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martes, agosto 26, 2025

El hambre como arma de guerra: similitudes entre Guatemala y Palestina

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Tiempo de lectura: 9 minutos

“El hambre como táctica de guerra contra no combatientes puede tener distintas intenciones. Por ejemplo, despojarlos de recursos que pudieran ser utilizados para abastecer a las fuerzas contrarias, como mecanismo de castigo por supuestas simpatías con el enemigo o bien para forzar el desplazamiento de poblaciones que resultan incómodas para la operativización de acciones militares”.

Centro de Análisis Forense y Ciencias Aplicadas (CAFCA)

Por Jorge Fernández

En la memoria histórica de los pueblos de Guatemala, los huesos exhumados por antropólogos forensessiguen contando lo que muchos quisieron silenciar: en Guatemala hubo un plan de exterminio sistemático en contra de ciertos pueblos mayas y campesinos que involucró distintos métodos, además de la violencia física, se utilizó el hambre también para conseguir su fin último: el borrado físico e inmaterial de las comunidades atacadas.

El Centro de Análisis Forense y Ciencias Aplicadas (CAFCA) documentó que, de una muestra de 363 personas fallecidas en desplazamiento forzado durante el conflicto armado interno en Quiché y Alta Verapaz, al menos 91 murieron de hambre entre 1981 y 1985. Los municipios más afectados fueron: Chajul (53), Nebaj (33), Ixcán (4) y San Cristóbal Verapaz (1). La mayoría de las víctimas eran hombres adultos entre 41 y 60 años.

Esta táctica fue abrumadora y sistemática. Se utilizó como estrategia de despojo para desmantelar comunidades, impedir la subsistencia y forzar desplazamientos, en clara violación del derecho internacional y de los Convenios de Ginebra, que garantizan la protección de la población civil en conflictos bélicos, el acceso a ayuda humanitaria y el derecho a no ser atacados en su vida cotidiana ni en sus medios de subsistencia.

Hoy, esas escenas parecen repetirse en otra latitud. Gaza, bajo el asedio militar del ejército de ocupación de Israel, se consume lentamente entre la desnutrición y el bloqueo a la ayuda humanitaria. Según Naciones Unidas, la Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria en Fases (CIF) declaró el 22 de agosto del 2025 oficialmente la hambruna en la Gobernación de Gaza, que abarca el centro y norte del territorio, mientras el Gobierno israelí niega la crisis y acusa a los expertos de “inventarla”.

El coordinador de emergencias de la ONU, Tom Fletcher, dijo que se trata de una tragedia que pudo haberse evitado, y el alto comisionado de Derechos Humanos, Volker Türk, afirmó que la hambruna es una consecuencia directa de las medidas impuestas por Israel.

En las últimas semanas, el Ministerio de Sanidad de Gaza reportó 101 muertes por desnutrición, 80 de ellas niños. Testimonios estremecedores describen madres sin leche para amamantar a sus hijos, cocinas comunitarias que solo reparten una ración de lentejas y civiles abatidos por disparos mientras intentaban llegar a los camiones de ayuda humanitaria.

La escalada actual se originó tras el ataque de Hamas a Israel el 7 de octubre de 2023, que dejó cientos de muertos y rehenes; la respuesta israelí derivó en bombardeos masivos, desplazamientos forzados y un bloqueo casi total en Gaza, afectando a la población civil atrapada sin salida.

A ello se suma que Palestina no es reconocida plenamente como Estado. Pese a contar desde 2012 con estatus de observador en la ONU, su soberanía está fragmentada por la ocupación, los asentamientos israelíes en Cisjordania, el control israelí sobre fronteras de Gaza, aire y mar, lo que agrava la vulnerabilidad de los palestinos y mantiene su derecho a la autodeterminación en un limbo político.

Excavaciones en el sito C8 en aldea Mayalán, Ixcán. Foto CAFCA

El hambre como táctica militar en la historia mundial

Provocar hambruna ha sido un arma desde tiempos antiguos. Desde el asedio ateniense a Melos en la Guerra del Peloponeso, pasando por la caída de Jerusalén en el año 70 bajo la fuerza brutal de Roma, por los bloqueos que la Unión Soviética impuso sobre varias ciudades de la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial, hasta el genocidio de Ruanda y las hambrunas en Sudán, la inanición provocada fue utilizada para doblegar ciudades, imponer control territorial y expulsar poblaciones incómodas.

Las estrategias militares descritas por historiadores muestran que, más allá de las armas, la privación de alimentos debilitaba al enemigo y obligaba a rendirse. Como señala el informe de CAFCA antes mencionado:

“El hambre se convierte en una poderosa arma de guerra, ya que la necesidad no satisfecha y la desesperación que ello provoca son una fuerza que se impone de manera tan implacable que obliga a doblegarse, obedecer, huir. Tan grande es el acoso del hambre que se vuelve irresistible y deja a quienes lo padecen en la impotencia, pues no hay exigencias más ciertas e ineludibles que las que el dolor y el hambre hacen a los seres humanos”.

En Guatemala esta táctica no fue diferente. Durante las ofensivas del Ejército y de las Patrullas de Autodefensa Civil (PAC) de 1982 y 1983, el 59% de las muertes por hambre ocurrieron en apenas dos años, coincidiendo con las mayores operaciones militares contra comunidades civiles. Los desplazamientos forzados y la destrucción de medios de subsistencia colocaron a la población en un estado de vulnerabilidad extrema.

La estrategia para hambrear a la población maya se sostuvo en los ataques de tierra arrasada, en el saqueo de pertenencias y animales de granja por parte de las milicias, en la persecución de la población desplazada (que llegó a ser un millón y medio) por montañas y selvas, en la destrucción de las plantaciones de maíz sembradas en los asentamientos y en el bombardeo sobre las zonas donde se identificaba humo producido por fogatas rudimentarias utilizadas para cocinar los pocos alimentos que encontraban los sobrevivientes.

En la actualidad, la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios describe la situación en Gaza como una “política calculada de inanición”, en la que los convoyes de ayuda se transforman en trampas mortales y donde más de mil personas han sido asesinadas por francotiradores del ejército de Israel mientras intentaban conseguir un bocado, un costal de harina o un poco de agua y medicinas.

Jehad Alshrafi. Palestinos cargan sacos y cajas de alimentos y ayuda humanitaria, descargados de un convoy del Programa Mundial de Alimentos. Foto Jehad Alshrafi.

Gaza: hambruna y bloqueo

Hoy, en la Franja de Gaza, 514 000 personas sufren condiciones de hambruna. Los mercados están vacíos, las plantaciones destruidas, los campos arrasados y los precios son inaccesibles; los camiones de ayuda permanecen bloqueados en la frontera. Inicialmente, se permitía la entrada de unos 500 a 600 de ayuda al día; sin embargo, las Naciones Unidas estiman que se necesitan entre 1,000 y 1,500 camiones diarios para aliviar la hambruna y satisfacer las necesidades básicas de la población.

Pero los bloqueos no han venido únicamente desde el poder central de Israel. Desde enero de 2024 se ha reportado que grupos de colonos israelíes han intensificado las acciones contra la ayuda humanitaria destinada a la Franja de Gaza, impidiendo el paso de camiones con alimentos, medicinas y suministros esenciales. Estas acciones han sido lideradas por movimientos de extrema derecha como “Tzav 9”, “Warrior Mothers” y “Forum Tikva”, que exigen la liberación de los rehenes israelíes capturados por Hamás en octubre de 2023.

Los bloqueos han ocurrido en puntos críticos como los cruces de Kerem Shalom, Nitzana y el puerto de Ashdod, donde los manifestantes han detenido camiones, destruido cargamentos y, en algunos casos, incendiado vehículos de ayuda.

“Vemos morir a nuestros hijos y no podemos hacer nada”, relató una madre en el Hospital Al-Rantisi, describiendo la desesperación de quienes buscan alimento bajo disparos y restricciones. La hambruna se convierte así en una política de control: un arma silenciosa que obliga a los civiles a someterse, desplazarse o perecer, recordando dolorosamente los crímenes de hambre registrados en Guatemala.

Expertos y organismos internacionales señalan que esta crisis no es casual ni circunstancial, sino una táctica bien planeada y dirigida desde las cúpulas de poder del gobierno israelí. Jonathan Whittall, jefe de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) en los territorios palestinos, la define como “una política calculada de inanición”. Más del 90% de la población de Gaza lucha por sobrevivir y miles de niños corren riesgo de morir por falta de alimentos y medicinas.

Antropólogos y analistas, como Alex de Waal, señalan que las hambrunas modernas son, en su mayoría, resultado de decisiones políticas y militares deliberadas, no de escasez natural.

La comunidad internacional ha expresado su preocupación por la situación en Gaza. Países como Australia y los Países Bajos han condenado el bloqueo israelí, calificándolo de violación del derecho internacional. Organizaciones como la ONU, Oxfam y Amnistía Internacional advierten que miles de niños corren el riesgo de morir por falta de alimentos y medicinas en una situación humanitaria “causada por el hombre”.

Derecho internacional y la impunidad

En palabras de Francesca Albanese, Relatora Especial de la ONU para los Territorios Palestinos Ocupados: “Todo el mundo se fija en cómo Israel utiliza la inanición como arma de guerra. Pero tenemos que considerar que aquí la inanición no se usa contra militantes, no se usa contra combatientes, el hambre se usa contra la población civil. Hay que considerarlo un crimen de guerra. Es un golpe que está llevando a la destrucción de la población. Y por eso insisto en la necesidad de llamar a este crimen por lo que es, es genocidio”.

Tanto en Guatemala como en Gaza, esta práctica evidencia la instrumentalización del sufrimiento humano para la destrucción de pueblos enteros. Los Convenios de Ginebra, el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional y la Resolución 2417 del Consejo de Seguridad reconocen la prohibición de estas tácticas. Sin embargo, la rendición de cuentas sigue siendo limitada.

El artículo 14, Título IV, del Protocolo adicional a los Convenios de Ginebra de 1949, relativo a la protección de las víctimas de los conflictos armados, indica:

“Queda prohibido, como método de combate, hacer padecer hambre a las personas civiles. En consecuencia, se prohíbe atacar, destruir, sustraer o inutilizar con ese fin los bienes indispensables para la supervivencia de la población civil, tales como los artículos alimenticios y las zonas agrícolas que los producen, las cosechas, el ganado, las instalaciones y reservas de agua potable y las obras de riego”.

A pesar de la existencia de normativa en contra de estos crímenes, la impunidad persiste. En Guatemala, aunque las exhumaciones y los peritajes han evidenciado el uso del hambre como táctica militar, pocos responsables han enfrentado la justicia. En Gaza, las denuncias de Naciones Unidas y de organizaciones humanitarias se topan con vetos políticos y la negación de las potencias.

Como señala el antropólogo Alex de Waal, la hambruna es a menudo un “crimen sin autores aparentes”, un delito que no deja huellas visibles pero que destruye la vida cotidiana y la esperanza de los pueblos.

Dos mujeres y un niño preparan el maíz en la cocina comunitaria de la CPR Tzucuná, Quiché en 1993. Foto Jonás Moller y Derril Bazzy

Un arma silenciosa en conflictos bélicos

Los conflictos armados modernos y pasados han mostrado que el hambre puede ser más letal que las balas. Conley y De Waal (2019) denominan “crímenes de hambre” (starvation crimes) a las acciones que obstaculizan deliberadamente el acceso de la población a alimentos y medios de subsistencia, provocando hambre masiva durante períodos prolongados.

Los autores identifican nueve objetivos principales detrás de la implementación intencionada del hambre: exterminio o genocidio, control de la población, control territorial, expulsión forzada, castigo colectivo, explotación mediante trabajo forzado, abastecimiento para la guerra, recuperación de población en zonas estratégicas y manipulación de la logística civil.

En todos los casos, quienes planifican estas tácticas conocen los efectos devastadores sobre la población civil y actúan con plena intención de causarlos.

Ejemplos históricos incluyen las hambrunas en los campos de concentración contra la población judía y romaní durante el Holocausto; el Holodomor, provocado por Stalin en contra del pueblo ucraniano; el “Sendero de lágrimas” de los pueblos indígenas de Estados Unidos, una larga marcha de miles de kilómetros que los pueblos cheroqui, choctaw, chickasaw, creek y seminola tuvieron que sufrir durante la expansión de la nueva potencia mundial en el siglo XIX; y, como ejemplo más reciente, el asedio de Sarajevo entre 1992 y 1995 durante la guerra de los Balcanes o la hambruna del Tigray en Etiopía.

El hambre, más que un síntoma colateral de la guerra, es un arma de exterminio y control. Lo fue en Guatemala, en las montañas de Quiché, las selvas del Ixcán, Petén y Chiapas, en los bosques de Alta Verapaz, donde familias enteras murieron buscando raíces o granos escondidos en la tierra. Lo es en Gaza, donde niños son devorados por la autofagia y sus estómagos se hinchan por la desnutrición; donde las bombas y los disparos carcomen el alma; donde la tierra se convierte en ceniza mientras el mundo debate si llamar a eso “genocidio” o “política de seguridad”.

Familiares rezan frente a las excavaciones de los restos de su ser querido en el sitio de excavación Bijolom, Nebaj en 2002.Foto CAFCA

La similitud es oscura, pero también es un recordatorio: el hambre como crimen de guerra no pertenece solo al pasado, sino que sigue respirando en el presente.

Sin embargo, la postura del gobierno guatemalteco ante la crisis en Gaza ha sido, hasta el momento, tibia y ambigua. Aunque en enero de 2025 el Ministerio de Relaciones Exteriores expresó su lamento por la ruptura del alto al fuego y la pérdida de vidas civiles inocentes, no ha emitido una condena explícita del genocidio ni ha calificado el uso del hambre como método de guerra como crimen de lesa humanidad.

Esta omisión no solo refleja una falta de valentía política, sino también una desconexión con el propio pasado reciente de Guatemala, marcado por el genocidio de los pueblos indígenas durante el conflicto armado interno.

Atentar contra el acceso a los alimentos no es solo un acto injusto, sino una agresión directa a la vida y la dignidad humana. Utilizar la privación de alimento como herramienta de represión, control político o conflicto convierte al hambre en un arma cruel, cuyo impacto perdura generaciones.

Redacción

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