El sábado 30 de agosto, para estrenar una nueva era de su show en vivo, El Kuelgue volverá al lugar donde todo empezó: el suelo del Velódromo, su primer escenario en Uruguay. En 2013, casi a la mitad de su vida, la banda tocó en Montevideo en un festival que promovía la regulación de la marihuana y celebraba el matrimonio igualitario, y un año después, en otro por el No a la Baja. Esas, las políticas, no las partidarias, son las causas que los sensibilizan, dice Santiago Martínez a El País.
Desde entonces, El Kuelgue —que nació en 2004 y es uno de los grupos más singulares de la música argentina actual— estrechó su lazo con esta tierra, de la que toma el candombe, la impronta de Leo Maslíah y tanto más.
En el último tiempo, un cruce con Cumbia Club, una invitación a Luana para cantar en el Cosquín Rock y una colaboración con No Te Va Gustar, “La máquina”, que se grabó en Montevideo (el videoclip también) y ya se integró a su repertorio en vivo, reforzaron la hermandad. Ahora, el 30, El Kuelgue tocará en Sitio (la carpa del Velódromo; entradas en Redtickets), para reencontrarse con su séquito uruguayo y mostrar su esencia: una fina combinación de estilos, “boludina” e ideas que se teje con ingenio, mientras intenta no tomarse tan en serio.
Sobre eso, Santiago Martínez, tecladista y eterno socio creativo (dentro y fuera de la música) del cantante Julián Kartún —el otro pilar del numeroso grupo es el bajista Juan Martín Mojoli— conversó con El País. Este es un extracto de esa charla.
—“La máquina” combina las personalidades de El Kuelgue y No Te Va Gustar para llegar a un resultado distinto. ¿Cómo surgió?
—Capaz que viene otro de afuera y dice: “Para mí suena todo parecido”, pero uno que está ahí sabe que eso, así como está ahí, nunca lo habíamos hecho. Y nos copó. El tema lo teníamos medio armado cuando se nos ocurrió invitar a los chicos, que ya habían invitado a Juli a un Movistar Arena. Nos pareció que encajaba con ellos, y era una buena excusa para devolver esa camaradería. Y se entusiasmaron. Así que nos fuimos para Montevideo y estuvo bárbaro: llegamos a la noche, comimos un asado en su estudio antes de que se mudaran, todo muy familiero, y eso suma un montón. No es que era una noche de truco y whisky —que muy bienvenida sería algún día—: era la familia, estábamos todos juntos, y estuvo lindo para romper el hielo. Y al día siguiente, sin resaca, todo el mundo estaba a las 10 en punto en el estudio, y me sorprendió que fueron todos. No todos los chicos tenían que estar todo el día, pero fueron desde primera hora y eso me pareció muy significativo y hermoso. Y al día siguiente yo rajé, y ahí hicieron el videoclip. Esa jornada duró como 12 horas.
—Cuando una banda tiene cada vez más público que “compra” determinado sonido, ¿se hace difícil buscar la novedad?
—No sé si se nos vuelve difícil en tanto un objetivo que no alcancemos. En general cuando arrancamos con algo, vamos, pero sí que a medida que pasa el tiempo de alguna manera ya hiciste muchas cosas, entonces seguir siendo original de una forma pretenciosa puede llegar a ser un problema. Un poco hay que dejar que la cosa ande sola. Pero simultáneamente que digo esto, también digo que uno no quiere pasteurizarse. Tener la fórmula puede ser muy bueno, pero a nosotros nos interesa el arte en tanto ruptura, no casarnos con una formulita. Entonces siempre estamos buscando manchar un poco el cuadro. Que nunca falte el manchón de vino en el mantel.
—¿Sabés cómo dar con ese manchón?
—Puede pasar cualquier cosa. Puede venir de una improvisación de Juli en el estudio, o alguna cosa instrumental rara, o un sampler de algo que nos divirtió esa semana y lo metemos, pero hay que estar atento a que no quede demasiado limpio el mantel. Ese sería el objetivo de El Kuelgue en este momento. Porque inevitablemente crecés y vas pisando lugares más seguros, porque a medida que uno crece como banda o artista y, también voy a decirlo, como producto —en el mejor de los sentidos, aunque en este caso quiero decirlo de una forma un poco peyorativa—, vas perdiendo libertad. Al principio podés hacer lo que quieras, total. Pero si hoy los Rolling Stones deciden hacer chamamé, cagaron.
—Pero algunos de los temas de El Kuelgue que más pegaron en los últimos años se salen del molde de la banda, como “Parque acuático” o, por su letra, “Carta para no llorar”. Eso puede ser un buen indicio.
—Es verdad, y es verdad que no hay que subestimar a la gente pensando que solo quieren escuchar algo sencillo. “Parque acuático”, como decís, es un gran ejemplo, porque es una armonía compleja, con una letra larga, no tiene forma de hit, no hay estribillo. Y está hecha con dos mangos, una guitarra y una terraza, no tuvo casi costo, a diferencia de otras cosas que uno le pone todo. Y enganchó un montón.
—Llevan más de 20 años de recorrido y acaban de lanzar su primer disco en vivo, Juegue Kuelgue. ¿Por qué ahora, en este momento?
—Siempre nos dijeron que a El Kuelgue tenías que verlo en vivo. De hecho empezamos así: grabamos el primer disco en 2010, pero en 2007 grabamos un DVD —y esto es no oficial, por suerte nadie lo tiene— que tiene 10 canciones y solo “Bossa & People” sigue en la lista actual. “Cristo es Marquitos di Palma” la tocamos bastante tiempo, pero todo lo demás es re old school porque no sabíamos muy bien cómo hacerlo, cómo llevar el delirio de los shows, en los que yo participaba un poco más en la joda con Juli, a un disco. Después finalmente encontramos la forma. Y pasó todo este tiempo hasta que en 2025 decidimos hacer un disco en vivo. Obviamente la banda es muy diferente a esa, pero sigue teniendo la energía. Hay muchos cambios, pero El Kuelgue está ahí, y está bueno, cada cierto tiempo, tirar un registro de lo que está pasando con la banda en vivo.

Foto: Difusión
—¿Y desde adentro qué sentís que es lo que está pasando con la banda en vivo hoy?
—Y creo que está en un gran momento. Al principio éramos más caóticos con las listas de temas y era más anárquico, y con el tiempo, por una cuestión de puesta y de encontrarle una dinámica al show, le fuimos dando valor a eso, a que no es que da lo mismo todo. Últimamente está pensado de manera muy integral, desde la apuesta, las luces, el vestuario y todo lo que va pasando. Entonces cuando encontramos una lista de temas que nos gusta, que nos cierra y que es poderosa, la mantenemos hasta que cambie el ciclo y renovemos todo. Ahora estamos por renovar todo, porque el disco en vivo fue un poco el cierre de la etapa anterior. Son como funciones de obra de teatro: hay momentos para la improvisación, que están claros y son 100% libres, como cuando estamos Julián y yo solos en el escenario, pero después hay una máquina funcionando que ya sabe más o menos lo que tiene que hacer y que lejos de quitar espontaneidad, se fortalece y es algo cada vez más arrollador. Obviamente todo tiene un ciclo y en un momento hay que cambiar, porque también uno se aburre.
—Decías que, a pesar de los cambios, la esencia de El Kuelgue sigue estando ahí. La búsqueda de fondo que había al principio, ¿también se mantiene?
—Se mantiene. Nunca tuvimos mucha pretensión de querer lograr tal cosa. La verdad es que nos divertíamos, queríamos emborracharnos al día siguiente y no mucho más, y hoy… Hoy la proyección es a una semana. Hay mucho laburo detrás de escena. Hay un montón de cosas que hacemos y hay estrés y demanda, con mucho placer igual lo digo, pero en ese sentido El Kuelgue creció. Pero la parte artística la mantenemos igual. Es juntarse a boludear, juntarse a reír. Hacer canciones no es para nada estresante, ni lo tomamos de una manera muy drástica, sino con la misma pavada de siempre. Al arte hay que quitarle esa solemnidad. Me pasa algo con las entrevistas. Soy muy fan, me parece un gran formato y además un documento bárbaro de los artistas que me gustan, puedo pasar horas en YouTube viendo todo, pero a la vez tengo momentos donde lo veo todo muy ridículo, un señor hablando muy profundamente de una cosa que es recomún, que es agarrar una guitarra y componer una canción. Paremos con el heroísmo de eso. Me parece una pavada que los músicos se lo crean, además, pero entiendo que debe haber un punto medio entre ser un desinteresado y creerte que sos realmente interesante. Yo no creo que sea muy interesante, pero me apasiona hablar de lo que hago. No lo puedo evitar.
—Más allá de la banda, vos y Julián han hecho un montón de trabajo juntos, han escrito y colaborado con propuestas audiovisuales o escénicas. Es bastante meritorio sostener una sociedad creativa por más de 20. ¿Por qué crees que a pesar de que cambian los proyectos, los horizontes y la vida, se siguen complementando?
—Justo terminamos un proyecto nuevo que todavía no está anunciado, así que no quiero meter la pata diciendo mucho, pero tiene que ver con Caro Pardíaco, y Juli me convocó para laburar y me encanta. Me encanta que siga renovando la apuesta llamándome, porque en realidad son cosas que nacen de él, sobre todo las que tienen que ver con lo extramusical, como cuando hicimos Noche de Fresas con Juli Lucero y Félix Buenaventura, que fue un proyecto de stand up y varieté, y yo nunca había hecho nada así. La pandemia nos dejó fuera de combate, pero en algún momento lo haremos. Después hicimos Guiso de confianza, que fue un programa de YouTube tipo Cualca, pero más absurdo todavía, que lo escribimos con otra gente. Después Jamones del Medio, un programa de cocina con personajes, que también lo escribimos juntos y ganó un Martín Fierro Digital. Después, en Olga, siempre que hay algo me avisa, y si hay que hacer una canción para Caro se la hago yo. Así que yo me alegro mucho de que me siga llamando. A mí me encanta cumplirle porque nos divertimos, y también me encanta darle esa confianza, que él sepa que no importa la hora: si me manda un mensaje diciéndome que hay que hacer esto, tiene mi total compromiso en la materia. Me da mucho placer retribuirle al pie del cañón el compromiso artístico. Ya van más de 20 años de amistad, fuimos al secundario juntos, nos cagamos de risa. Es verdad que son muchos años y que hay muchos vínculos que duran mucho menos. Supongo que habremos aprendido a respetarnos, a saber qué es lo que al otro le duele para evitarlo y generar así un vínculo duradero, que tenga que ver con eso: con el respetar los espacios del otro, los silencios del otro. Y eso también se replica en la banda. Somos 20 personas laburando y todos entendemos el código.