Ya anochecía el miércoles pasado cuando los aplausos sonaron por todo lo largo (no hay mucho ancho) del Mundial Bar. Hacían las primeras pruebas de cocina antes de la reapertura, en una semana. La jarana, dijeron algunos, recordaba a la de esos días en que los clientes seguían los partidos de fútbol y José María, un camarero murciano que decía que era del Empordà “para no pasar por charnego”, iba anotando los resultados de las quinielas con blanco de España sobre un gran espejo elevado que vuelve a lucir junto a la barra. Recordaba también, decían, a las reuniones de los apasionados del boxeo que se daban cita en el centenario Mundial Bar de la plaza Sant Agustí Vell, consolidado templo del combate.
Los descendientes del fundadora volvían a entrar en el negocio que durante tantas décadas regentó la familia
La ovación de la otra noche era para Maria Pon y sus hijos Pascual y Maria Tort, además de para otros parientes. La familia entraba de nuevo al bar que había regentado toda la vida desde que lo abriera el abuelo Miquel Tort, que vivió en el altillo. Y sus descendientes cruzaban de nuevo la puerta, felices de que los nuevos propietarios quisieran devolver a la casa el aspecto y el espíritu. Eran los invitados de honor a esa fiesta previa al reestreno de un negocio fundado en 1925 y que ahora, justo cien años después y tras un paréntesis desde la pandemia, preparaba el regreso.

El interior del local, con el espejo recuperado en el que anotaban las quinielas. Foto: Joan Mateu Parra
Joan Mateu Parra
La familia recuerda historias de vecinos, más allá de los clientes ilustres que pasaron por la casa
Todos se apartaron para dejar un pasillo que los antiguos propietarios recorrieron sonrientes, deteniéndose ante algunas de las fotos de las paredes, memoria familiar, o frente a esa placa que acaban de colgar a la entrada, junto a la mesa de la esquina que ocupó muchas veces Gabriel García Márquez. En ella puede leerse: “Tort, si yo hubiera conocido antes este bar, hubiera escrito Mil años de soledad” , algo que le dijo el Nobel al difunto marido de Maria, Pascual Tort. Él cocinaba mientras que ella estaba en la sala como Miquel Tort, su cuñado.
Quienes han recuperado este local emblemático son los socios de Grup Confiteria, a quienes Barcelona agradecerá un día su empeño en preservar lugares con alma. “Yo solo he levantado esta persiana una vez, hoy. Por eso la casa es mucho más de esta familia que la levantó a diario durante toda su vida que nuestra”, afirma Lito Baldevinos. Su obsesión y la de sus socios, los hermanos Rebordosa, por volver a dejarlo como estuvo, los llevó a buscar antiguas imágenes en Google. Así es como han logrado colgar cada foto donde estaba o reproducir, idéntico, el gran mural que plasma la pasión por el boxeo de muchos clientes.

Los berberechos junto a la carta del Mundial Bar. Foto: Joan Mateu Parra
Joan Mateu Parra
Cristina Pérez, la cocinera, saca feliz los primeros platos; caracolillos de mar sumergidos en un vaso con su agua, ensaladilla, foie de bacalao, tortilla de camarones con tartar de gambas, la cáscara (berberechos, mejillones picantes…), los guisitos de olla, como el suquet de pescador o sabrosos callos de mar… El Mundial tenía fama de ofrecer mariscadas baratitas y aunque el tiquet medio ajustado sigue siendo prioridad hoy, lo de las mariscadas baratas ya no vale.

El ambiente el pasado miércoles, cuando estábamos a una semana justa de la reapertura, el próximo miércoles. Foto: Joan Mateu Parra
Joan Mateu Parra
En torno a una de las mesas de mármol del fondo, la familia desempolva recuerdos. Historias del barrio, al margen de esos clientes ilustres de la Barcelona preolímpica (Maragall llevó allí, entre muchas otras personalidades, al mismísimo Gorbachov). Recuerdos del respeto que siempre se profesaron los dos hermanos Tort, Pascual y Miquel. “Durante la guerra los padres los enviaron cerca del Ebro para que estuvieran a salvo y acabó siendo una zona tremenda. Aquello los unió para toda la vida”. Y también a sus familias, que se han querido siempre. “Pascual se casó con su amiga del colegio Colom. Y Miquel con Basilia, que murió hace solo unos días. Ellos tuvieron dos hijos, Miquel y Paco, que también trabajaron siempre en la casa.

Cañaíllas en conserva, caracoles de mar y la roca de bacalao. Foto: Joan Mateu Parra
Joan Mateu Parra
Cuentan que cuando el fundador falleció, costó sacar el féretro a la calle, llena de vecinos que querían despedirlo. “Estudié enfermería sobre estas mesas”, sonríe Maria Tort. En su memoria, tardes de fútbol y de boxeo. O el club de la absenta. “Aquellos franceses bohemios hicieron tan buena propaganda que salimos en las guías”. Todos recuerdan el viejo Mundial, que estaba a cuatro pasos del quiosco que regentaba la familia de un periodista de La Vanguardia; uno de sus compañero de este diario que creció muy cerca no ha olvidado los opíparos vermuts en familia los días de fiesta. Y otros dos, que durante años informaban de tribunales, confiesan que más de una vez se apoyaron en la barra que ahora revive y le preguntaron al camarero:“¿Tienes Anís del Mono? ¡Pues mejor escóndelo!”.