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Durante todo el siglo XX, la mirada de Estados Unidos estuvo puesta en América Latina, donde aplicó un intervencionismo explicito a lo largo del continente. La gran potencia transatlántica actuó como si todo país al sur de su frontera fuese su patio trasero: invadiendo territorios, organizando golpes de Estado, apoyando a dictadores militares y construyendo su hegemonía económica sobre los recursos y la explotación de los latinoamericanos.
La idea de «América para los americanos» nació como un alegato anticolonial contra la injerencia europea, pero se mezcló rápidamente con la visión estadounidense de destino manifiesto. Es decir, con una percepción de que Estados Unidos es una suerte de mesías con una misión civilizatoria para con el mundo. El resultado fue el desarrollo de un violento intervencionismo a lo largo y ancho de América Latina: la gran potencia americana se veía con la legitimidad de intervenir política, militar, económica y territorialmente en el continente.
De esta manera, a lo largo del siglo pasado, Estados Unidos se inmiscuyó más de 50 veces en sus vecinos del sur de manera exitosa. En estos cincuenta episodios, las fuerzas estadounidenses lograron cambiar el rumbo de las políticas latinoamericanas —e incluso modificar sus gobiernos— para amoldarlos a los intereses de Washington. El número aumenta mucho más si tenemos en cuenta que los planes no siempre salieron bien para Estados Unidos, como por ejemplo con la invasión fallida a Bahía de Cochinos en Cuba o los centenares de intentos de asesinato del líder de la revolución cubana, Fidel Castro.
En cualquier caso, cerca de la mitad de las intervenciones exitosas fueron directas: con fuerza militar, agentes de inteligencia o población local al servicio de Washington. Pero la potencia también recurrió a métodos más sutiles, como a través de la economía, personajes específicos o incluso acciones culturales.
En casi todas sus intervenciones, Estados Unidos alegó motivos de seguridad nacional. Pero la realidad es que en ningún contexto existía un riesgo real para la seguridad estadounidense, mucho menos una amenaza militar. Lo que realmente estaba en juego eran intereses económicos de ciertas élites y oligarquías estadounidenses, en muchos casos unidas a grandes empresas como la United Fruit Company.
El respaldo que necesitaba para intervenir a sus anchas era el Corolario Roosevelt, una política aprobada en 1904 que daba un paso más allá en la original Doctrina Monroe de «América para los americanos». El corolario no sólo impedía la intervención europea, sino que daba la potestad a Estados Unidos de tomar las medidas que considerase necesarias para “estabilizar” a un país latinoamericano o cuando estos no cumpliesen con sus obligaciones financieras. Es decir, convertía al Estado norteamericano en el policía del continente.
Un ejemplo de cómo se utilizó esta doctrina es Haití. Estados Unidos ya tenía un ojo puesto en el país desde mucho antes, porque su ubicación le convertía en un enclave perfecto para una posible base naval estadounidense. La primera década del siglo XX fue muy accidentada políticamente en la isla, llegando a tener siete presidentes en tan solo cuatro años. Tras el asesinato en 1915 del presidente Vilbrun Guillaume Sam, Estados Unidos envió a la Marina y mantuvo una ocupación constante hasta 1934. Eso sí, este supuesto movimiento de “estabilización” trajo consigo el control total de las finanzas haitianas por parte de Estados Unidos y la modificación de su constitución para permitir la propiedad extranjera de tierras.
A partir de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos encuentra en el comunismo el enemigo perfecto. En el marco de la Guerra Fría y la lucha ideológica contra la Unión Soviética, Washington puso en marcha la doctrina de la contención. La prioridad era frenar la influencia del comunismo allí donde fuera necesario y como fuera necesario.
En este momento, el intervencionismo estadounidense adquiere un nuevo matiz paranoico, traducido en ir contra cualquier Gobierno de izquierdas o que pudiese ser afín a los intereses soviéticos. Esto culmina en la llamada ‘doctrina del dominó’, según la cual cuando un país caía en la órbita de la URSS, los vecinos seguirían el mismo camino.
Bajo estas premisas, Estados Unidos orquestó operaciones para derrocar a todo Gobierno que hablase de nacionalización y expropiación. Junto a las múltiples campañas contra Cuba, Washington orquestó golpes de Estado e invasiones en otros países como la Guatemala de Jacobo Árbenz en 1954 —cuyas políticas agrarias afectaban directamente a la United Fruit Company— o la pequeña isla de Granada en 1983, contra el que fue el primero y único gobierno abiertamente marxista del Caribe anglófono.
Pero el ejemplo más famoso del intervencionismo estadounidense en América Latina es la Operación Cóndor: una campaña de represión coordinada entre las dictaduras sudamericanas y Washington en los años 70 y 80. De nuevo, el objetivo fue anular a la izquierda mediante torturas, asesinatos y desapariciones forzadas en Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay, Uruguay, Brasil, Ecuador y Perú.
