diarias, construyó un frankenstein de entretenimiento, información y humor que conectó con un sector popular de la audiencia secuestrado por Encarna Sánchez: taxistas, transportistas, amas de casa y los que se pasan media vida al volante. El elemento sustancial para entender este éxito es un Sancho quijotesco con nombres y apellidos: Marcel·lí/Jaume Virgili/Nolla.
Toni Clapés, tozudo, se empeñó en construir un frankenstein de humor, entretenimiento e información
Clapés parte de la idea de que el programa tiene que ser una oportunidad para compensar la curiosidad, la ignorancia y la insatisfacción que, a primera vista, pueden reducirlo al cliché de gruñón con ataques de cuñadismo. Digo a primera vista porque la ignorancia es el método que lo sitúa en las antípodas de las ínfulas que tanto abundan en el dial.
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El motor de este método es la intuición y una honestidad imperfecta –puede ser arbitrario y bocazas– y sentimental que lo humaniza desde la imperfección y lo lleva a hacer programas tan excepcionales (y poco valorados) como el del día siguiente a cuando ETA asesinó a Ernest Lluch. Aquella tragedia fue la semilla de lo que hoy recoge. En los últimos años ha compaginado el programa con una amenaza de salud que, en vez de hundirlo, lo ha propulsado hacia un vitalismo selectivo e hiperactivo que es, con diferencia, su mejor virtud. Los que mejor le conocen son Marta y Emma y los amigos que cada jueves, si no llueve, juegan a tenis con él y le ven despotricar (por aspersión) de todo y de todos con esa inimitable y ácida alegría.





