Los primeros partidos de Liga del Barça, también el de mañana, vienen jugándose a la hora del calamar. Es esta una afirmación literal y nada poética. A la misma hora que los de Hansi Flick patean el balón, los calamares son tentados por centenares de poteras a una milla escasa de la costa. Los pescadores, acomodados en sus embarcaciones, mueven el brazo arriba y abajo como los gatos de la suerte de los negocios chinos con la esperanza de que el cefalópodo se trague el engaño que se le presenta y acabe servido a la plancha o a la romana.
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