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sábado, julio 5, 2025

El peronómetro: Schiaretti, entre los radicales y la herencia de De la Sota

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Nadie es dueño del peronómetro, pero todos se sienten con derecho a calibrarlo. Juan Schiaretti lo dice en voz baja desde hace años: se considera más peronista que los kirchneristas. Una afirmación que, lejos de ser una provocación reciente, lleva más de una década sonando en los pasillos del justicialismo.

Mientras tanto, Cristina Fernández, inflexible, repite ante cada peronista cordobés que se cruza en su camino en los últimos años: “Desde que se unió con (Domingo) Cavallo, en los ‘90, ‘el Gringo’ (Schiaretti) dejó de ser peronista”.

Hoy esa vieja controversia se actualiza, con nuevos actores pero viejos argumentos. Cristina Kirchner, incluso desde las sombras de su prisión domiciliaria, sigue siendo una voz gravitante en el PJ, especialmente en el conurbano bonaerense.

En contraste, en muchas provincias gobernadas por peronistas sobrevive una lógica distinta. Una receta política que José Manuel de la Sota y el propio Schiaretti aplicaron en Córdoba en los últimos 25 años: transformar al PJ en un partido provincial. Una forma de marcar distancia del kirchnerismo, que sigue hegemonizando la conducción nacional del partido que fundó Juan Perón.

Aunque formalmente no rompió con el Partido Justicialista, desde el año pasado Schiaretti recorre el país con paso firme, impulsando su nuevo proyecto: Hacemos por Argentina. Un intento por romper las fronteras políticas de Córdoba.

En esta travesía, sus interlocutores predilectos no son los peronistas sino los radicales, con quienes encuentra más afinidades en esta etapa de su construcción política: un espacio diferente al libertario y al kirchnerista.

Los operadores schiarettistas intentan matizar esta estrategia con una frase repetida casi como consigna: “Juan habla con todos, menos con kirchneristas y libertarios”.

La renuncia de Schiaretti a la presidencia del PJ cordobés fue más un gesto simbólico que una ruptura. En Córdoba, la vieja regla de oro del peronismo es clara: quien gobierna, conduce el partido.

Sin embargo, esa máxima parece desdibujarse entre el polvo y las telarañas que cubren la sede del PJ cordobés en bulevar San Juan, de la ciudad de Córdoba, cerrada más días de los que abre, como si también ella esperara una definición.

Mientras tanto, Schiaretti cerró acuerdos con radicales en diversas provincias. En Santa Fe, Hacemos se integró al frente oficialista que lidera el gobernador Maximiliano Pullaro. En Buenos Aires, tejió una alianza con Facundo Manes y mantiene conversaciones con Máximo Abad para sumar a 25 intendentes radicales, herederos de la estructura clásica del centenario partido.

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Acuerdo. Facundo Manes y Juan Schiaretti sellaron una alianza para competir en las elecciones bonaerenses. Se podrían sumar otros sectores del radicalismo. (Prensa Hacemos)

En Corrientes, Schiaretti también tejió redes: se sumó al armado del gobernador Gustavo Valdés, quien se prepara para retener el poder en las elecciones, probablemente promoviendo a su hermano, Juan Pablo Valdés.

A esa cruzada se sumó otro peronista de peso: el senador nacional Carlos “Camau” Espínola, viejo aliado de Schiaretti. El exmedallista olímpico había coqueteado con Javier Milei, pero terminó aceptando la invitación de Alejandra Vigo para volver al redil peronista correntino, ahora bajo el ala radical.

El exgobernador cordobés apuesta por un espacio político con atributos que él define como “moderado”, “institucionalista”, “productivista” y “federal”.

La estrategia nacional de Schiaretti es coser alianzas con prolijidad quirúrgica, aunque sus efectos llegan a Córdoba. No son pocos los radicales que observan con inquietud -y una dosis no menor de preocupación- el avance del exgobernador con dirigentes radicales nacionales.

El gobernador Martín Llaryora tomó la posta de su antecesor en Córdoba. En medio de la crisis que atraviesa el radicalismo, busca pescar en sus aguas agitadas. El radicalismo cordobés conserva peso en el interior, con 165 intendentes.

Rodrigo de Loredo, sin embargo, ve venir la marea y trata de “alambrar” su partido. Pero la misión no le resulta sencilla. Su discurso de tono filo-libertario genera desconfianza entre sus propios correligionarios.

En sus recorridas, el diputado nacional intenta reavivar el antiperonismo como herramienta de contención, en procura de evitar deserciones hacia el cordobesismo oficialista.

Difícilmente se produzca un salto masivo de radicales, aunque Llaryora no necesita una estampida: se conforma con que una treintena de intendentes radicales se sumen a su proyecto. Esa es la cifra que le han prometido algunos de sus operadores políticos.

Pero no todo es expansión para el oficialismo provincial. Dentro del PJ cordobés también hay turbulencias. Schiaretti busca capitalizar la dispersión en las provincias, pero en su propio territorio enfrenta la posibilidad de un derrame. Natalia de la Sota, hija del exgobernador y figura creciente, evalúa competir por fuera del oficialismo en busca de su reelección como diputada.

El futuro del cordobesismo aún está escrito con lápiz. La gran incógnita es: ¿Schiaretti será candidato? Esa decisión puede ordenar -o desordenar- todas las fichas del tablero justicialista.

Para sumar a Natalia de la Sota, Llaryora deberá superar tres obstáculos: el primero, acaso el más difícil, es recomponer la relación personal entre ella y Schiaretti. Luego vendrá la discusión política. La diputada ya anticipó que hará campaña con un discurso “bien peronista” y “muy crítico de la gestión de Milei”.

Nada que la política no pueda resolver. Todo dependerá de lo que Llaryora planifique no sólo para octubre, sino para los próximos dos años. Porque, en el fondo, el gobernador piensa más en su reelección que en esta elección legislativa.

La conformación de la lista no será una mera formalidad: marcará el rumbo del proyecto provincial. Si Schiaretti acepta ser candidato, despeja todos los nubarrones. Si decide no competir, Llaryora deberá maniobrar en un horizonte más complejo.

En el oficialismo, ya comenzó el “operativo clamor” para que Schiaretti compita. Pero el exgobernador no se deja seducir por aclamaciones. Esperará las encuestas que encargó, a partir de mediados de este mes, que le revelarán el humor social de los cordobeses y, con ello, su futuro político.

En 2005, Schiaretti ya le dijo que no a José Manuel de la Sota cuando este quiso impulsarlo como diputado, en un acuerdo con el entonces presidente Néstor Kirchner.

Aquel antecedente no tiene peso. En política, cada decisión se toma en el contexto del momento.

Lo concreto es que, al igual que De la Sota en aquel entonces, hoy Llaryora necesita a Schiaretti como cabeza de lista. La respuesta se conocerá más temprano que tarde, pero la ansiedad en el cordobesismo cotiza como en la Bolsa.

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Redacción

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