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domingo, junio 15, 2025

El loco ateo con el loco de Dios: Javier Cercas acompañó al Papa Francisco en un viaje a Mongolia

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por Juan de Marsilio
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Entre fines de agosto y principios de setiembre de 2023, el novelista español Javier Cercas (1961) viajó con el Papa Francisco a Mongolia, tras aceptar el encargo de Lorenzo Fazzini, director de la Librería Editora Vaticana, de escribir un libro sobre el viaje, y sin condición alguna. El resultado es El loco de Dios en el fin del mundo, una mezcla de investigación periodística, ensayo, crónica y novela de no ficción.

Idea loca. Muchas cosas se juntaron para hacer posible el libro. Por un lado, la idea de que un autor ateo escribiese un libro sobre el viaje de Bergoglio a Mongolia, con sus mil quinientos católicos en tres millones y medio de habitantes —una de esas periferias existenciales en las que el anterior Papa creía que la Iglesia debía atender primero, para serle fiel a Cristo— y la aceptación por Bergoglio tanto de que el libro de se escribiese como de que Cercas lo entrevistase en privado. Las causas más lejanas, tienen que ver con el autor.

La primera es que su madre, en su humilde fe católica, tras enviudar, vivió creyendo que se reencontraría con su esposo en el Cielo. El propósito de Cercas lo muestra, además de como escritor y hombre de convicciones firmes, como buen hijo: “Soy ateo. Soy anticlerical. Soy un laicista militante, un racionalista contumaz, un impío riguroso, Pero aquí me tienen, volando en dirección a Mongolia con el anciano vicario de Cristo en la Tierra, dispuesto a interrogarlo sobre la resurrección de la carne y la vida eterna. Para preguntarle al papa Francisco si mi madre verá a mi padre más allá de la muerte, y para llevarle a mi madre su respuesta. He aquí un loco sin Dios persiguiendo al loco de Dios hasta el fin del mundo.”

La otra, que condiciona el enfoque de este libro, es que a los catorce, luego de haberse criado como católico, Cercas perdió la fe tras leer la novela San Manuel Bueno, mártir, de Don Miguel de Unamuno, acerca de un cura de pueblo que pierde la fe, pero sigue predicando el Evangelio para no desamparar a sus feligreses. Cercas se hizo escritor y sigue siéndolo porque escribir, al menos por momentos, le da la plenitud y certeza que tenía antes de dejar de creer. Sin embargo, con honestidad intelectual, no menosprecia a los hombres de fe: en actitud más cristiana de lo que él pensaría, los juzga por sus obras, si es que ha de juzgarlos.

Papado y política. Cercas sabe que su pregunta es inusual: cuando entrevistaba a Bergoglio la prensa insistía en sus posturas políticas, y no ahondaba en lo religioso. Los funcionarios vaticanos que conoció durante la gestación del libro —y de varios se hizo amigo— confirmaron lo inusual de su interés, pero le aclararon que las ideas de ese Papa al que algunos tildaron de peronista, populista, comunista y hasta hereje, sobre cosas como la ecología, la economía, las guerras y la crisis de los migrantes, eran fruto de la oración, el estudio de la Biblia y el Magisterio de la Iglesia. La prensa y su público han captado la punta política del iceberg, dejando sumergida la faceta religiosa, mayor y fundamental, en el papado de Francisco. En el libro, Cercas reproduce conversaciones con varios periodistas quienes argumentan que lo religioso no tiene interés para el público. Este libro, según tenga o no éxito, confirmará o desmentirá esas razones.
Un papa anticlerical. En una entrevista sobre el libro, Cercas ha afirmado que volvió de Mongolia tan ateo pero mucho más anticlerical que antes, porque Francisco también lo era (lo correcto, hablando del Papa, sería anticlericalista). Bergoglio, desde sus tiempos como Arzobispo de Buenos Aires, predicó con el ejemplo la humildad sacerdotal, pues el endiosamiento del clero lleva al desprecio por los cristianos de a pie y al abuso de poder. Si bien Cercas cree que el celibato sacerdotal puede ser un factor en el tema de los abusos sexuales por parte de sacerdotes, concuerda en que sobre todo es una forma brutal de abuso de poder, la más horrenda, pero no la única.

Lo que más interesa a Cercas sobre los buenos católicos es la fe, entendida como un “superpoder” que les permite vencer obstáculos que, la sola razón juzgaría insalvables. Lo de su madre, por ejemplo, que supo sobrellevar su viudez aferrada a la convicción de que, tras morir, volvería a encontrarse con su amado esposo. La relación de este autor con la fe es interesantísima, porque la admira con toda sinceridad, casi con sana envidia, pero por ahora no logra volver a ella ni se siente movido a intentarlo.

En Mongolia se topará con gentes a las que la fe les permite soportar inviernos de -40°C, aún habiendo nacido algunos ellos en el África, cerca del ecuador, ayudar a los más débiles y miserables, aunque la mayoría de esas personas no se conviertan al catolicismo, o persistir en esa opción de vida pese a las contradicciones de la propia Iglesia, que no siempre es tan frugal ni tan generosa, que no siempre los comprende. Cercas, en cuatro días de trato, les tomará gran afecto y mayor admiración, tanto que luego, al conversar con varios funcionarios vaticanos afirmará tener la solución para los problemas de la Iglesia: “Todos misioneros.”, que en buena medida era lo que quería Francisco cuando hablaba de una Iglesia en salida, formada por discípulos-misioneros, de una Iglesia que fuera como hospital de campaña para atender a los heridos en las muchas batallas del mundo.

Amistad. No sólo de los misioneros de Mongolia se hizo amigo Cercas en el proceso de este libro, sino de varios funcionarios vaticanos. Si un mensaje deja este libro, es que los seres humanos de buena voluntad, sin renunciar a sus identidades, opciones y diferencias, deben superarlas para encontrarse, tomando la misma opción que en su papado tomara Bergoglio: tender puentes en vez de alzar muros. Eso ayuda no sólo a comprender al distinto, sino también a amarlo e incluso a admirarlo. Cercas reflexiona, luego de una cena con esos amigos tan diferentes a él, que “quizá, si yo hubiese tenido un grupo de amigos como aquél, aún sería católico y creería en la resurrección de la carne y la vida eterna“.

Al autor le interesa mucho el proyecto de Bergoglio para construir una iglesia más horizontal, en la que todo el pueblo cristiano participe en la toma de decisiones. En términos católicos: una iglesia sinodal (sínodo, es una palabra proveniente del griego y significa caminar juntos). Como buen no creyente, Cercas entiende que esto implica democratizar la Iglesia, pero todos los funcionarios vaticanos a los que se lo pregunta le responden que no, que se trata de discernir juntos, dejándose guiar por el Espíritu Santo, lo que Dios quiere. El deseo de caminar juntos enlentece algunos cambios, pero los hace más sólidos cuando llegan, porque están maduros y son de consenso. Como cualquier Papa, Francisco, monarca absoluto, hubiera podido decretar lo que mejor le pareciese, pero al decir del Cardenal argentino Víctor Manuel “Tucho” Fernández, Francisco era “… un monarca absoluto, pero no quiere ejercer como un monarca absoluto.”

El lenguaje. Los católicos comunes y corrientes no suelen saber qué significan palabras como “dicasterio”, “sínodo” y muchas más del dogma, los rituales y la institucionalidad de la Iglesia. Cercas cree que, en buena medida, esto hace que la Iglesia tenga poca llegada en el mundo desarrollado, y que del mismo modo que los misioneros en Mongolia tratan de inculturar su mensaje, es decir, de ponerlo en términos comprensibles para la cultura local —y esto no desde la condescendencia, sino con respeto e incluso amor hacia esa cultura— la Iglesia debería inculturar de nuevo su mensaje para que al ciudadano medio de Occidente le resulte comprensible. Varios funcionarios vaticanos con los que el autor dialogó reconocen que es un desafío cuyo abordaje es imprescindible, pero falta hallar el modo concreto.

Bergoglio y Francisco.Bergoglio no solo no es Superman; ni siquiera es Francisco, o no del todo: Bergoglio es solo un hombre normal y corriente. Ése es, ya digo, el secreto de Bergoglio. Y eso es lo que lo convierte de verdad en un cristiano sentado en la silla de San Pedro“, concluye Cercas acerca del anterior Papa, tomando prestado el juicio de Hannah Arendt sobre Juan XXIII, a quienes muchos llamaron el “Papa bueno”.

No es sin trabajo que Cercas arriba a esta conclusión. En su análisis sobre el Papa argentino, no edulcora ni disimula ningún defecto ni error de su personaje. Da por cierta la versión de que, cuando era Provincial de los jesuitas en el Río de la Plata, obró de modo autoritario y personalista, así como también de que jugó con fuego —y se quemó— al vincularse con autoridades de la dictadura argentina, aunque fuese con la intención de proteger personas. Pero Cercas apunta que, en los años que pasó en Córdoba, luego de ser Provincial, en un puesto menor, tuvo un sincero proceso de arrepentimiento, conversión y de lucha contra sus propios demonios, y que el “aunque soy un pecador” que añadió al aceptar el papado, era sincero al cien por ciento. En esa lucha contra sus propias oscuridades, Francisco no era sólo la máscara que Bergoglio se ponía para ser el Papa, sino también el ideal de persona a la que Bergoglio aspiraba en su seguimiento de Cristo.

El estilo del libro. La primera sección, que refiere a la génesis del libro, es ágil, con capítulos muy breves, que “enganchan” al lector y lo preparan para la segunda, de capítulos más extensos, que transcurre entre el Vaticano y Mongolia, con capítulos extensos en los que el autor/narrador/personaje mantiene largos diálogos con funcionarios vaticanos —tanto clérigos como laicos—, con misioneros y con cristianos de Mongolia, que cuentan el modo en que viven la fe.

La tercera parte reflexiona sobre Bergoglio como persona. Denso en lo conceptual, lleno de citas de Nietzsche, Cioran y otros autores, Cercas logra construir un libro leve, que se lee a grandes tragos —lo único que impide leerlo de un tirón son sus casi quinientas páginas— en buena medida porque el autor se toma el trabajo de explicarle al lector común el sentido de los pasajes que cita.

Algunos errores. Tras más de cuatro décadas lejos del catolicismo Cercas incurre en tres errores, uno terminológico, otro de información y uno de concepto, este último grave.

El primero es llamar concilios a los cónclaves que eligen al Papa. El segundo, es afirmar que Ernesto Cardenal era jesuita, cuando era cisterciense. El tercero es malinterpretar el Dogma de la Inmaculada Concepción de María, en el sentido de que ella concibió a Jesús sin sexo —“sin follar “, en términos de autor— cuando en realidad no refiere al parto virginal, sino a que, aunque María fue engendrada por sus padres como cualquier otro niño, Dios la exceptuó del pecado original.

En suma, un libro honesto, tanto en lo que elogia como en lo que critica, profundo y ameno, reflexivo y emotivo, que vale la pena leer.

EL LOCO DE DIOS EN EL FIN DEL MUNDO, de Javier Cercas. Random House, 2025. Buenos Aires, 488 págs.

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Javier Cercas

(foto Joan Tomás)

Redacción

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