La “construcción del relato” acerca del Imperio Romano –época fundamental en la historia– tiene en Adriano a uno de sus personajes centrales. La belleza de Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, puede influir en ese sentido. Algo menos se difundió sobre su antecesor, Trajano, pero una parte amplia de la historiografía lo ubica como “el mejor entre todos los emperadores” dentro de una dinastía (la Antonina) que marcó la época más próspera del imperio. Para los millones de turistas que atraviesan Roma, Trajano sólo es referencia por la imponente columna que lleva su nombre o el sector del Foro, también con su nombre y del cual aún se mantienen sus ruinas en pleno centro de la capital italiana.
Pero una monumental biografía de más de 700 páginas que acaba de publicarse en España, obra del doctor en Historia David Soria, no quiere dejar dudas sobre su concepto: Trajano, el mejor emperador. En su época, los senadores distinguieron a Trajano como “Optimus Prínceps”.
Trajano hizo erigir aquella columna en el año 114 para celebrar sus campañas contra los dacios (la primera en el año 101, la segunda en el 105). En sus casi 40 metros de altura aparecen las imágenes de 2.500 personajes –el propio Trajano se representa 60 veces– y en lo alto se colocó la efigie de un águila, luego la del emperador y, en el siglo XVI, la Iglesia ordenó reemplazarla por la de San Pedro.
Trajano según Byron
“Las cenizas de Trajano dormían sublimes, sepultadas en el aire, en el profundo cielo azul de Roma y mirando a las estrellas. Ellas habían contenido un espíritu que habría podido encontrar su morada entre estas, el último de aquellos que reinaron sobre toda la tierra, sobre el orbe romano, ya que, después de él, nadie mantuvo, sino que entregó sus conquistas.” escribió Byron, en uno de sus relatos de los viajes a Italia.
Según Soria, la columna Trajana “es un gran canto de propaganda de la campaña contra los dacios, dirigida al público de la capital. La guerra está muy dulcificada si la comparamos con otra representación mucho más cruda, la del Tropaeum Traiani, en Rumanía. Representa el triunfo de Trajano como gran conquistador, y el éxito de su régimen”.

Cerca de allí, los turistas deambulan por el Foro Trajano, el mayor entre los foros romanos con 200 x 120 metros, obra del arquitecto Apolodor de Damasco entre los años 107 y 112.
El gran periodista e historiador Indro Montanelli escribió que “después de seis años de paz, empleados en estas obras, Trajano sintió la nostalgia de los campamentos militares. Y aún cuando frisaba ya en los 60 años, se metió en la cabeza completar la obra de Julio César y de Antonio en Oriente, llevando los confines del Imperio hasta el océano Indico. Lo consiguió tras una marcha triunfal a través de Mesopotamia, Persia, Siria y Armenia”.
Nadie había llegado tan lejos. Pero a su vuelta cayó fulminado, sufría hidropesía. Murió a los 64 años. “Y a Roma sólo volvieron sus cenizas que fueron enterradas bajo su columna”, concluye Montanelli. Considera que “Trajano fue un gran emperador. Pero entre los muchos méritos efectivos a nuestro recuerdo, tuvo una suerte: la de granjearse la gratitud de un historiador como Tácito y de un cronista como Plino, cuyos testimonios serían decisivos para el tribunal de la posteridad”
Marco Ulpio Trajano, tal era su nombre, nació en el año 53 en la zona que hoy se conoce como Itálica, cerca de Sevilla: era la provincia Hispania de la época romana. Así, Trajano llegaría a convertirse en el primer emperador oriundo de “provincias”. El padre de Trajano se trasladó a Roma y escaló hasta ser electo en el Senado, además de garantizar la protección de su hijo. Este, como militar, fue rápidamente promovido a jefe de una legión, combatió en la propia Hispania y en Germania, y el emperador Nerva –veterano– lo eligió como sucesor.
Las campañas militares de Trajano resultan impresionantes, pero su propia obra como “imperator” no fue menor. Modernizó el sistema burocrático de un Imperio que se había extendido, les garantizó la alimentación a los sectores más desfavorecidos y emprendió una serie de obras que aún hoy asombran: la renovación de las carreteras y cloacas, el final del puerto de Ostia y la vía Apia, la construcción del anfiteatro de Verona. Y en su tierra hispánica, hizo construir el Acueducto de Segovia, admirable hasta nuestros días.
Pero Trajano era un hombre de su tiempo, casi inhumano con los esclavos, promovía los duelos de gladiadores y perseguía sin piedad a los primeros cristianos. «El reinado de Trajano es uno de los más memorables en la historia del urbanismo, la arquitectura y la ingeniería», según Montanelli.

El libro de Soria atraviesa la inmensa geografía que recorrió Trajano en sus campañas, sobre todo las lucha contra los enemigos principales del Imperio Romano a los que consiguió someter: los dacios (en la actual Rumania) o los partos (en la actual Irán).
Dos superpotencias
“El reino dacio y el imperio parto eran dos superpotencias –explica el historiador–. Para nada ejércitos tribales. El de los partos era casi un ejército feudal medieval, con un núcleo de tropas profesionales y una elite con gran formación militar, como los caballeros de la Edad Media, además de tropas especializadas. Habían aprendido de las potencias helenísticas».
«Los dacios tenían también un núcleo de combatientes profesionales y el suyo era un ejército de soldados ciudadanos, como el espartano o el ateniense –abunda–. Eran combatientes muy motivados y muy duros, con armas y tácticas no muy distintas de las romanas, no lanzaban cargas desordenadas como los germanos. El reino dacio era una gran amenaza para Roma, y esta la evaluó muy bien. Ya no se trataba de convertirlo en un reino vasallo sino de destruirlo completamente. Trajano logró en eso un éxito total”. Con los partos fue más difícil y terminaron acordando una larga paz.
Y en lo personal, según expresó Soria en una entrevista con el diario El País “creo que era un hombre cercano, llano, de trato fácil y nada elitista, muy accesible. Le gustaba considerarse un ciudadano más y evitaba la pompa y ceremonia. Cuando llegó a Roma en el 99, tras proclamársele emperador el año antes, dejó atrás su escolta personal, optó por entrar no en cuadriga ni en silla de manos sino a pie, y no esperó a que salieran los senadores a saludarle sino que fue a buscarlos para dirigirse a ellos de uno a uno sin formalidades. No quería pleitesía. Enérgico pero no severo, en ocasiones era demasiado directo, casi brusco, producto de un exceso de franqueza. Reconocía el talento, se dejaba aconsejar y encajaba las críticas. Nos hubiera caído bien, sí”.
También, como Adriano, fue bisexual. “Sentía atracción por los muchachos jóvenes, igual en eso que Adriano”. No tuvo hijos y adoptó a su sucesor, del que era tío segundo”.
Nada menos que Adriano.
Las huellas de uno y otro permanecen hasta nuestros días, casi dos milenios después. En la leyenda, pero también en la historia.
Trajano. El mejor emperador, de David Soria (Desperta Ferro Ediciones).