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jueves, julio 17, 2025

El psicoanalista y escritor José Luis Juresa analiza cómo la infancia moldea la historia de un país

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Memoria transmutada en escritura, escritura hecha de memoria, el autor de este libro parece haber despertado, en algún momento, dentro de una pregunta. Y entonces contempló su infancia como quien contempla la curvatura de la tierra (…) desde ahí se ven cosas que antes no se podían ver”. Las palabras son de la cronista y editora Leila Guerriero quien, en el prólogo de este libro, define el modus operandi de José Luis Juresa.

El psicoanalista y escritor publicó recientemente La infancia de quien Nocturna editora. Un texto que podría etiquetarse velozmente como autobiográfico o encajar con la etiqueta literatura del yo. Sin embargo es mucho más. Es un ensayo y, al mismo tiempo, una exploración. Indagando sobre los primeros años de su vida, Juresa llega a discernir la infancia como algo que va más allá de la niñez. Como un estado de las cosas, un modo de ser, vivir y percibir. “La infancia no es inocente. Los adultos tal vez lo sean, creyendo que los niños lo son. Los niños ni siquiera piensan en tener infancia, solo la viven”, escriben.

Así, Juresa explora sus vicisitudes al mudarse de muy pequeño de la ciudad al conurbano bonaerense y, en el medio se cuela la historia de un país. Su casa, vista por sus padres como la concreción del ascenso social y el progreso, será una de las tantas expropiadas y demolidas debido a la construcción de la Autopista Acceso Oeste. Las topadoras derribando las paredes de lo que supo conocer fugazmente como su hogar funcionan como metáfora del fin de la infancia.

En este diálogo con Clarín amplía algunos conceptos que se cruzan con su formación dentro del psicoanálisis, su propia sensibilidad y su interés por la infancia, el cual definirá como “Un estado que nos acompaña toda la vida pero cuya orientación podemos perder debajo de una montaña de bienes”.

–¿Cómo surgió la idea de escribir este libro?

–Surgió de la repentina necesidad de seguir desplegando la voz que había encontrado en mi libro anterior, La Realidad por Sorpresa, en un capítulo en el que hablo de la muerte de mi padre, su mes de agonía a causa de un ACV y el modo en que durante ese mes apareció intacta su lengua de origen, el croato, debajo de las lenguas aprendidas –alemán y castellano– que se arruinaron como una suerte de forzamiento despejado paradójicamente a causa de la enfermedad. Y allí estaba, la lengua nativa, la de su niñez. Pensé que su niñez ya era recuerdo, pero su infancia era algo actual, permanente, tal como la lengua que afloraba, intacta, en medio de su cataclismo físico. Por supuesto, todo eso lo fui pensando con el despliegue de la escritura. Lo primero, fue esta idea: infancia y niñez no son lo mismo. La infancia es la lengua indestructible del deseo.

–Hablando de esto justamente, en el libro te encargás de dejar en claro la diferencia entre infancia y niñez. ¿Por qué decidiste esto y cómo lo entendés?

–La niñez es una historia ya determinada, un tiempo de lo que pasó. La infancia siempre será una historia por contar, una agitación de elementos sin tiempo ni lugar. Eso es lo que Freud definió como atributos del inconsciente, del inconsciente Real, la forma más radical de su presencia. Sería algo parecido a la “infancia del mundo”, como se titula el libro de Michel Nieva. Freud habló mucho de esa infancia de “lo inmemorial” en sus textos mas antropológicos, cuando se refiere a las civilizaciones primitivas y los mitos fundadores de la civilización.

–Respecto a tu escritura, hay un ejercicio de narrar la infancia en retrospectiva, a modo de memoria. No narrarlo desde el punto de vista de un niño sino rememorar la infancia y abordarla desde diversos ángulos. ¿Cómo surgió eso?

–Sin pensar. Escribir es no pensar. Ojo, si bien uno puede tener una idea inicial, o una estructura pensada, apenas uno inicia el andar de la escritura los papeles se vuelan y uno – al menos es lo que me pasa a mi – se va encontrando con cosas, se van produciendo hallazgos. Esta palabrita, “hallazgo” la usé para dar cuenta de qué se trata el encuentro con un analista, en un artículo que escribí para una revista. Un hallazgo es algo que se siente, no se piensa. Luego se reflexiona sobre ese acontecimiento. El libro se fue escribiendo así, tiene esa estructura de cortes y retornos espiralados al mismo lugar, haciendo en cada vuelta alguna diferencia. Lo veo así. Tiene la forma de nuestra relación con la infancia: algo a lo que nos aproximamos sin poder nombrarlo del todo. Como el poema: el intento de decir lo imposible termina poetizando la realidad, construyéndola como tal, haciendo de ésta una versión de nuestra propia vida. Creo que el libro plasma algo de esto.

El psicoanalista y escritor José Luis Juresa. Foto: redes sociales.
El psicoanalista y escritor José Luis Juresa. Foto: redes sociales.

–Los momentos del país se cuelan a lo largo de tu biografía. ¿Te interesaba que eso apareciera de algún modo?

–No me interesaban a priori, pero se cuelan, porque es imposible que esa “vecindad” gigante en la que ese niño vive, la que constituye un país, una sociedad y su tiempo, no estén presentes, no atraviesen lo que le sucede a él y a esa familia en aquellos años. Como te decía, no hubo premeditación, pero aparece, porque la niñez de ese niño se juega en la vereda del barrio, pero también en la de un país entero. La calle, la vereda, es el escenario de los acontecimientos.

–El dolor aparece como un factor clave en relación a la infancia. ¿Por qué?

–Bueno, creo que a ese niño, en esa niñez –no a la infancia– le pasan cosas felices y también cosas horribles, siente felicidad y dolor. Los niños son seres humanos (risas). Digo esto porque, entre otras cosas, esto recupera uno de los “develamientos” freudianos más escandalosos de su época, que fue poner sobre el tapete el hecho de que a los niños los mueven las mismas causas que a los adultos: tienen sexo, tienen maldad, tienen bondad, sienten amor. Este niño del libro da cuenta de todo eso, no hay duda. Entonces está lejos de ser un ser angelical, es decir, sin cuerpo y sin historia. Además, el dolor no hay que tomarlo exclusivamente desde el punto de vista del malestar. Duele toda experiencia de pérdida, pero esa experiencia es necesaria también para crecer.

–Volviendo al psicoanálisis y a la centralidad que ocupa allí la infancia, como bien explicabas. ¿Qué te aportó esta disciplina para la escritura de este libro? Freud mismo aparece parafraseado en varios pasajes.

–El psicoanálisis me aportó la escritura de este libro, porque de alguna manera este libro testimonia del paso del psicoanálisis por mi vida. El psicoanálisis es el último discurso que aparece en la cultura –con esto quiero decir “tipo de lazo social”– y como tal, es algo increíblemente potente. Una conversación que puede cambiar la vida. No es una conversación de café, ni entre amigos, ni filosófica ni paternal o maternal, es decir, llena de consejos. Es una cosa que se hace entre dos, con palabras, y dos sillas, y tiene una potencia descomunal, porque sigue una lógica absolutamente a contramano de la corriente en la que solo vale la operación de suma, por ejemplo. El psicoanálisis habilita la posibilidad de restar, de sustraer y sustraerse de todo lo que está de más, de todo lo que sobra, y también de tener el mismo destino que las cosas que se consumen: el desecho.

–Es interesante cómo ves al niño casi como el último bastión antes de que el ser humano se convierta en una máquina consumista. ¿Te parece interesante rescatar estas ideas en tiempos en donde el consumismo y la mercantilización parecen acelerarse cada vez más? ¿Cómo pensás esto?

–Insisto, no es el niño, es la infancia. Es un estado –la infancia– que nos acompaña toda la vida, pero cuya orientación podemos perder debajo de una montaña de bienes de todo tipo, materiales, morales, etc. No se trata de ser un niño, al fin y al cabo el niño es inoperante en el mundo de los adultos, sino de estar en una relación con la infancia como se está en relación con el fuego: cerca del calor, pero sin quemarse, no demasiado lejos, para no enfriarse. Cada uno debe encontrar su distancia óptima, su distancia singular al fuego que encendió su vida.

Presentación de «La infancia de quién» en José Luis Juresa de Nocturna Editora. Presentación junto a Leila Guerriero, Nacho Iraola y Luciana Grande (Nocturna Editora) en Naesqui. 5 de junio de 2025. Fotos Victoria Gesualdi / NocturnaPresentación de «La infancia de quién» en José Luis Juresa de Nocturna Editora. Presentación junto a Leila Guerriero, Nacho Iraola y Luciana Grande (Nocturna Editora) en Naesqui. 5 de junio de 2025. Fotos Victoria Gesualdi / Nocturna

José Luis Juresa básico

  • Es psicoanalista y escritor. Fue miembro de la Escuela Abierta de Psicoanálisis y del Espacio Psicoanalítico Contemporáneo. Ha colaborado con la revista Letrahora y con el diario Página 12.
  • Publicó varios libros en colaboración o en solitario como Lacan: la marca del leer, Psicoanálisis: los nuevos signos, Auschwitz con Hiroshima, Gérard Haddad: un periférico del psicoanálisis, entre otros). Fue reconocido con el premio Lucian Freud de ensayo psicoanalítico en 2013 por su trabajo Clarice Lispector y la historia de una transformación.
  • Escribe desde hace varios años artículos para diversas revistas digitales como Polvo, Ají, Sin Tesis y Fixiones.
  • Es miembro fundador junto con la psicoanalista Alexandra Kohan del grupo de investigación y lecturas Psicoanálisis: zona franca.
  • En 2023 publicó, en coautoría con Fernando Rabih, la novela Dakota.

La infancia de quien, de José Luis Juresa (Nocturna editora).

Redacción

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