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La Matanza

El proceso de duelo que requieren las pérdidas invisibles

El duelo se produce no solo por la muerte física de una persona, sino también por la pérdida de un animal, la ruptura de un vínculo sexoafectivo, el incumplimiento de metas personales, una mudanza y hasta la disolución de una amistad. Esta emoción es una reacción natural ante cualquier pérdida significativa pero no recibe siempre el mismo reconocimiento por la sociedad. El mundo exige una rapidez que conlleva un “superar” y “seguir adelante” tan rápido que muchas veces las emociones de esta índole se ven anuladas.

¿Qué pasa cuando un vínculo desaparece y la sociedad prohíbe llorar? La psicóloga especialista en duelos, Eliana Contreras, define al “duelo con pérdida de derechos” como “aquel tipo de duelo que, aunque es vivido con dolor por quien lo atraviesa, no es reconocido ni valorado socialmente como una pérdida legítima”. De este modo, la persona siente que “no tiene ‘derecho’ a sufrir”, ya sea porque la pérdida no se ajusta a los modelos tradicionales de duelo o porque su vínculo con lo perdido es ignorado por los demás y esto “puede generar un sufrimiento muy profundo, vivido en silencio”, según Contreras.

Duelos sin derechos

El término “duelo privado de derechos” fue acuñado por el Doctor Kenneth J. Doka, un psicólogo que formó parte de la directiva de muchas asociaciones relativas a la pérdida, para describir formas de duelo que no se reconocen a nivel personal ni social. Puede tratarse de la ruptura de una relación (sobre todo si fue breve o no reconocida socialmente), la pérdida de un embarazo, el alejamiento familiar por decisiones personales (como salir del “closet” o cambiar de religión), el exilio o migración, la pérdida de la salud, la infertilidad, incluso cambios en el proyecto de vida o la pérdida de un trabajo que tenía un valor emocional.

Contreras, en tanto, refuerza que esta falta de validación genera una dolorosa «jerarquía de soporte». Las frases del entorno como «solo era una mascota» o «ya fue» no solo duelen, sino que le comunican al doliente que su vínculo no importaba. Esto no sólo invisibiliza la pérdida, sino que aumenta la culpa por «sentir demasiado».

La importancia de los rituales y el simbolismo de las pérdidas

Juan Manuel López Manfré es un antropólogo influencer en su campo, escritor y artista, y sostiene que “la raíz del problema de salud mental que la sociedad atraviesa a nivel general se debe en gran parte al colapso del simbolismo colectivo”. Antes, el duelo tenía una performance pública que la comunidad reconocía. Gestos como llevar luto, o sea vestirse de negro, eran una «señal visible» que interpelaba al entorno. Hoy, esa señal ha desaparecido, forzando a la pena a replegarse a la esfera más íntima.

MIRADA ANTROPOLÓGICA. La sociedad de la eficiencia perdió la ritualización del duelo, reflexiona López Manfré.

Manfré asocia esta desaparición de los ritos con la “lógica de la sociedad de la eficiencia y el tiempo cronometrado”. Mientras que el duelo es un proceso lento, reflexivo e «improductivo», no es compatible con el estilo de vida actual. Al perder el espacio ceremonial colectivo, el dolor queda sin alojamiento. Según el experto, el duelo suele limitarse al consultorio para ser tratado con la “palabra” o es suprimido “químicamente” por un psiquiatra.

El antropólogo complementa esta idea al insistir en que “la ceremonia debe ser corporal y repetitiva”. No es suficiente el pensamiento; se necesita la acción que, al ser reiterada, permita que la intensidad de la ausencia se manifieste y se procese. El ritual se opone a la volatilidad moderna, creando un espacio sagrado para la pena. La repetición del mismo proceso lo fija en la mente y ayuda al duelo mismo.

¿Sólo queda salvarse solo?

Ante el silencio o la indiferencia externa, “la única ruta de sanación pasa por la creación de rituales íntimos”, dice Manfré, mientras que Contreras subraya que actos simbólicos tales como plantar un árbol o escribir una carta de despedida son anclajes vitales ya que “permiten darle forma y sentido al vacío”, reconociendo la pérdida y posibilitando un cierre emocional personal.

“En lo que tiene características de ritual, uno pone el cuerpo, pone los sentidos, en el acto quizás de oler la camisa que te dejó tu ex en tu casa y ver si tiene ese aroma, es también un registro corporal de que, bueno, esa persona no está más con vos, ¿no?”, agrega López Manfré, quien, a su vez, insiste: “Hay que pensar el duelo como algo que quizás te pueda acompañar toda la vida aún siendo capaz de ser feliz y de rearmar tu vida”.

Los espacios y la validación de «el otro»

Relacionado con este tema, el antropólogo también mencionó su preocupación por la desaparición de los cementerios, ya que “se pierde el ritual y su funcionalidad simbólica, que es permitir distinguir el mundo de lo sagrado y de lo profano, el universo de los vivos y el de los muertos”.  En una actualidad donde se valora mucho lo espontáneo, lo disruptivo, lo que rompe, lo que desencaja “aparece el ritual que propone que seamos repetición, que sea un procedimiento y que, de este modo, se vuelve algo intenso”, concluye.

En el contexto de enmascaramiento social del duelo, López Manfré enfatiza que la acción del otro no debe ser solo emocional, sino también política y simbólica. Al validar un duelo invisible, el entorno está desafiando la lógica productivista que exige rapidez. El acto de dar tiempo y espacio al dolor es un gesto que va a contracorriente. El «otro» ayuda al doliente a inscribir su dolor en un relato humano, sacándolo del aislamiento y reintegrándolo al tiempo social que el sistema le había arrebatado. El soporte de un “otro” es imprescindible.

Es que las pérdidas sin un otro pueden no sanar nunca y quedar marcadas en el inconsciente. Al respecto, Contreras explica que el reconocimiento social es fundamental porque somos seres intersubjetivos. «Saber que nuestro dolor es visto y respetado nos da contención», afirma. La validación no elimina el sufrimiento, pero permite «compartir el peso de la emoción«, concluye la psicóloga. Mientras que para el antropólogo, la importancia del «otro» reside en la “capacidad de reponer el símbolo social perdido”, retomando el concepto freudiano de aquel objeto donde se depositan las investiduras libidinales, su desaparición y el aprendizaje de la vida pese a su ausencia.

Entonces, toda pérdida, por íntima que sea, exige un espacio digno para ser procesada. Romper el silencio no es solo un acto terapéutico individual, sino un desafío a la lógica social que aísla. El acto de nombrar estos duelos invisibles es una afirmación de la propia historia y un paso vital. Es, en esencia, la reintegración de la persona a su tiempo y su comunidad, un derecho inalienable que la sociedad debe dejar de arrebatarle. “Los rituales nos acomodan”, dice Manfré y Contreras coincide: “Nombrar y dar lugar a estos duelos invisibles es un acto de amor propio y de sanación. Cada persona tiene derecho a sentir, recordar y reconstruirse desde su experiencia, sin pedir permiso para ello”.

Texto: Romina Muscari.

Esta nota fue escrita en el marco del Taller de Gráfica VI de la Licenciatura en Comunicación Social de la UNLAM.

Redacción

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