Sofía supo enseguida que en esa fiebre que lo tenía «hecho un trapito» a Álvaro, su bebé, había algo más. No se trataba de una gripe o de un virus pasajero y su intuición de madre no falló. Apenas «hizo algo de fiebre» lo llevó a la guardia del hospital del pueblo, el punto de partida de un viaje de emergencias, ambulancias y un avión sanitario equipado con tecnología que, vía aérea, nunca se había usado en el país para un chiquito. Un periplo vertiginoso para salvarle la vida.
Lo observó primero su pediatra, a quien volvió a visitar tres días después: con registros de temperatura sobre los 39° los médicos aún no daban con el diagnóstico y al quinto, se agudizaron los síntomas: una falla hepática, en principio, y la presión inestable.
En menos de una semana, tras descartar distintos diagnósticos, la fiebre lo había consumido hasta dejarlo sin reacción. En Ayacucho, donde vive, los médicos supusieron que Álvaro, entonces de 11 meses, había contraído síndrome urémico hemolítico (SUH), una grave enfermedad causada por la bacteria Escherichia coli, y se resolvió el traslado de urgencia a una clínica de Mar del Plata.
Son unos 180 kilómetros hasta Mar del Plata, siguiendo las rutas 74 y 2. Leandro, el papá, siguió a la ambulancia en auto. Los otros chiquitos de la pareja, Indalecio y Alfonsina, mellizos -cumplen cuatro años el 5 de mayo- quedaron esa noche al cuidado de los abuelos. Sofía no se separó de su bebé. Se encontraron en la Clínica del Niño y la Familia, y allí todo se precipitó.
Además de la falla renal que le habían detectado en Ayacucho, el bebé comenzaba ahora a registrar deficiencias en el funcionamiento hepático y hemodinámico. Descartaron el SUH. Debieron intubarlo «para que recuperara, porque no reaccionaba«, recuerda la mamá esas horas de desesperación.
Ahora lo tiene en brazos a Álvaro, jocoso, inquieto. Le pide bajar y ni bien toca el suelo gatea lo más rápido que puede para irrumpir entre sus hermanos. “Él es así, simpático, pura energía –dice la mamá–. No era él. No comía, y lo que más le gusta justamente es comer»

Esa noche en Mar del Plata quedó internado en terapia intensiva, grave. Sofía Sosa es radióloga, su marido Leandro Argel oficial de policía. Cuentan que «todo fue muy rápido» en esas casi tres semanas que su hijo permaneció internado. No en Mar del Plata, que fue apenas una escala en el viaje.
La segunda instancia fue luego de un complejo vuelo en un avión sanitario. «Al otro día la terapista de la Clínica del Niño me habló de la posibilidad de llevarlo a Buenos Aires y obvio, una lo único que quiere es lo mejor. Me dijeron que esa misma noche a las 23 llegarían desde el Hospital Italiano», cuenta: «Se me iluminó todo».
«Ver en todo momento el trato de los médicos, de las enfermeras, de todos, ver cómo lo cuidaron a Alvi… Sin ellos y sin el ECMO no hubiera podido. De verdad, fue de película«, recuerda.

Haber estudiado radiología de algún modo la acercó al lenguaje técnico de la medicina, pero parte del que le llegaba con la explicación de los preparativos del viaje de su bebé era nuevo para ella, difícil: plasmaféresis, oxigenador extracorpóreo de membrana, ECMO, y en medio alertas inquietantes, porque sería la primera vez que un bebé iba a ser conectado a este sistema móvil para ser trasladado en un vuelo desde el aeropuerto Astor Piazzolla de Camet hacia el aeroparque metropolitano Jorge Newbery.
El Hospital Italiano utiliza esta tecnología en traslados desde 2016. Se trata del oxigenador extracorpóreo de membrana, más conocido por su sigla ECMO, que reemplaza temporalmente las funciones del corazón y los pulmones, lo que ofrece una oportunidad vital para pacientes en estado crítico. Hasta entonces no se había llevado adelante vía área a pacientes pediátricos. Así, un recorrido de aproximadamente 5 horas se pudo reducir a 40 minutos con un vuelo de un avión sanitario.
«Me hice chiquita y me acomodé al fondo», recuerda Sofía el viaje en el avión, con su capacidad de pasajeros al límite por el equipo de médicos, entre los que viajaron un enfermero y un percusionista, que es quien monta y supervisa el equipo que controla el funcionamiento del corazón y los pulmones.

Para los traslados aéreos viaja un equipo reducido. Pero siempre están a bordo un terapista pediátrico, un cirujano cardiovascular, un perfusionista, y una enfermera o instrumentadora.
«El desafío no solo fue técnico, sino también logístico y humano”, explicó Jorge Barretta, jefe del Servicio de Cirugía Cardiovascular Pediátrica, para quien el traslado aéreo de Álvaro constituye un hito: «Demuestra que es posible brindar atención de alta complejidad en cualquier rincón del país», afirmó.
El subjefe del Servicio de Terapia Intensiva Pediátrica, Mateo Ferrero, consideró que para lograr el traslado «fue y es fundamental contar con una vasta experiencia con este tipo de tecnología, que se logra con un número mínimo de pacientes anuales que permiten mantener a todo el equipo entrenado. Por este motivo, sólo centros especializados que brindan cuidados de pacientes críticos pueden proporcionar este soporte».
En tanto lo prepararon a Álvaro, lo que demoró unas cuatro horas, el papá regresó a Ayacucho para agarrar ropa y lo necesario para permanecer en Buenos Aires, y hacía allí partió por la ruta 2. Al hospital llegó antes que la ambulancia que lo trasladó a su hijo desde el aeroparque porteño.
Según explicaron los médicos, Álvaro se infectó con una bacteria: arribó con un shock séptico y necesitaba un combo de drogas para mantener su presión elevada, pero esto es nocivo.

«El tratamiento que se podía aplicar se llama plasmaféresis, que implica remover de la sangre el plasma, o intentar mejorar esa respuesta inflamatoria, cambiando el plasma por plasma fresco», práctica que no se podía aplicar en Mar del Plata y por las condiciones en que se encontraba Álvaro, «implicaba mucho riesgo». Se resolvió colocarlo en ECMO y se consiguió controlar la presión arterial.
A partir de las sesiones de plasmaféresis le pudieron ir retirando las drogas. «Luego pudimos sacarlo de ECMO sin problemas y al día siguiente lo sacamos del respirador», contaron. Alvaro quedó internado unos días en terapia intensiva, de allí pasó a una sala de pediatría hasta que recibió el alta. Fueron 19 días en total.
«Pasaron tantas cosas… 18 transfusiones de sangre le hicieron, pero él siempre fue evolucionando», cuenta Sofía, de nuevo con su bebé en brazos.
Recibió el alta el 27 de diciembre, ahora una fecha con celebración doble: ese día, en que también llegó a su casa donde lo esperaban sus hermanos y los abuelos Noemí y Valentín, Alvi cumplió un año y la fiesta fue su regreso, fortalecido. Desde entonces no volvió a usar chupete.
AS